Su sed extractiva y de ganancias acentúa la sobreoferta de materias primas y los bajos precios. Las mineras estaban con los bolsillos llenos aprovechando el crecimiento aparentemente ilimitado de la demanda de metales y se dedicaron a construir las minas más grandes de la historia. Sin embargo, la desaceleración de China y otros mercados emergentes hace caer profundamente los precios de los metales. Estas minas gigantescas están prolongando el mal momento del sector. Su construcción es tan cara y son tan eficientes en la extracción del mineral que reducir la producción es inconcebible. El resultado es que al agravar el exceso de producción, las mineras contribuyen a que los precios sigan cayendo.
Fuente: The Wall Street Journal Americas
En este desierto volcánico, un polvoriento paisaje lunar patrullado por murciélagos, serpientes y guanacos, la mayor minera de Estados Unidos se suma a una nueva y poderosa tendencia en el sector de recursos naturales: las superminas. La estrategia, sin embargo, podría estar llevando la minería a la ruina.
Freeport-McMoRan Inc. está completando una expansión de US$4.600 millones que triplicará la producción de su mina de cobre Cerro Verde, para transformar una diminuta mina estatal que arrojaba pérdidas en uno de los cinco mayores productores del metal rojo del mundo.
Los gigantescos concentradores de concreto de Cerro Verde muelen el cobre que será empleado para fabricar ductos y cables en Asia, sumándose así a la producción de nuevas minas del resto del mundo y alimentando la ola de suministro que está agravando los problemas de un sector minero deprimido.
La desaceleración de China y otros mercados emergentes ha arrastrado los precios de los metales a una profunda caída, sólo unos años después de que mineras e inversionistas apostaron miles de millones de dólares al llamado superciclo, un crecimiento aparentemente ilimitado de la demanda de materias primas.
En ese entonces, las mineras estaban con los bolsillos llenos y se dedicaron a construir las minas más grandes de la historia, extrayendo mineral de hierro en Australia, Brasil y África Occidental, y cobre en Chile, Perú, Indonesia, Estados Unidos, Mongolia y la República Democrática del Congo. También expandieron la producción de minerales como el zinc, el níquel y la bauxita, el componente básico del aluminio.
El problema es que ahora estas minas gigantescas están prolongando el mal momento del sector. Su construcción es tan cara y son tan eficientes en la extracción del mineral que reducir la producción es inconcebible. Generan el efectivo necesario para pagar deudas y son costosas de mantener cuando no están produciendo. El resultado es que al agravar el exceso de producción, las mineras contribuyen a que los precios sigan cayendo.
El prolongado descenso de los precios ha obligado a las mineras a ejecutar dolorosos recortes de costos. Anglo American PLC, que completó en diciembre una supermina en Brasil que excedió su presupuesto en US$6.000 millones, anunció en diciembre 85.000 despidos, ventas de activos y la suspensión de su dividendo. Ese mismo día, Rio Tinto PLC, que había construido superminas en Australia, redujo sus planes de inversión. Glencore PLC suspendió su dividendo y realizó un aumento de capital de US$2.500 millones como parte de un plan para reducir su deuda.
Freeport, con sede en Phoenix, Arizona, ha sentido la presión en carne propia. El presidente ejecutivo de la junta y cofundador James R. Moffett renunció el 28 de diciembre, meses después de que el inversionista activista Carl Icahn adquirió una participación importante. Moffett dedicó casi medio siglo a Freeport y sus antecesoras.
Cuando Cerro Verde quede completamente operativa este año, su producción ascenderá a 1.000 millones de libras al año, equivalente a 3% de la producción mundial, a pesar de que la cotización del metal ronda sus niveles más bajos de los últimos seis años.
El impacto de minas como Cerro Verde es extenso e incluye una presión bajista sobre los precios de las materias primas hasta fines de la década, cuando se prevé que el suministro empiece a decaer a medida que las minas más antiguas finalmente dejen de operar. Los márgenes de ganancia de las empresas se están reduciendo, muchas de ellas han tenido que anunciar rebajas contables de sus activos y algunas de menor envergadura no tendrán más remedio que dejar de operar, según prevén agencias de calificación de riesgos y analistas.
Los inversionistas que apostaron a un aumento constante de la demanda al respaldar a las mine-ras han pagado caro su error: los precios de las acciones se han derrumbado y los dividendos se han suspendido. El índice de referencia S&P/TSX Global Mining Index ha caído 65% desde 2010.
Desde 2007, las mineras han dedicado más de US$100.000 millones al año a gastos de capital. La mayor parte del dinero ha financiado la construcción de superminas como las expansiones de Rio Tinto y BHP Billiton en la región de Pilbara en Australia, que exigió el traslado por avión de miles de trabajadores a un desierto remoto, y el proyecto Minas Rio de Anglo American en Brasil, que incluyó un ducto de más de 520 kilómetros a través de 32 municipios.
Las inversiones siguen adelante, aunque se han moderado. Rio Tinto divulgó en diciembre un acuerdo de financiamiento de US$4.400 millones para Oyo Tolgoi, una supermina de cobre y oro en Mongolia.
“Después de casi tres décadas de tener que rogar para obtener capital, de pronto los bancos y los inversionistas les estaban lanzando dinero a las mineras e implorándoles que invirtieran en más y mayores proyectos”, dice Dick Evans, ex director de Rio Tinto y actual presidente de la junta directiva del fabricante de aluminio Constellium NV. “Las mineras eran como niños en una tienda de golosinas”.
Al mismo tiempo, nuevas tecnologías permitieron la construcción de instalaciones capaces de duplicar o triplicar la producción de cobre o hierro de la generación previa de grandes minas.
Cerro Verde, que ocupa más de 60.000 hectáreas, tiene dos minas que podrían llenar varios estadios, una planta de tratamiento de aguas de US$500 millones de unos 800 metros de largo, y dos concentradores gigantescos de concreto y acero que pueden extraer cobre de más de 360.000 rocas al día. La mina puede consumir cerca de 9% de toda la electricidad en Perú. Un tour dura seis horas.
Cerro Verde es tan grande que “estamos llegando al límite de espacio y del número de camiones que podemos poner en las rampas”, dijo Red Conger, director de operaciones de la mina, en una reciente visita.
Incluso antes de que las mineras comenzaran a construir esta clase de minas gigantescas, las bajas tasas de interés contribuyeron a desatar una ola de fusiones y adquisiciones en un sector que durante mucho tiempo estuvo fragmentado con miles de operadores pequeños y medianos. Los grandes conglomerados globales como Rio Tinto, BHP, Glencore y Anglo American se expandieron, y Freeport pagó US$25.900 millones por Phelps Dodge en 2007. “Compramos una compañía 2,5 veces mayor y eso sólo fue posible debido al financiamiento barato”, señaló Richard Adkerson, presidente ejecutivo de Freeport, en una entrevista en noviembre.
Freeport tenía sólo una mina, pero era enorme: la de cobre y oro en Grasberg, Indonesia, desarrollada por Moffett, un sureño de EE.UU. conocido por sus imitaciones de Elvis Presley y su habilidad para forjar conexiones políticas en lugares remotos. Cerro Verde era una de las 11 propiedades mineras de Phelps Dodge, ubicada entre volcanes inactivos a unos 32 kilómetros de Arequipa.
Descubierta en el siglo XIX, Cerro Verde ni siquiera fue explotada en forma industrial hasta los años 70. Luego pasó a ser “una mina pequeña que había sido mal manejada por el Estado peruano”, señala Carlos Gálvez, gerente de finanzas de Buenaventura, una firma peruana que en los 90 tuvo una participación minoritaria en la mina. El lugar carecía de suficiente electricidad y agua.
Adkerson y su equipo opinaban que Cerro Verde podía ser mucho más grande. Freeport determinó que la mina contenía el doble de cobre de lo estimado y empezó a trabajar en una expansión en 2008, cuando el precio era de US$3,94 la libra. La empresa interrumpió las obras en 2009, en medio de la crisis financiera, cuando la cotización del cobre cayó a US$1,40 la libra, y revivió la iniciativa en 2010. Demoró tres años en obtener los permisos y desarrollar un plan de ingeniería que aprovechara al máximo las nuevas tecnologías y proveyera el agua necesaria para una mina de tal magnitud.
Las mineras consideran a Perú uno de los países más difíciles de navegar para un inversionista ex-tranjero, con su larga historia de activismo antiminero desde que los locales combatieron el pillaje de los españoles en el siglo XVI.
Para conseguir los permisos, Freeport construyó una planta de tratamiento de aguas de US$500 millones para servir a la mina y diseñó y financió una planta separada de US$125 millones que limpia el agua de un río para Arequipa.
Freeport tuvo que buscar el respaldo de autoridades locales, incluyendo el arzobispo. No fue lo único. Los habitantes de un barrio pobre recuerdan que en 2010 recibieron pelotas de fútbol para los niños y muñecas Barbie para las niñas, cortesía de Freeport. La empresa dijo que también patrocina programas educacionales.
Las obras no comenzaron hasta marzo de 2013. Sin embargo, conforme la economía china se desaceleraba y nuevas fuentes de producción se ponían en marcha, el cobre ya se encaminaba a otro ciclo de precios bajos, tras haber tocado su máximo de US$4,48 por libra en febrero de 2011. La complejidad del proyecto dificultó su avance.
“Necesitamos 10 meses y medio solamente para crear el espacio plano necesario para construir”, señala Red Conger, director de operaciones a cargo de la mina. Cerro Verde se ubica en una zona sísmica y todas las construcciones son diseñadas para soportar un terremoto de 9,5 grados en la escala de Richter.
Un proyecto de estas dimensiones no habría sido ni posible ni rentable hace algunos años, aunque los precios del cobre hayan sido altos, enfatiza Evans, el ex director de Rio Tinto. “Ahora hay camiones más grandes, taladros más rápidos y equipo de procesamiento controlado por computadora que puede apoyar minas a mayor escala”, observa.
El software de monitoreo, por ejemplo, detecta rápidamente problemas en los camiones, que pueden ser reparados antes de ser reemplazados, lo que ahorra costos.
La escala de Cerro Verde mantiene bajos los costos operativos, que son inferiores a US$1,50 por libra. Eso significa que aunque los precios ronden los US$2 la libra, su menor nivel en seis años, la mina genera ganancias operativas.
Es una de las minas más baratas de operar de Freeport, de modo que “habría que cerrar muchas minas antes de esta”, dice el presidente de Cerro Verde, Bruce Clements. La producción de minas gigantescas, sin embargo, contribuye a que los precios de los metales sigan por los suelos.
Después de registrar ganancias durante 15 trimestres consecutivos, Freeport ha anunciado pérdidas en los últimos tres. Su deuda asciende a US$20.700 millones, la mayor parte de la cual se acumuló durante las adquisiciones en 2013 de las energéticas McMoRan Exploration Co. y Plains Exploration & Production Co. en operaciones valoradas en US$19.000 millones.
“Estamos en un lugar complicado”, reconoce Adkerson. “Nuestra deuda es excesiva y tenemos que presentar estrategias de negocios para gestionar nuestras finanzas en un entorno difícil”.