La milicia ruandesa enciende de nuevo el conflicto por los minerales de sangre. Mientras el planeta mira hacia la primavera sangrienta de Siria otro conflicto se cocina, aunque en realidad es antiguo y parece interminable. Sólo baja de intensidad de vez en cuando para volver a encenderse como los volcanes activos que a veces iluminan por la noche su campo de batalla.
Foto: tanque del ejército del Congo
Fuente: diario El Mundo
Es la guerra del Congo o del coltán, como la llaman algunos, porque si bien el coltán no fue la razón primera de su estallido, si lo es de su continuidad. Porque estos minerales de sangre son su riqueza y a la vez su condena. Todos sus vecinos mojan en esta tierra que no conoce la paz y se aprovechan de su oro, coltán, casiterita (mineral del que se extrae el estaño), diamantes y hasta petróleo bajo las aguas de sus hermosos lagos.
Da igual que el precio de esa contienda sean cientos de mujeres violadas cada día, miles de desplazados, saqueos y cinco millones de muertos (más que ningún otro conflicto en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial). Hay que alimentar el progreso, aunque en su trastienda se use una picadora de carne humana.
Por ejemplo, semanas después de que la Corte Penal Internacional condenara al comandante rebelde Thomas Lubanga a 14 años de prisión por reclutar niños soldado, Human Rights Watch cifraba en 149 ‘kadogos’ (así se les conoce en la jerga militar) los secuestrados para luchar junto al grupo M23, liderado en la sombra por Bosco ‘Terminator’ Ntaganda, lugarteniente de Lubanga y en busca y captura por el mismo tribunal.
¿A quién beneficia esta guerra interminable? En la orilla este del lago Kivu se extiende Ruanda, un hermoso país de colinas y plantaciones de té, pero tan pequeño que está limitado en sus recursos. Todo comenzó cuando los tutsis recuperaron el poder tras el genocidio de 1994 que cometieron los hutus. Estos últimos se refugiaron en el vecino Congo temiendo la represalia tutsi.
Agentes encubiertos de Ruanda como ‘Terminator’ Ntaganda o Laurent Nkunda, ahora en situación de semilibertad en Kigali, fueron enviados junto a sus tropas a masacrar a los hutus que habían cruzado la frontera. Con esa táctica, Ruanda alejó la guerra de su territorio y justificó una ocupación militar en las zonas minerales que el Gobierno congoleño, a 2.000 kilómetros en la lejana Kinshasa, es incapaz de controlar. Ahora la Ruanda del presidente Paul Kagame, también acusado de genocidio en aquellas operaciones de castigo, ha vuelto a soltar la correa de ‘Terminator’ Ntaganda, que también fue niño soldado.
Fin del apoyo estadounidense
La responsable de una ONG que trabaja en Goma, capital de esta región congoleña, ya advirtió a este periodista el pasado octubre que Ruanda estaba armando y entrenando una fuerza militar poderosa en una isla del lago Kivu para volver a desestabilizar la zona. Sus peores temores se han cumplido. El M23 del escurridizo ‘Terminator’ es ese ejército del que todos hablaban hace unos meses. “Un reciente informe de la ONU prueba el apoyo de Ruanda a estos rebeldes del M23”, comenta a EL MUNDO Rosebell Kagumire, una periodista ugandesa que lleva años investigando este conflicto.
Estados Unidos, aliado y proveedor de material militar de la Ruanda del presidente Kagame, anunció hace unos días que cierra el grifo de las ayudas por culpa del descarado apoyo del país de las mil colinas, como se conoce a Ruanda, a grupos rebeldes como el M23. También lo han hecho Holanda y Alemania. “Lo que no conocemos es la implicación real de Uganda o Burundi, ya que también son dos de las salidas habituales del tráfico de minerales congoleños”.
En plena crisis económica ha crecido la demanda por su oro, ese eterno valor refugio. “En una partida que llegó a Emiratos Árabes encontraron diferencias sustanciales con las cantidades vendidas y las reconocidas oficialmente por el Congo. El mineral que falta es, evidentemente, para financiar a grupos armados o a las redes criminales del propio ejército congoleño, del que salen muchas de las armas que usan sus propios enemigos”, dice Kagumire.
Gracias a esa constante inestabilidad, Kinshasa ni puede explotar las minas ni mucho menos cobrar impuestos. Y sus vecinos necesitan la guerra para mantener un coltán barato, sin impuestos gubernamentales, gestionado por milicias fácilmente sobornables, como el M23 de Ntaganda, que factura 15.000 euros limpios a la semana en contrabando al mando de una brutal, chancletera y borracha soldadesca armada con lanzacohetes y kalashnikov.
Éxodo hacia Uganda
Estos enfrentamientos, cuya cifra de muertos nadie conoce todavía, han provocado un gran éxodo hacia Uganda de al menos 25.000 congoleños según denuncia Médicos Sin Fronteras, una de las pocas ONG que aún trata a pacientes en las áreas en conflicto. No sólo los civiles huyen. Los gorilas de montaña del parque de Virunga, una de las escasas reservas de esta especie en vías de extinción, han tenido que ser desplazados a zonas más seguras por la cercanía de los bombardeos.
25.000 congoleños han huído de la zona de Rutshuru hacia Uganda. | James Akena / Reuters
Como gran parte del Ejército congoleño y de las tropas paquistaníes de la ONU se han desplazado a Goma para protegerla, como ya sucedió en 2009, otras zonas como Kivu Sur como Hauts Plateaux han quedado a merced de otros grupos armados, como los hutus del FDLR (Fuerza de Liberación de Ruanda), los restos de la milicia ‘interahamwe’ (literalmente ‘los que matan juntos’) que en el genocidio de 1994 asesinó con machetes y otras armas primitivas a aproximadamente 800.000 tutsis y hutus moderados en Ruanda.
Mientras que este grupo armado avanza, los minerales de sangre salen por la frontera hacia Ruanda por carretera o por aire, a la vista de todos, dejando los bolsillos llenos a los corruptos funcionarios congoleños. Desde Goma, vía Kigali, viaja a las zonas fabriles de Shanghai, donde el Gobierno chino no se molesta en preguntar de dónde viene. Y de ahí a nuestros móviles, portátiles y tabletas.
Empuje rebelde
El M23 ya está a 21 kilómetros de Goma, la capital del este del Congo y principal salida de los llamados minerales de sangre. Se repite la situación de 2009, aunque en aquella ocasión un pacto de última hora entre Laurent Nkunda y el Gobierno de Kinshasa para integrar a este grupo en el Ejército congoleño detuvo el asedio.
“Podría tomar la ciudad si quisiera, pero no le conviene porque no podrá mantenerla mucho tiempo”, asegura el responsable de proyectos de una de una ONG que opera en Goma. Mientras que el ejército congoleño consigue a duras penas resistir el empuje de los rebeldes a 20 kilómetros del centro de Goma, la Monusco (la misión de paz de la ONU) ha roto su neutralidad y abre fuego contra las posiciones del M23, que va sumando aliados en el avispero de grupos armados de la zona.
Uno de los señores de la guerra Mai Mai (milicia creada por la población para autoprotegerse) se ha unido a la causa de ‘Terminator’ y ya controla parte de la zona minera de Walikale, que chapotea sobre enormes reservas de coltán y es escenario de violaciones masivas a mujeres, como la ocurrida en verano de 2011, con más de 280 mujeres asaltadas en una sola noche en la aldea de Luvungi.