En la selva misionera, entre empresas forestales y atractivos turísticos, el Pueblo Mbya sostiene su modo de vida ancestral, en conexión con la naturaleza. Son 130 comunidades en toda la provincia para las que “el monte es vida”. Fuente de alimento y medicina, materia prima para artesanías y viviendas. Visita a dos comunidades para escuchar sobre su cosmovisión y su actualidad.
Por: Sergio Alvez para Agencia TIERRA VIVA
Fotos: Juana Méndez
En Misiones existen 130 comunidades indígenas pertenecientes al Pueblo Mbya Guaraní, según datos oficiales. En ellas viven 11.506 personas. El mapa de comunidades se extiende por diversas regiones de la provincia, de norte a sur y de este a oeste. Algunas comunidades tienen poblaciones nutridas como Fortín Mbororé, en Puerto Iguazú, que cuenta con más de 1500 integrantes; o Perutí, en El Alcázer, con 735 personas. Pero la mayoría de las comunidades cuentan con poblaciones inferiores a los 300 habitantes, que lidian con amenazas constantes relacionadas a sus territorios, lo que amenaza sus formas ancestrales de vida.
Para el Pueblo Mbya, el monte representa el elemento principal sobre el que se proyecta la espiritualidad, el acceso a los alimentos y los modos de producción. A pesar de la presencia de un modelo extractivo, que en Misiones se traduce en la industrial forestal y el turismo, y acosa a las comunidades sin descanso, en las tekoa (aldeas) se mantienen las tradiciones, enraizadas de manera determinante al vínculo con la naturaleza.
A través del suelo, el agua y la selva, cada comunidad se provee de alimentos y medicina, por medio de sistemas que se traspasan de generación en generación, donde el sentido de lo colectivo, la cooperación, el resguardo de semillas y el cuidado del medio ambiente, irrumpen como características salientes.
En este esquema, a diferencia de la producción del campesinado no indígena, la comercialización de alimentos no es una práctica habitual. La kokueí (chacra pequeña) es el espacio en el que los cultivos y las cosechas se desarrollan bajo una lógica estrechamente conectada a la cosmovisión del Pueblo Mbya.
Cuidar el monte, cultivar la tierra y sostener la voz mbya
Asentada hace medio siglo junto a un caudaloso arroyo que confluye con el río Uruguay, el territorio de la comunidad mbya Chafariz se encuentra dentro del municipio de San Vicente. Actualmente, en esta aldea viven unas 32 familias, que suman en total 122 personas. Desde 2002, la comunidad cuenta con el título de propiedad comunitaria de este espacio de 104 hectáreas.
“Originalmente, antes de lograr el título de propiedad, nuestro territorio era más grande, pero con el avance de los colonos se fue reduciendo y las familias se reagruparon en un solo lugar”, cuenta Vicente Méndez, el joven mburuvicha (líder o cacique) de la comunidad Chafariz, que además es maestro dentro del sistema de Educación Intercultural Bilingüe, institucionalizado en el sistema educativo misionero.
Vicente cuenta que la producción agrícola es una actividad central para la comunidad. “Cultivamos principalmente maíz, batata, mandioca, maní, poroto, sandía y zapallo, entre otras cosas, destinadas al autoconsumo. Conservamos las semillas siguiendo las prácticas de nuestros antepasados, que nos enseñaron la importancia de cuidarlas”, relata.
El trabajo en la kokueí tiene rasgos similares al método solidario, adoptado por los colonos “blancos”, que se conoce como “minga”. “Organizamos jornadas de trabajo colectivo, especialmente los fines de semana, cuando los jóvenes no están en la escuela. Nos ayudamos mutuamente para limpiar las chacras de cada familia, y mantener la producción en buen estado”, cuenta el cacique.
En Chafaríz, cada familia elige dónde plantar y cuánto espacio usar, sin límites estrictos, sino en base a consensos relacionados a la cantidad de integrantes de cada núcleo familiar. “Nosotros no dañamos el monte, de ninguna forma. Usamos abonos naturales y después de las cosechas dejamos que la tierra descanse y se regenere. Sobre nuestra tierra nunca cayó una sola gota de veneno”, valora Méndez.
El monte brinda una inmensa cantidad de frutas que son recolectadas por temporada, y en su justa medida, por niños y adultos de las comunidades. Pitanga, nísperos, banana, mandarina y paltas, suelen abundar en las aldeas, que funcionan como reservorios de especies, que en muchos puntos de la provincia fueron arrasadas. “Las frutas se comparten con los pájaros. Nunca se vacía un árbol de frutas, ellos, como todos los animales, son parte”, explica el el joven mburuvicha.
El rol de las mujeres es protagónico y fundamental en la producción de alimentos aquí en Chafariz. Juana Méndez, una joven integrante de comunidad, explica que “el trabajo se enfoca en la colaboración y participación activa de todos los miembros. Entre todos se decide qué plantar y cuándo. Considerando de cómo está la luna y el clima, se limpia y prepara el suelo, se siembra y se cuida. Es un largo trabajo. Después de cosechar, todo se comparte”.
Otro aspecto importante, completa Juana, es la transmisión de conocimientos a las infancias: “Las mujeres enseñamos a nuestros hijos desde muy temprano a sembrar la tierra. Ellos crecen participando del proceso. Y así aprenden a mantener nuestras tradiciones”.
A dos kilómetros de la comunidad, se encuentra la escuela a la que asisten actualmente más de sesenta niñas y niños de Chafaríz. “Como estamos en un entorno trilingüe, donde se mezclan el guaraní, el castellano y portugués, tratamos de preservar nuestro idioma, pero que aprendan los otros. En este sistema escolar, la enseñanza es compartida con niños de la colonia, que no son indígenas pero también aprenden guaraní y respetan la cultura de sus compañeritos mbya”, valora el cacique y docente.
La resistencia del Pueblo Mbya, una cura frente al extractivismo
Ka´a Kupe es una comunidad ubicada a un lado de la ruta provincial 7, en la zona conocida como Valle del Cuña Pirú. Esta aldea y otras lindantes, sufrieron en los últimos años, intrusiones de empresas y desmontes en sus territorios. El mburuvicha Mario Borja, advierte: “El mayor problema que tenemos es que no podemos descuidarnos ni un solo día, porque el territorio es frecuentemente asechado”.
Pese a ello, la comunidad mantiene sus prácticas tradicionales de cultivo destinadas al autoconsumo y a la transmisión cultural. “Lo que más se planta es mandioca, batata, poroto, sandía y zapallo, no solo para alimentarse, sino también para compartir dentro de la comunidad y con visitantes. En cada cosecha, traemos los alimentos a los abuelos, al templo, para dar bendiciones a esa comida, en un ritual especial, que permite que el alimento quede apto para consumir y la persona lista para recibir esos alimentos”, comparte Mario.
“Nuestros abuelos nos enseñaron que el alimento es para la salud y para vivir bien, no para vender, aunque a veces, por necesidad también vendemos un poco de mandioca”, reconoce el cacique. En este territorio natural, abundan las plantas que el pueblo mbya considera sagradas y medicinales, pero que muchas veces son arrasadas por desmontes. En el caso de esta comunidad, el avance sobre el monte nativo está bajo amenaza por parte de la forestal Carba S.A.
“Cuando las empresas madereras arrastran árboles, destruyen plantas medicinales importantes. También hay plantaciones comerciales cercanas, como eucaliptos y pinos, que contaminan el monte y afectan las propiedades de las plantas. Esto nos preocupa. Luchamos por conservar nuestra medicina, y nos duele cuando los funcionarios de salud pública dicen que nuestra medicina no sirve y nos exigen preparar remedios como paracetamol o jarabes”, lamenta.
Además de alimentos y del vademécum de hierbas, las comunidades custodian extensiones de takuapi (tacuara o bambú), un recurso de vital importancia para la práctica ancestral de la artesanía, con la que especialmente las mujeres guaraníes realizan trabajaos de cestería, pero que además es utilizado en la construcción de viviendas y templos.
“Los colores de nuestras artesanías se obtienen de la extracción de tinturas vegetales, como la corteza de una planta de monte llamada catiguá, o de las hojas secas de ychypo pyta, y cenizas de fumo bravo o guatambú. Esto se hierve para lograr colores como el rojo tierra o el marrón. Esos son los colores que suelen verse en las guardas que tienen nuestros canastos por ejemplo”, explica Anselmo, uno de los artesanos del Cuña Pirú.
En el plano de la producción de artesanías, se destaca la elaboración de tallados con formas de la fauna autóctona y collares hechos con semillas. Por lo general, estas piezas se ofrecen comercialmente en puestos montados a la vera de las rutas, en ferias o en recorridas por los pueblos y ciudades de la provincia. “El monte nos da todo lo que necesitamos, y por eso lo cuidamos, y decimos que para nosotros el monte es vida”, defiende el cacique Vicente.
Publicación original: https://agenciatierraviva.com.ar/viaje-al-pueblo-mbya-donde-la-selva-es-hogar-alimento-y-medicina/