Petaquilla Gold ha construido una escuela, pero almacena cianuro en embalses que se desbordan.
Fuente: La Vanguardia
19/10/2011. Es obvio hablando con Carmelo Yangüez en la terraza de su humilde vivienda de madera, color verde pastel, con huerta de café y banana. Seis años de lucha contra la mina de oro de la multinacional canadiense Petaquilla Gold empiezan ya a mermar la moral. “La gente se va aflojando, buscan trabajo en la mina; los políticos locales se han vendido”, dice Yangüez, residente en Coclesito, un pueblo de unas 300 familias campesinas en medio de la selva del noroeste panameño, a unos 15 kilómetros de la mina.
Hace dos años, cientos de vecinos de Coclesito y las comunidades indígenas río abajo cerraron la carretera de tierra a la mina durante 17 días en protesta contra el proyecto de extraer oro y procesarlo con cianuro en una región de exuberante pero frágil biodiversidad.
Luego, llegaron los antidisturbios. “No estamos acostumbrados a esa clase de violencia; nos metieron miedo”, dice Yangüez. Sin elaborar el obligatorio informe de impacto medioambiental, Petaquilla inició la producción a primeros del año pasado. Dice que ya extrae 7.000 onzas de oro cada mes, más de ocho millones de euros a precios actuales. Ante el hecho consumado, muchos indígenas han aceptado las ofertas de reubicación de Petaquilla, sin consultar con un abogado, dice Yangüez. “Hay mucha propaganda de la empresa sobre el desarrollo, y mucha gente se lo cree”. indica.
Y, desde luego, Petaquilla –con sede en la ciudad canadiense de Vancouver– echa mucha imaginación a sus campañas de relaciones públicas. Subiendo en un 4×4 por la carretera a Coclesito –un hervidero de actividad constructora con decenas de nuevas excavadoras Caterpillar y camiones Mack–, carteles con el sonriente niño petaquillín advierten: “¡No boten basura!”. Hay huertas de productos orgánicos patrocinadas por Petaquilla que “no producen nada”, dice Yangüez.
Tras arrasar 5.000 hectáreas de selva para la mina, la empresa está reforestando una zona junto al río que, según los habitantes del pueblo, ya tiene abundancia de árboles y plantas. Petaquilla ha financiado un nuevo colegio donde “los maestros no pueden hablar en contra de la mina”, dijo otro residente de Coclesito, Rufo Lorenzo.
Pero lo más imaginativo de la campaña de imagen de Petaquilla es el programa de desarrollo turístico ideado por la Fundación Castilla de Oro, creada por Richard Fifer, ex gobernador del estado de Coclé, ahora consejero delegado de Petaquilla Gold. La fundación pretende fomentar la construcción de “hoteles, centros de convenciones y parques temáticos (…)”, para “recuperar esta región dentro del mapa turístico internacional (…), un paraíso terrenal donde los visitantes podrán recorrer los pasos de los aventureros del siglo XVI”, según su propaganda.
Desde luego, Coclesito tiene un pasado hecho a la medida de un superparque temático. Colón construyó su primer asentamiento muy cerca de aquí en enero de 1503 y anunció eufórico que había visto más oro que en sus tres viajes anteriores. Luego, Quibian, el líder de los indígenas ngobe, movilizó a las diversas comunidades indígenas en la región para expulsar a los españoles. “Es donde se produjo el primer descubrimiento de oro y la primera revuelta indígena”, dice el catedrático Julio Yao. “Y es lo que hace falta ahora”.
El problema para cualquier proyecto turístico en Coclesito no es el pasado sino el presente. La mina Petaquilla se ha excavado en la cabecera de tres ríos en una zona de lluvias abundantes. La empresa separa el oro de la roca molida utilizando enormes cantidades de agua y cianuro y almacena los residuos en grandes embalses que se desbordan con frecuencia. “Cada vez que se desbordan aparecen peces muertos”, dice María Muñoz, líder campesina, mientras enseña fotos de cientos de peces flotando en el río.
Petaquilla y Fifer niegan que haya derrames tóxicos. Su portavoz, Carlos Salazar, hasta bebió un vaso de agua del río ante las cámaras de televisión. Insisten en que la mina traerá desarrollo, infraestructura, inversión, y empleo. Pero en Coclesito la gente parece mas resignada que convencida. “Quisiera una carretera sin mina”, indica Darío Saavedra, un joven ganadero que trae vacas esqueléticas recorriendo cien kilómetros desde su pueblo en Taobre, accesible sólo por río o a pie. La familia Pérez, una de cientos que viven en condiciones de pobreza absoluta al borde de la carrera en construcción, aseguraron que estaban en contra de la mina.
Petaquilla Gold es sólo el principio. Otra empresa, Minera Panamá, con muchos de los mismos accionistas que Petaquilla, ha recibido la concesión para excavar una enorme mina de cobre en un área tres veces más grande que la mina de oro. Otro megaproyecto minero se negocia en Cerro Colorao, en medio de la comarca de los ngobe actuales, donde se cree que puede estar el yacimiento de cobre más grande de América. En Cerro Colorao, sin embargo, los ngobe reivindican el espíritu guerrero de Quibian. “Si abren una mina, habrá incidentes”, señaló Lorenzo Montero, uno de los líderes de los ngobe, durante una cena en Ciudad Panamá. “En Petaquilla han diezmado las fuerzas de la gente, pero esto no nos va pasar a nosotros”.
Para España estas son mucho más que historias exóticas sobre el nuevo Eldorado. Petaquilla Minerals negocia en estos momentos la reapertura de dos minas de oro en Huelva donde pretende explotar hasta 10 millones de onzas, según explicó Fifer en una entrevista con su propia fundación el mes pasado. “España está reconectando con sus recursos naturales”, dice en un inglés impecable con acento americano. “Tenemos una buena reputación que se manifiesta en la disposición de los alcaldes de la región a viajar a España y dar el mensaje de que el concepto corporativo de Petaquilla es la participación en la comunidad y en la enseñanza”.