La locomotora de la minería y los hidrocarburos que el presidente Juan Manuel Santos pretende poner en marcha para jalonar la economía y que figura en el Plan Nacional de Desarrollo, como los proyectos ferrocarrileros del siglo XIX, hechos de la mano del capitalismo y a punta de muertos y de prácticas esclavizantes, amenaza con aplastar todo lo que se le ponga por delante. Para empezar, lo que tiene enfrente es, ni más ni menos, el futuro del país.

Por Juan Alberto Sánchez Marín

21/02/2011. El tema de la minería ha venido haciendo estragos mediáticos en Colombia. Los libretistas de la ficción informativa y noticiosa nacional han estado encantados, y los medios para los que trabajan no han escatimado minutos para divulgar en lacrimógenas historias la dura realidad de los mineros. Historias de vida subidas de melodrama.

Porque nuestra idiosincrasia no da para los finales rosa al estilo de los 33 mineros chilenos de Piñera, los nuestros vuelan en pedazos por los aires oscuros de los túneles y se quedan atascados por siempre al otro lado del endeble agujero de la vida, o sea, muertos, y ni siquiera sirven para abrazos por entre un tubo o para circenses espectáculos políticos.

Las montañas son destripadas y, cómo no, cada hueco explota y pulveriza lo que tenga adentro. Son minas, literalmente, echadas por tierra.

En junio de 2003, 73 mineros murieron en una explosión en la mina de carbón San Fernando, municipio de Amagá, departamento de Antioquia. En Sardinata, Norte de Santander, a finales de enero de este año, una nueva explosión en la mina de carbón La Preciosa, ¡qué fea ironía!, dejó 21 muertos más.

Otros cinco mineros murieron una semana después tras otra explosión de gas metano en otro yacimiento carbonífero en Peñas del Boquerón, departamento de Cundinamarca, que se suman a los enunciados y a los 173 que en total perecieron durante el año pasado en explosiones parecidas en el país.

Pero resulta que el tema no es de lloriqueos ni de frases dichas de labios para afuera. Mineros muertos, heridos o inválidos, familias pobres y desamparadas, huérfanos del carbón e infantes hundidos en socavones, son sólo una parte de un problema que pareciera que el país descubre cada cierto tiempo, tragedia de por medio, y olvida en menos de lo que reabren las minas cerradas por el gobierno en medidas desviroladas o vuelven a hundirse en la tierra los miles de pobres que en Colombia no saben ni pueden hacer otra cosa.

Esta es la cara que escandaliza, que ocasiona santiguadas con exaltación en las fotos, golpes de pecho hipócritas en la televisión, pero que no le importa a nadie. Ni al estado con el disfraz del gobierno que tenga, ni a muchos del resto de colombianos que creemos que no vivimos hundidos aun más abajo del subsuelo.

La faz que importa, como siempre, no se ve. Las lentes de las cámaras están hechas para mirar sólo lo que los aturdidos ojos detrás quieren mirar. Y los ojos de los medios están hechos para no ver y los periodistas pululantes están contratados para no mostrar.

La otra parte del problema no la vemos porque es grande, grandísima, y demasiado importante. Es oculta porque despedaza al país, de verdad lo hace más miserable, pero también enriquece infinitamente a funcionarios de todos los ámbitos y niveles, medios de todos los caletres y coberturas, y riquísimos de bisoñé entero y no de medio pelo, que no son de aquí y sí son de allá, o que si son de aquí trabajan a sueldo para los de allá, los de las metrópolis, en el sentido colonial del término.

Es la megaminería a cielo abierto. Una práctica infame extendida en el país, que amenaza con propagarse cada vez más, con el beneplácito gubernamental y la aquiescencia del legislativo. Nada nuevo, claro está. Un funesto legado ancestral del despojo colonial en su forma económica más característica: el enclave.

Las transnacionales poseen más de 43 mil kilómetros cuadrados en concesión, un área tan grande como los departamentos de Boyacá y Cundinamarca juntos. Pero es apenas el comienzo. En los mapas de perfiles y proyecciones mineras figura casi todo el territorio nacional (1). No se escapan ni las llamadas zonas protegidas, las reservas estratégicas ambientales, como los páramos, por ley intocables, pero feriados por la gracia divina de Álvaro Uribe Vélez durante su gobierno, ni siquiera al mejor postor, sino a los peores: las empresas transnacionales.

Desde la fuente viene el agua sucia

El principal lazo de unión de los europeos con el Nuevo Mundo fue la producción minera y el comercio desarrollado alrededor de ella.

España tuvo durante mucho tiempo el dominio sobre el suelo y el subsuelo de América, en virtud del último gran acto de soberanía universal del pontificado romano: Las Bulas de Donación de Alejandro VI a los Reyes de Castilla, en 1494. Esto determinó que quienes se dedicaran a la actividad extractiva debían pagar a la Corona un impuesto del 20% del producto, conocido entonces como “el quinto real”.

Hoy en día, las transnacionales cancelan al estado colombiano unas regalías irrisorias, que no llegan al uno por ciento del total saqueado. En mordaz contraprestación, reciben altísimos descuentos en el impuesto de rentas. Y no pagan cinco centavos por la destrucción causada a la tierra, al agua, la biodiversidad y las comunidades. Menos aún por las graves consecuencias genéticas que el uso de tóxicos tiene para las ciudades y pueblos que perjudican. Mejor dicho, aunque también insuficiente por lo grave de su actividad, estas transnacionales están lejos de pagar siquiera el quinto real de otrora.

Los indígenas, en los tiempos pretéritos de la Conquista, fueron la fuerza de trabajo de la minería, y blancos y mestizos eran los supervisores y propietarios. Una costumbre que nunca se perdió, aunque se diversificaran o variaran las prioridades de la codicia: plata, caucho, maderas, petróleo, en fin, toda clase de materias primas que hicieron parte de la voracidad de las metrópolis y se unieron pronto a la del oro.

Más de 85 millones de indígenas murieron a causa de la invasión, las pestes y el trabajo esclavo. “Lo que no lograron con sangre, lo consiguieron con sobornos”, como afirma el cineasta argentino Fernando Solanas (2).

Unas prácticas y unas estrategias que se mantienen intactas y vigentes. Los indígenas siguen sufriendo por los siglos de los siglos el desplazamiento de sus territorios y el asesinato de sus líderes. A ellos se les unen ahora los miles de pobres que habitan los pueblos mineros, los cientos de miles que habitan un poco más abajo y que dentro de poco quedarán sin agua y padecerán las malformaciones, y los millones de colombianos que nos vamos quedando sin páramos, sin bosques, sin país.

Hasta 1650, España se había llevado de América más de 4 mil toneladas de oro y 16 mil de plata. Cifras que pueden parecer altas, pero que no lo son tanto si las comparamos con la producción actual de estos minerales.

Las obvias mejoras de la productividad industrial del sector minero y de la tecnología de extracción, unidas a las técnicas más sofisticadamente despiadadas, permiten que actualmente, en un solo año, la producción mundial de oro supere las 2,300 toneladas, es decir, más de la mitad de todo lo extraído por los españoles en 120 años. Y que, para el caso de la plata, sólo la producción de México, en un año, esté alrededor de las 2.800 toneladas (3). Así, sólo un país, que concentra el 16% de la producción mundial, alcanza en un año el 17.5% de todo el recurso saqueado durante la Conquista.

“El oro no apaga la avaricia” (Plutarco)

Al maestre de campo y gobernador de Chile, don Pedro de Valdivia, lo sorprendieron Caupolicán y Lautaro, al frente de araucanos sublevados. Fabula Eduardo Galeano y dice que entonces los indios “le hacen tragar tierra, puñado tras puñado, le hinchan el cuerpo de tierra de Chile, mientras le dicen: “-¿Quieres oro? Come oro. Hártate de oro.” (4)

¿Cuánto metal precioso se necesita para hinchar de oro, digamos, a AngloGold Ashanti, GreyStar, Cerromatoso, Carboandes, Drummond o Muriel Mining Corporation? El maestre de campo don Pedro, quien rasguñó valles enteros chilenos buscando oro y apenas halló la muerte, viéndolo bien, padecía un apetito aurífero ligero si lo cotejamos con la avidez del presente.

La acometida transnacional minera al país se lleva a cabo en casi todas las regiones, en casi todos los flancos y causando todos los daños, sin el casi. Según la propia Ingeominas, desde 2004 el gobierno ha entregado 1.536 títulos para explorar y explotar yacimientos de oro, y hay otros 7.770 en trámite.

Las riquezas del Nuevo Mundo sirvieron para dividir las naciones y empobrecer a sus pueblos. El mismo flaco servicio prestan ahora. Las transnacionales de la minería minan las comunidades y las dividen para reinar. Financian las fiestas populares, costean las carrozas y sufragan los abalorios de las reinas del pandebono y la aguapanela; seducen a dirigentes y sobornan a burócratas; adquieren investigaciones universitarias e investigadores; compran en rebaja togas y jueces.

Y, mientras tanto, siembran cizaña contra los pequeños mineros, demonizan a los opositores y se valen del aval gubernamental para deshacerse de cualquier incomodidad.

Hace varios siglos, conquistadores obnubilados por el oro, como Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada, Nicolás de Federmann, Francisco de Orellana, Gonzalo Pizarro, Sir Walter Raleigh, Felipe de Utre o Lope de Aguirre, padecían las inclemencias de las tierras vírgenes, atiborradas de pantanos y mosquitos.

Ahora, desde un sillón en cualquier parte, se hacen movimientos especulativos y se compran y se venden estas tierras prósperas, pero sin dios y sin ley lo mismo que hace 400 o 500 años. Los campesinos, los indígenas, los afrodescendientes, son los mosquitos.

Como la canadiense Medoro Resources, que ha comprado en el país reservas de 12 millones de onzas de oro, que cuestan unos 8.400 millones de dólares, por la bicoca de 37.5 millones. Un ejemplo gráfico del asunto. Transnacional que, a propósito, dejó en el baúl sus 11 títulos mineros en la misérrima Malí, y, muy creíblemente, el yacimiento “Lo Increíble” en Venezuela, donde paso a paso están tratando de meter en cintura a estas compañías, y pareciera que orientó sus fauces hacia Colombia, específicamente, a Marmato, en el departamento de Caldas, como se puede deducir con una simple ojeada a su portal (5).

La locomotora loca

La locomotora de la minería y los hidrocarburos que el presidente Juan Manuel Santos pretende poner en marcha para jalonar la economía y que figura en el Plan Nacional de Desarrollo, como los proyectos ferrocarrileros del siglo XIX, hechos de la mano del capitalismo y a punta de muertos y de prácticas esclavizantes, amenaza con aplastar todo lo que se le ponga por delante. Para empezar, lo que tiene enfrente es, ni más ni menos, el futuro del país.

Sin pautas claras, con instituciones débiles, cada quien con cartas bajo la manga, cuando ni siquiera existe la capacidad para inspeccionar o vigilar las minas registradas, ni la voluntad de hacerlo, o con los bríos comprados para lo contrario, lo que esta locomotora promete es acentuar los deterioros conseguidos por años, cruzando desbocada por donde se le antoje y menoscabando aún más el medio ambiente.

La mentada inversión extranjera, durante 2009, se orientó, en un 98%, hacia la minería. Son dudosos, por decir lo menos, unos gobiernos que asientan tantas esperanzas en tan viejas prácticas, haciendo de Colombia un país con la economía basada en la extracción de recursos. Una vuelta al pasado gracias al juego del libre comercio, que impide el desarrollo de la ciencia y la tecnología, y sofoca cualquier posibilidad de industrialización.

En las regiones donde las transnacionales mineras tienen intereses manifiestos, las comunidades mineras empiezan a ser amenazadas por los grupos paramilitares, ahora denominados Águilas Negras, Nueva Generación, Rastrojos y/o Bandas Emergentes o Bandas Criminales (6).

El gobierno ha hecho referencia a la presencia de intereses de la guerrilla en la minería, pero ni en voz baja ha mencionado la profunda infiltración paramilitar en el sector. Y en el medio, los mineros, los pequeños mineros o “barequeros”, criminalizados por el propio presidente Juan Manuel Santos, quien ve en ellos una fuente de financiación de las FARC y los grupos criminales.

Un allanamiento del camino para las transnacionales, donde el miedo y el terror hacen la limpieza territorial necesaria para adelantar las explotaciones. El aparato represor completa así el trabajo institucional abierto del engaño y del engatusamiento. A las buenas o a las malas, la protesta social es impedida. Los lugareños nunca son consultados, los estudios desfavorables son alterados o desconocidos, las opiniones en contravía son espantadas. No es hipocondría, es que de cierto estamos graves. Ni es paranoia, es que de a de veras nos persiguen. Miremos bien para atrás, si no.

La sudafricana Anglogold Ashanti ha sido una transnacional de prácticas malvadas y mafiosas. Su llegada al país, incluso, fue a hurtadillas, bajo seudónimo, con nombres camuflados y socios testaferros que en realidad eran altos funcionarios internacionales de sí misma, o sea, de la Anglogold, según investigaciones del periodista Gearóid O. Loingsigh. (7) Su verdadera identidad sólo se revela cuando se anuncia el descubrimiento de La Colosa, en Cajamarca, departamento del Tolima. Ahora la transnacional reconoce que está en el país desde el año 2000, “tres años antes de fundar su empresa fachada”.

Con un pasado negro en Sudáfrica, beneficiaria del Apartheid, donde generó “grandes ganancias a costa de las mayorías negras”, y que tuvo que pedir perdón por el “error” de financiar grupos paramilitares en la República Democrática del Congo, lo menos que transnacionales como la Anglogold deben generarnos es mucha desconfianza.

Y eso que esta es de las buenas. De las que, a lo menos, prometen que rearmarán y reverdecerán las montañas que derrumben, lavarán las aguas que infesten, se tragarán los charcos letales que provoquen y reconstruirán con prótesis los niños que desfiguren. De las buenas, insisto, porque otras ni siquiera se toman el trabajo de mentir. Se quedan en el descabezamiento de los sindicalistas, como la Drummond, o en la protección acérrima de sus secuaces, como la Drummond, defendiendo a Uribe de las acusaciones en una corte de Estado Unidos por vínculos de la empresa con los paramilitares.

Tarareamos hasta la fatiga que somos un país rico en biodiversidad. El cuarto, según el Instituto Humboldt. Los bosques cubren un 40% del país, que acogen el 10 por ciento de las especies vivas del planeta. La única cosa en la que con certeza podemos considerarnos una potencia. Cosa nada despreciable, pues por ahí andan las estrechas posibilidades de perdurabilidad que tenemos como especie, en un planeta que estamos volviendo un desierto, un desaguadero, un moridero.

La megaminería a cielo abierto por lixiviado con cianuro provoca impactos devastadores sobre los ecosistemas y los humanos, y desertifica y modifica la superficie terrestre. Metales pesados y metaloides, como el cianuro y el arsénico, se utilizan por toneladas, y el agua potable se ensucia por metros cúbicos. Por decir algo, para obtener un gramo de oro se gastan mil litros de agua por segundo. En otros términos, una mina se gasta en un día de extracción el agua que consume una ciudad de más de medio millón de habitantes.

Dijo una vez el Mahatma Gandhi que “en la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto para satisfacer la avaricia de algunos”. En un país en donde nunca estamos sentados a la mesa ni para las cosas nuestras, no hay otra opción: Terminamos haciendo parte del menú.

Los mineros muertos año tras año en el país, los que mencioné y los cientos que vendrán, son parte de él. Y dado que la francachela y la gran comilona arrecian: Desestabilizadas las laderas, alterada la dinámica fluvial y deprimido el nivel freático, entre tantas otras cuitas, ¿cuál agujereado polvorón o qué amargo bistec somos?

Notas

(1) Portal de Información Minera Colombiana. http://www.imcportal.com

(2) “Tierra sublevada: Oro impuro”. Dir. Fernando E. Solanas. 92 min. Argentina, 2009.

(3) Wikipedia. Revolución de los precios. http://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_de_los_precios

(4) Galeano, Eduardo. Memorias del Fuego, I. Los nacimientos. Pág. 139. Ed. Siglo veintiuno editores, 1982.

(5) Portal de Internet de la transnacional canadiense Medoro Resources, en: http://www.medororesources.com/

(6) Kaos en la Red. “Paramilitares amenazan de muerte a los que denuncian irregulares concesiones a Multinacionales Mineras”. Organizaciones de DDHH. Alvear Restrepo. En: http://www.kaosenlared.net/noticia/alerta-paramilitares-amenazan-muerte-denuncian-irregulares-concesiones

(7) “El lado oscuro de Anglogold Ashanti”. Revista El Salmón. Págs. 4 y 5. Julio – Diciembre de 2009.

– Juan Alberto Sánchez Marín es Periodista y director de cine y televisión colombiano.

http://juanalbertosm.blogspot.com