Famatina y los nuevos espejitos de colores – Por Enrique Viale – 22/01/12 – La pueblada de Famatina está marcando un hito histórico en la defensa de los territorios en nuestro país y un punto de inflexión en el saqueo económico, devastación ambiental y degradación social, cultural e institucional que significa la figura extrema del extractivismo: la megaminería.

Se diferencia respecto de la minería tradicional fundamentalmente en su escala y en su modalidad de explotación, lo que la hace inherentemente contaminante, insostenible e imposible de controlar. Para extraer los minerales diseminados en grandes extensiones de territorio, esta actividad se realiza a cielo abierto con el uso de colosales cantidades de energía, explosivos, agua y sustancias extremadamente tóxicas para separar la roca del mineral. En nuestro libro 15 mitos y realidades de la minería transnacional, presentamos distintos datos, aportados por las propias empresas, que nos sirven para comprender su real magnitud.

Así, por ejemplo, el emprendimiento minero Pascua Lama (San Juan) removerá rocas por 1.806 millones de toneladas en todo su proceso extractivo; La Alumbrera (Catamarca) tiene autorizado emplear más de 86 millones de litros de agua por día, mucho más que el consumo total de la provincia. En materia de explosivos, también los datos son espeluznantes: sólo en Pascua Lama se arrojará durante el proceso extractivo la friolera de 493.500 toneladas, casi la mitad de los lanzados en la Segunda Guerra Mundial. Por estos motivos es que la gran minería se apropia de los territorios donde se desarrolla compitiendo –desproporcionamente– por los recursos con las actividades previamente establecidas. Así, las producciones agropecuarias de las zonas cordilleranas y precordilleranas son incompatibles con esta actividad.

Por su parte, el régimen jurídico aplicable a la minería cuenta con un tratamiento impositivo y financiero diferencial, con beneficios exclusivos para el sector como ninguna otra actividad. Ello permite que coexistan empresas inmensamente ricas y pueblos extremadamente pobres, como ocurre en la provincia de Catamarca. Lo mismo ocurre en la provincia estrella de la gran minería, San Juan –tan elogiada por el gobernador riojano, Luis Beder Herrera–, que, a pesar de tener hace muchos años en funcionamiento algunos de los mayores emprendimientos mineros del país, la pobreza e indigencia (según datos del Indec) bajó en mucho menor proporción que en el resto del país, durante el último ciclo de crecimiento económico. En esta provincia, en concepto de regalías, la empresa Barrick Gold, por Veladero (la mina más grande de la provincia), aportó en el año 2009 sólo la suma de 38 millones de pesos, menos del 1% del total de ingresos totales provinciales.

Los nuevos espejitos de colores también son divulgados por el propio secretario de Minería de la Nación, Jorge Mayoral, quien –en pleno debate parlamentario por la ley de glaciares– afirmó temerariamente que “la minería ya genera 500 mil puestos de trabajo en el país”. Lo desmiente el propio Indec: en 2010 hubo 7.127 trabajadores registrados en explotación de minerales metalíferos, lo que equivale al 0,045% de la Población Económicamente Activa (PEA).

No existe en Latinoamérica ninguna región que haya logrado un desarrollo socioeconómico con la gran minería, a lo sumo puede generar “crecimiento económico” (aumento del producto interno bruto), como sucede en el Perú minero, pero éste es volátil, con escaso “derrame”, sin auténtico desarrollo para la población y una alarmante reprimarización de la economía. Paradójicamente, las transnacionales mineras tienen un método capitalista de obtener sus ganancias y un método comunista para socializar sus pasivos ambientales.

La historia lo demuestra, por donde pasa la gran minería sólo queda saqueo, territorios devastados y empresas aún más enriquecidas. De todo esto se está defendiendo el pueblo de Famatina.

Por estas razones es que el economista ecuatoriano Alberto Acosta ha acuñado la frase: “La maldición de la abundancia”, para caracterizar el extractivismo extremo en nuestra región, a la cual históricamente se le ha reservado el rol de exportadora de naturaleza, sin considerar sus impactos desestructurantes sobre la población ni los efectos socioambientales. Aunque los gobiernos no lo adviertan, serán los pueblos –como el de Famatina– los que no dejarán que se sigan escribiendo capítulos de Las venas abiertas de America Latina.

*Abogado ambientalista, miembro del Colectivo por la Igualdad y Voces de Alerta