Buenos Aires, Argentina – 02/07/08. Si vinieran unos tipos y les dijeran: “Señora, señor: venimos a matarlos”, creemos —esperamos— que ustedes no les responderían “de acuerdo, arreglemos, ¿cuánto pagan?”. Pero lo que no haríamos individualmente lo estamos haciendo como sociedad: decimos “señores, la minería a cielo abierto, el cultivo de soja, con sus desmontes y herbicidas y agroquímicos venenosos, todo eso es muy dañino, garpen si quieren hacerlo, pónganse con retenciones y regalías bien grosas…”.
Por Vecinos Memoriosos
Morir de retenciones
Si vinieran unos tipos y les dijeran: “Señora, señor: venimos a matarlos”, creemos —esperamos— que ustedes no les responderían “de acuerdo, arreglemos, ¿cuánto pagan?”.
Pero lo que no haríamos individualmente lo estamos haciendo como sociedad: decimos “señores, la minería a cielo abierto, el cultivo de soja, con sus desmontes y herbicidas y agroquímicos venenosos, todo eso es muy dañino, garpen si quieren hacerlo, pónganse con retenciones y regalías bien grosas…”.
El enfoque de nuestros gobernantes y de quienes los apoyan parece ser que si se puede meter mano en esos negocios y sacarla llena de dinero —aunque éste no tenga por destino las arcas del Estado— no hay nada más que decir. Pero, ¿es así? Si todos —¡hasta el pueblo, por qué no!— pudieran sacar su tajada de esa torta de guita, ¿estaría todo bien?
No, estaría y está mal; terriblemente, trágicamente mal.
¿Usted piensa que el glifosato —una vez cumplida su tarea en cada cosecha— se autodestruye, como las grabaciones de “Misión Imposible”? Pues no: se infiltra en el suelo, llega a las napas, a los acuíferos, escurre a los arroyos, ríos, lagunas y esteros. Contamina el agua y con ella los productos vegetales y animales que consumimos. Tiene efecto residual y acumulativo. Lo mismo ocurre con el drenaje ácido originado por la pulverización de la montaña en la minería a cielo abierto: disuelve metales pesados presentes en las rocas, como plomo, arsénico, cadmio o mercurio y los arrastra hacia las aguas superficiales y profundas. Y eso nos envenena, también.
Aunque el saldo entre creación y destrucción de empleo por estas actividades fuera positivo, aunque la ganancia de la explotación minera y de los agronegocios se repartiera entre los habitantes del país y no se la llevaran, como ahora, las multinacionales mineras, semilleras y agroexportadoras, ¿valdría la pena? ¿Para qué? ¿Para tener hijos deformes? ¿Para comprarnos espléndidas tumbas?
VECINOS MEMORIOSOS
2-07-08.