Las alertas sobre los accidentes ambientales en Veladero, la mina de oro que explota desde hace 12 años la empresa Barrick Gold, siempre llegaron por un mensaje de WhatsApp. Por eso, los vecinos tienen un ritual: ante el rumor de un nuevo derrame de solución cianurada, miran con detenimiento su celular. Es casi una paradoja porque la conexión a la Web aquí obedece a cuestiones vinculadas con el azar. “Internet está en el aire”, bromean los vecinos, mientras levantan el teléfono para tratar de captar algo de señal.
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Fuente: La Nación
La advertencia sobre el segundo derrame repitió la modalidad de la del año pasado, pero con menos datos. “Averigüen, pasó algo raro”, leyeron en un mensaje los asambleístas que acampan en la plaza 25 de Mayo desde hace un año.
“Ahí empezamos a movernos; íbamos armando la historia hasta que el senador kirchnerista Ruperto Godoy lo confirmó”, señaló Domingo Jofre a LA NACION.
“Hartazgo” e “intranquilidad” son las palabras que más se repiten en esta ciudad y en los pueblos aledaños, como Tamberías y Villa Mercedes. Y no sólo entre los asambleístas, sino también entre los que hace un año creían que el reclamo era “exagerado”.
Ahora dudan y se suman -aunque no se movilizan- al pedido de mayores certezas y de “más seriedad” en la forma en que se maneja el tema. No pueden entender que, por segunda vez, el gobierno provincial y la empresa canadiense hayan demorado seis días en comunicar el nuevo derrame.
Por ahora la actividad de la minera Barrick sigue suspendida sin fecha determinada. Desde la empresa anticiparon a LA NACION que “parte del personal se encarga de las obras encomendadas” por el gobierno provincial. El ministro de Minería local, Alberto Hensel, señaló que se le exigió a la compañía que eleve las áreas que actúan como tapones del líquido y de los materiales (bermas) y que instale cámaras de monitoreo en toda la zona para que la Policía Minera pueda ver en tiempo real si se producen fugas de solución cianurada en alguna de las fases del proceso.
“Se mejorarán las bermas que delimitan el perímetro del valle de lixiviación, de 7,5 kilómetros de longitud; se realizará la limpieza de todas las bermas y se colocarán bolsas aislantes e impermeables rellenas con material aislante para aumentar su altura y se limpiarán también los canales perimetrales norte y sur, cuya función es evitar que el agua de deshielo entre al valle”, plantearon voceros de la Barrick. Afirmaron que usarán distintos equipos, como topadoras, retroexcavadoras y camiones volcadores.
Hensel insistió en que el freno a las actividades dependerá de “la rapidez” con que se cumpla con las mejoras. Por ahora, ningún funcionario provincial volvió a mencionar la posibilidad de una multa a la compañía. Algo que habían deslizado pocas horas después de que se conoció el incidente.
Más allá de las acciones de los asambleístas, la preocupación por la explotación minera a cielo abierto y sus posibles consecuencias está presente en esta ciudad. Desde pizarrones instalados en la puerta de los negocios a una leyenda en el tronco blanqueado de un árbol, todo espacio parece indicado para opinar y manifestar enojo e incertidumbre (ver aparte).
A los temas de agenda permanente desde hace un año, anteayer se agregó una cuestión más cuando la municipalidad entregó a los asambleístas los resultados de los análisis de agua que realiza la Universidad Nacional de Cuyo. Por primera vez, desde que comenzaron los controles el año pasado, apareció mercurio en Mogma, una localidad a unos 70 kilómetros de Jáchal. La planilla marca “menor” a 0,001 que es el límite fijado por el Código Alimentario Argentino. “Pero está y antes no”, apunta uno de los líderes de la asamblea, Saúl Zeballos.
En una mesa de un bar frente a la plaza dos parejas conversan sobre el segundo incidente. “No da para más, así no se puede vivir”, dice uno de los hombres. “Pero si el escándalo sigue tampoco le venderemos nada a nadie. No nos van a querer”, razona una de las mujeres.
“Así es todo el día. Había pasado un poco. Muchos estaban preocupado, pero ahora el tema regresó. Encima, sin internet es más difícil enterarse. Andan todos desesperados”, dice Miguel, el mozo que atiende la mesa. De paso, cuenta que para los estudiantes de Jáchal, la Universidad Nacional de San Juan hizo una excepción y permite trámites personales por la falta de red. “Ni estudiar a la distancia se puede”, se queja su compañera de trabajo.
Roberto Hernández. “No peleo por mí, sino por mis nietos”
“Somos pasajeros de la vida. Yo ya no me puedo ir en cualquier momento. Ahora, peleo por mis nietos”, dice Roberto Hernández, de 66 años, en el patio de su casa en esta localidad a 18 kilómetros de Jáchal. Junto con su hermana, Estela, de 58 , cultivan seis hectáreas de membrillo y crían algunos animales.
“Vivimos pendientes de lo que va a pasar”, dice Estela. No sólo les preocupa la calidad del agua, sino que particularmente están atentos al polvo en suspensión.
Sobre todo, Roberto que debe seguir un tratamiento médico por su bronquitis crónica. Espera que llegue octubre. Ese mes, según señala, el viento rota y deja de soplar de Oeste a Este. Ahora, describe, “viene, gris, desde Veladero”. Señala los troncos de los árboles de membrillos para mostrar unas “llagas” (protuberancias) que él relaciona con el polvo en suspensión.
Sus vidas cambiaron desde el último derrame de solución cianurada en septiembre del año pasado. Sus rutinas son otras: una o dos veces por semana van hasta una vertiente del pueblo -que no proviene del cauce del río Jáchal, donde se produjo el vertido anterior- y compran el agua potabilizada para lavar los platos y cocinar. Para consumo, compran agua mineral.
Ramón Cabanay: “Tenemos miedo de que sea peor”
En la puerta del almacén de Ramón Cabanay, de 50 años, hay un pasacalle en el que se lee un pedido para proteger los glaciares. Asustada por el derrame del año pasado, su esposa, Mónica Ahumada, quiso mudarse: irse con sus hijos al Sur. Sin embargo, él la convenció de lo contrario: “No hay que huir, hay que quedarse a defender, a cuidar lo que tenemos”.
Desde hace un año, la mujer no duerme tranquila. Sobre todo, porque, como cuenta, los incidentes ambientales “se conocieron siempre de madrugada”. Y desconfía: “¿Cómo creer que antes no pasó nunca nada y ahora sí?”.
A su lado, Ramón no duda en rebatir los argumentos de aquellos que acusan a los vecinos de gestar una cruzada contra las minas. “No es así. Acá hay varias minas de toda la vida y nunca hubo problemas. Hay de cal y de oro, pero de explotación subterránea. Estamos en contra de la explotación a cielo abierto.”
Él fue uno de los que recibieron por un mensaje de WhatsApp el aviso sobre el último incidente y ayudó a difundirlo. “Hay más incertidumbre, pero también más conciencia que hace un año. No tenemos en claro que pasó el año pasado ni hace una semana. Tampoco lo que puede llegar a pasar. Tenemos miedo de que sea peor. Eso es lo que pasa cuando no hay información”, dice.
José Díaz: “Sólo sé que el agua está distinta”
Este pueblo, a 8 kilómetros de Jáchal, está en el centro del valle que riega el río Jáchal. En esa zona, los resultados de los análisis del agua que realiza la Universidad Nacional de Cuyo indican que en los últimos meses se registran aumentos de zinc, boro y arsénico. Para muchos es un alerta. Sin embargo, no tienen en claro qué significa, ni si los podría afectar ni cómo.
José Díaz, de 49 años, se gana la vida cuidando membrillos y cebollas y haciendo trabajos de albañilería. “No sé nada. Sólo que dicen que el agua está distinta y que de la Municipalidad indican que no hay que preocuparse, que no pasa nada”, indica.
Es la hora de la siesta y el sol pega fuerte. José, pala en mano, está sacando yuyos y regando. “Es como si la humedad durara menos, no sé cómo explicarle porque yo no tengo estudios; es lo que veo. La tierra está húmeda, pero las plantas están oscuras, las flores de los membrillos no tienen brillo. Todo tiene polvo gris.”
Ante la duda, José optó por comprar agua mineral para dos de sus cuatro hijos, los más chicos, de 10 y 14 años. Como no le alcanza para el resto, toman agua de la canilla.
Reconoce que toda la vida bebió agua del río. “A lo mejor antes también había algo, pero ahora no es lo mismo, hay más información. Desde hace un año todos estamos un poco más preocupados, pero hay que seguir viviendo”.