Breve historia de las dos empresas que se encargan de tu alimentación, desde los campos de concentración nazis a la guerra química de Vietnam hasta llegar a tu plato.
Fuente: BigSur
1.
Desde 1962 hasta 1971, durante la guerra de Vietnam, el gobierno de Estados Unidos llevó adelante la “Operación Ranch Hand”, una avanzada militar inspirada en el uso británico de sustancias tóxicas durante la llamada “Emergencia Malaya” de la década del 50. En el transcurso de la maniobra se rociaron más de 80 millones de litros de defoliantes y herbicidas sobre zonas rurales del país asiático en un intento por privar al Viet Cong de alimentos. Tras unos 20.000 vuelos de combate, el gobierno vietnamita estima que 400 000 personas fueron asesinadas o mutiladas y 500.000 niños nacieron con malformaciones congénitas como resultado de su uso. Aunque el gobierno de Estados Unidos ha rechazado estas cifras como poco fiables y poco realistas, la Cruz Roja calcula que hasta 1 millón de personas son discapacitadas o tienen problemas de salud debido al llamado “Agente Naranja”.
El Agente Naranja fue uno de los herbicidas utilizados por los militares estadounidenses para la operación. Es una mezcla 1:1 de dos herbicidas hormonales, 2,4-D y 2,4,5-T que, tal como se denunció posteriormente, estaban contaminados con TCDD, un compuesto de dioxina extremadamente tóxico. Se le dio ese nombre por las franjas de color naranja en los barriles utilizados para su transporte. La empresa encargada de fabricarlo, a pedido del Ministerio de Defensa, fue la que hoy se encarga de la alimentación de gran parte del planeta: Monsanto.
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El Zyklon B es el nombre comercial de un pesticida a base de cianuro que se usó para controlar los parásitos responsables de la extensión de brotes de tifus en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. A través de un proceso de ensayo y error acabó convirtiéndose en uno de los principales instrumentos de la “solución final”. En enero o febrero de 1940 se utilizó sobre 250 niños gitanos de Brno en el campo de concentración de Buchenwald. En septiembre de 1941 se realizaron experimentos con Zyklon B en Auschwitz I. El 3 de Septiembre de ese año, 600 prisioneros de guerra soviéticos fueron gaseados con el pesticida, siendo ésta la primera experimentación con gas en aquel campo de concentración polaco.
El Zyklon B era fabricado por la compañía alemana IG Farben, unión de numerosas empresas entre las que estaba, mayoritariamente, la farmacéutica Bayer.
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A partir de hoy, estas dos empresas se fusionaron y es probable que se estén a cargo del futuro de la alimentación global. Bayer adquirió Monsanto por 66.000 millones de dólares o 128 dólares por acción en metálico. Se espera que la operación esté cerrada para finales de 2017: Bayer hará una ampliación de capital y contratará un crédito puente de 57.000 millones de dólares de los bancos Merrill Lynch, Credit Suisse, Goldman Sachs, HSBC y JP Morgan.
La unión Bayer-Monsanto no es la primera del sector químico, que ya ha visto como los gigantes DuPont y Dow Chemical acordaron su fusión y la china ChemCHina se hizo con la suiza Syngenta.
El cierre de una operación de la envergadura de la de Bayer y Monsanto todavía tendrá que pasar por el visto bueno de los reguladores. De hecho, uno de los puntos de negociación es la indemnización que tendría que pagar la alemana en caso de que las autoridades tumbaran la operación.
El peligro es real, como muestra la investigación que ha iniciado la Unión Europea del acuerdo DuPont-Dow, abierta este mismo mes de agosto, en lo que promete ser una larga travesía para obtener la aprobación a pesar del proyecto de dividir la empresa resultante en tres divisiones diferentes. De todos modos, hace poco Estados Unidos aprobó la mencionada fusión de ChemChina con Syngenta valorada en 43.000 millones de dólares, la mayor compra de la historia corporativa china fuera de sus fronteras.
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Monsanto es una de las compañías más controvertidas en el universo corporativo global. Pocas empresas han sido objeto de tantas manifestaciones y eventos de protesta en diferentes rincones del planeta como este conglomerado agroquímico estadounidense. Es el mayor productor de semillas transgénicas del planeta, por delante de DuPont, y vende el popular herbicida Roundup. En los primeros seis meses de su ejercicio fiscal tuvo ingresos de 6.750 millones de dólares que le aportaron un beneficio de 3.500 millones.
Los principales mercados de Monsanto son Estados Unidos, Brasil, Argentina y Canadá, además de la India, donde se concentran el grueso de las plantaciones genéticamente modificadas en todo el mundo. Por darle dimensión, la gran mayoría del maíz y de la soja que se consume en Norteamérica es transgénica. También el algodón, convertido ya en un monocultivo.
Su enorme tamaño y la combinación de productos destinados a un sector como la agricultura (y por tanto, la alimentación mundial) hacen que Monsanto sea una compañía más odiada incluso que las grandes petroleras, hasta el punto de generar movilizaciones de protesta como la que hace tres años tomaron las calles de medio centenar de países en todo el mundo. Este rechazo lo generan las tres letras clave: OGM. Son las siglas que identifican a los organismos genéticamente modificados. Estos productos empezaron a comercializarse hace dos décadas.
El material genético de las semillas que produce Monsanto ha sido alterado con técnica de ingeniería genética para hacerlos más resistentes a las plagas y las sequías. Se consigue así con la tecnología hacer algo que a la naturaleza llevaría miles de años completar. El temor es que el consumo de estos productos provoque desde reacciones alérgicas, problemas gastrointestinales hasta cáncer. Pero la misma semana en la que se conoció la propuesta de Bayer se publicó un informe que rechaza que los OGM sean peligrosos para la salud humana y animal.
Monsanto se defiende, además, destacando los beneficios de estas semillas para los agricultores porque con ellas pueden elevar el rendimiento de sus plantaciones, las hacen más resistentes antes las plagas y las protegen de enfermedades, además de las sequías y el calor más intenso. Pero la dependencia de los agricultores hacia los productos que desarrolla crece, porque están obligados a comprar nuevas partidas en cada cosecha.
La reacción a la operación fue rotunda entre los activistas, hasta el punto de que la califican como “un matrimonio forjado en el infierno”. Les horroriza la eventualidad de ver a la farmacéutica alemana haciéndose con el control de la agroquímica estadounidense y el efecto que eso pueda tener en la cadena alimentaria. “Es mala también para los agricultores a largo plazo y para el medioambiente”, advierten desde la organización US Right to Know.
La enorme controversia suscitada alrededor del uso de transgénicos en las plantas no se traslada a la utilización de esos componentes en la medicina, donde resultan claves para los insulinodependientes, las vacunas o la obtención de proteínas y hormonas. Muchos avances se han logrado gracias a bacterias transgénicas que hoy son fundamentales para el desarrollo de tratamientos de millones de personas con cáncer o hemofilia.
5.
En el estado actual del mundo, abandonar el uso de transgénicos, tal como proponen algunos sectores, prácticamente implicaría llamar a la precipitada muerte por hambruna a millones de personas que comen gracias a la tecnología. En cada lugar del planeta hay un hombre yendo a buscar un queso gruyere que estará allí mañana y pasado a un precio relativamente barato. Esto sucede, en gran parte, gracias a una industria de la alimentación híper concentrada cuya cadena comienza en Monsanto. La falta de tierras y espacios de cultivo impiden la creación de chacras o huertas personales masivas por lo que acabar con este sistema sería un riesgo social y económico sin precedentes.
Hay ahora mismo un problema de hambre mundial que estas empresas no han solucionado, ni mucho menos. En un mundo que dispone de comida para todos, se mueren 25.000 personas cada día por causas relacionadas con la falta de alimentos.
Claro que es la pobreza la que conduce al hambre pero, paradójicamente, la riqueza puede producir el mismo efecto. Un ejemplo: la quinoa, llamada el “arroz de los incas”, es un alimento esencial para mucha gente en Perú y Bolivia, donde se cultiva. Pero, al ponerse de moda en el mundo desarrollado, sus precios han subido, con lo que muchos de sus antiguos consumidores andinos ya no disponen del dinero suficiente para pagarla.
¿Y adivinen que sustancia se utiliza en los nuevos cultivos de quinoa para que llegue a las remotas latitudes del mundo donde es un plato cool y sofisticado?