El proyecto de explotación del yacimiento de oro de Salave ha fracturado a la Corporación y la sociedad tapiegas, enemistadas por un negocio valorado en 5.000 millones de euros
Un muro en Mántaras muestra cómo la fiebre del oro en Tapia de Casariego sube de grados conforme la empresa Astur Gold multiplica sus esfuerzos para llevar adelante su multimillonario proyecto. Sobre el muro, en negro, ya un poco desgastado por el tiempo, ese lema casi franciscano, omnipresente hasta ahora, del «Mina no», contrario a la mina del antiguo bróker canadiense Cary Pinkowski, apoyado por dinero ruso. Superpuesta al anterior lema, la palabra «Sí», por partida doble. Los mensajes favorables a la mina que se pretende instalar en el yacimiento que hace dos milenios abandonaron los romanos en Salave comienzan a asomar tímidamente por doquier, como muestra de una división que amenaza con quedarse para una buena temporada, se instale o no la dichosa mina. Y es que la división de opiniones se ha instalado incluso en algunas familias y divide como un cuchillo este municipio del Occidente.
Las pitas de Miguel Fernández rucan por el suelo totalmente ajenas a las pintadas en rojo chillón con el lema «Mina no» con las que este agricultor de El Cortaficio ha decorado las puertas del gallinero. «Yo estoy en contra de que vengan aquí a sacar el oro y luego nos dejen esto contaminado», resume Fernández. «Lo que tememos es que luego vengan aquí a refinar el oro de otros lados», añade. En resumen, la postura de los contrarios al oro. Su hijo Pelayo Fernández, de 20 años, introduce, sin embargo, un matiz. «Si se hace una mina subterránea, se cumple toda la normativa de medio ambiente y me crean un puesto de vigilante o el que sea para la gente del concejo, ¿por qué no? Tal como está la cosa…». Claro que entiende que «la gente mayor que lleva aquí mucho tiempo no quiera movimiento».
La postura de Pelayo comienza a calar en muchos jóvenes de Tapia. Hace un año se creó la plataforma «Trabajo ya, mina sí», opuesta al mensaje principal de «Oro no», aunque coincidente en algunos puntos, como la exigencia del cumplimiento de la normativa medioambiental. La presidenta, Magdalena Gómez Marentes, dibuja un negro panorama en un concejo que, según dice, en noviembre pasado tenía cerca de un 40 por ciento de paro entre la población de 18 a 45 años. En esas condiciones, asegura, no coger el tren de la mina sería suicida. Hija de un minero, no le asustan los mensajes que auguran una especie de Apocalipsis de establecerse la mina. «Es una buena oferta, siempre que los puestos se queden aquí y se cumplan las leyes medioambientales», añade. Esta joven cree a pies juntillas las promesas que ha hecho la mina. «De 250 jóvenes que han presentado el currículum, van a emplear a 239», asegura Gómez, quien dice contar con casi un millar de firmas a favor de la explotación. «Todos los ganaderos están en contra, salvo dos. Se les está diciendo que los distribuidores no les van a coger la leche. Yo no sé si saldrá leche de color verde o terneros con cinco patas. Los veterinarios no entran en eso», añade Magdalena Gómez.
Esta joven asegura que el ambiente en Tapia ha ido enrareciéndose de forma insoportable, hasta el punto de poner en riesgo el pan de mucha gente. «O estás con ellos o contra ellos, no hay una postura dialogante», asegura sobre la plataforma «Oro no». A Magdalena, según dice, le ha dejado de hablar mucha gente. «La situación es complicada si estás a favor de la mina. A mi marido, que es albañil, están a punto de echarle porque su empleador dice que no puede tener a alguien de “Trabajo ya”», asegura. Y va más allá: «El propio Alcalde me dijo durante una manifestación: “Busca lo que quieras, en Tapia nadie te va a dar trabajo. Están dando donde más duele».
El regidor de Tapia, Manuel Jesús González, «Cuco», del partido independiente Alternativa Por Tapia (APT), niega esta acusación. «He tenido que oír eso ya tres veces. Lo único que le dije a esa señorita, durante la celebración del “Día del medio ambiente”, cuando yo todavía no era alcalde, es que no me hiciese fotos y que no saliesen en ningún sitio público, nada más. Le diré más, si no trabaja es porque no quiere, porque en Tapia hay trabajo. Respeto las opiniones de la plataforma, pero creo que la mina va a dar los menos puestos de trabajo posibles», indica González. Niega además que se esté amenazando a la plataforma a favor de la mina.
«Más amenazas que tenemos nosotros no creo que las tengan ellos. Tengo a una concejala a la que están difamando continuamente. En cualquier caso, los Juzgados están para algo, si alguien se siente amenazado, que presente una denuncia», afirma. Para el Alcalde, la empresa de la mina «está haciendo su labor, que el Ayuntamiento se rompa, cuando lo único en lo que deberían pensar es en presentar un proyecto que se corresponda a la ley. Para conceder licencias, yo no tengo discrecionalidad. Yo estoy en contra de un proyecto, no del oro. Ojalá pudiéramos sacarlo sin contaminar y sin perder puestos de trabajo», añade el regidor. González, que ha sido recusado por la empresa para impedir que participe en cualquier decisión referente a la mina, por haberse opuesto a ella en el pasado, asegura que «se está impidiendo el trabajo normal del Ayuntamiento», que tiene sobre la mesa otras dos recusaciones, una contra dos concejalas de la agrupación de electores que encabeza el Alcalde y otra contra el ex teniente de alcalde Ernesto Maseda, al que se acusa de trabajar con Francisco López-Cancio, encargado de relaciones con la comunidad de Astur Gold, en la asesoría de éste. Recabada la opinión de López-Cancio, éste prefirió no hablar con LA NUEVA ESPAÑA. Para Manuel Jesús González, a los concejales tapiegos debería permitírseles trabajar en lo que realmente cuenta, que es «reducir la deuda que nos dejaron los anteriores». Siete millones de euros para un concejo de poco más de 4.000 habitantes, y que son un argumento más que de peso para los partidarios de que se instale la mina.
Una vecina de Mántaras, donde la guerra de carteles es agobiante, asegura que su oposición a la explotación ha hecho que le retire el saludo gente como Francisco López-Cancio, «Pancho», uno de los impulsores e incansable defensor del proyecto. «Y eso que lo conocía desde hace muchos años», asegura esta mujer, que no puede esconder su oposición a la mina, porque en el portón del garaje su hijo ha pintado un descomunal «Oro no» que se ve a cientos de metros. «La gente con estudios y que sabe nos ha dicho que la mina será muy perjudicial, que contaminará y afectará al ganado, y yo lo creo», dice. Su opinión sobre «Mina sí» no puede ser más negativa. «Lo único que quieren es un sueldo a fin de mes sin hacer nada. Mi marido y yo hemos trabajado toda la vida, también los domingos», señala, ilustrando el conflicto generacional e incluso social que se vive en Tapia.
Si son los parados y, sobre todo, los jóvenes los que apoyan el proyecto, en el otro lado se colocan los ecologistas, pero también numerosos ganaderos y propietarios, que ven amenazado el trabajo de toda una vida en nombre de la búsqueda de un tesoro que tampoco es muy seguro que se encuentre. Jesús Méndez, ingeniero técnico agrícola, de 38 años, antiguo jugador de rugby en el Belenos de Avilés, se lió hace quince años la manta a la cabeza y montó una ganadería que ahora tiene casi 140 vacas en la localidad castropolense de Brul, en el límite con Tapia de Casariego y a 450 metros de distancia del lugar en el que Astur Gold pretende instalar su depósito de estériles, el material obtenido de los diferentes procesos para sacar el oro de las rocas en las que se encuentra, en los que se utilizan cianuro y ácido sulfúrico. «Me van a poner una montaña de residuos de 25 metros de altura a menos de quinientos metros de la ganadería. Cuando sople el Nordés desde Salave, por mucho que rieguen, vendrá todo ese polvo hacia aquí. Yo no sé si va a contaminar o no, pero ¿y si contamina? ¿Y si mis vacas empiezan a dar positivo en metales pesados? ¿Qué pasará si Nestlé deja de comprarme la leche? Está bien crear puestos de trabajo, pero no a costa de que se pierdan otros o se cierren ganaderías», señala. En Brul, las ganaderías en torno a lo que será el depósito de residuos suponen 14 millones de litros de cuota láctea, según asegura Méndez, siempre cuidadoso con lo que dice, porque «los de la mina van a por nosotros». Para Méndez, la clave de todo está en la crisis. «Hace cinco años se les hubiese dicho que no, pero ahora están las cosas como están», opina. «Los únicos que se van a beneficiar son los de Ribadeo, que es donde van a ir los trabajadores», añade.
Algo por el estilo piensa Francisco García Santamarina, presidente de la asociación «Oro no», cuya finca, «La Follada», que levantaron con sus manos sus abuelos en los años veinte y en la que nació, está justo al lado de los terrenos de Astur Gold. «Están jugando con la crisis, ofreciendo puestos de trabajo para que la gente acepte la explotación. Pero hay que ver cuántos puestos se han creado en Belmonte, Boinás y Carlés. Cuando fuimos allí había seis chicos del pueblo trabajando, en puestos no cualificados, uno en un tractor regando las pistas, otro dando paso a los camiones…», sostiene.
García vio a los primeros canadienses interesados en el oro de Tapia cuando tenía 14 años, en 1962 o 1963. Desde entonces no han dejado de pasarse por su finca. El último, el mismísimo Cary Pinkowski, con el que estuvo hablando de negocios. «Cary no le dio mucha importancia a los edificios de ladrillo, le dio más valor a las construcciones de piedra, como la panera del maíz. Pero ofrecían muy poco, como la autovía, 2,5 euros el metro. Me ofreció tres opciones: comprarme la finca, construir un muro alrededor de ella para que no me entrase el polvo de los camiones o marcharme, pagándome un dinero durante el tiempo que durase la explotación, para volver cuando finalizasen», señala. «Dime el precio», cuenta que le decía Pinkowski, un hombre que asegura estar dispuesto a invertir 150 millones en la explotación, todo con tal de sacar las 62 toneladas de oro que hay en Salave, que pueden reportar entre 3.000 y 5.000 millones de euros. «El dinero no lo es todo», dice Francisco García. «Éste es el sitio donde nací, me crié, hice mi vida. Ya tengo 60 años, mi pensión no es muy grande, pero tengo suficiente. Tengo el mar a cien metros para pescar, que es lo que más me gusta. No quiero que se instale aquí una explotación que va a durar cinco, seis o diez años y que luego nos va a dejar aquí el agujero y la miseria», añade.
Oro no, oro sí; los vecinos han formado dos bandos irreconciliables, y la cosa tendrá sus consecuencias. «Se instale la mina o no, aquí va a quedar un poso de división para muchos años», vaticina Jesús Méndez.