Las medias verdades sobre la comunidad campesina San Juan de Kañaris enturbian un proceso de diálogo que debe evitar etiquetas y calificativos indebidos.
Texto y fotos: Mirbel Epiquién
Nos visitó la última noche. Luego de cenar y ya amodorrados en nuestras respectivas carpas escuchamos sus pasos entre la maleza, suaves y sigilosos. Una tenue luz de luna se desvanecía entre los árboles. Creímos escuchar su respiración. Quizá lo atrajo la comida o sólo estuvimos en su camino. Avanzó un poco más hacia las carpas y el murmullo de nuestras voces hizo que desapareciera, tal como había llegado, sin un aviso previo.
Al siguiente día y mientras acomodábamos los equipos para retornar al pueblo, César nos llamó hacia un lado del campamento y nos mostró unos rastros, no había duda, alguien nos había visitado esa noche. Podría ser un puma, dijo César.
Antes de esa inesperada visita habíamos tenido una reunión de evaluación con César, Edwin y Jorge, nuestros tres guías Kañaris. La idea era escuchar sus percepciones sobre lo trabajado en los 8 días que habíamos compartido juntos al interior de los bosques de Upaypitec, a sólo 3 horas del pequeño pueblo de Kañaris, en el departamento de Lambayeque.
“Reconocemos la importancia de estos bosques para nuestra vidas, por eso es que lo seguiremos defendiendo”, nos dijo Jorge. “La comunidad ya lo ha decidido, o se van, o los votamos (en referencia a la mina)”, agregó César. Era agosto del 2012.
El Ministro del Ambiente dice: “Hay un problema legal concreto en Kañaris, el presidente de la comunidad acabó su periodo de Gestión en diciembre del 2012”. Nunca mencionó que Kañaris posee 10 mil hectáreas de los últimos bosques de montaña de la Cordillera Occidental de los Andes. Un relicto de biodiversidad lleno de plantas desconocidas para la ciencia, árboles de hasta 1 metro de diámetro, osos de anteojos, pumas y el tapir de montaña, todos protegidos por el Estado Peruano. Tampoco mencionó que la mina Candente Cooper ocupa gran parte de estos bosques y de los páramos en la parte superior.
“Son terroristas”, dice doña Cecilia Valenzuela, desde su programa en la TV. Quizá doña Cecilia desconoce que los pueblos de Kañaris y de Incahuasi descienden directamente de los pueblos Kañaris que fueron invadidos por los Incas en su afán de conquista en el Norte del antiguo Tahuantisuyo, y son pueblos que ha mantenido vigentes hasta hoy sus rasgos culturales como su lengua (derivado del Quechua), vestimenta, costumbres y estilo de vida. El Estado Peruano más que minimizarlos debiera considerarlos con parte de su patrimonio cultural.
Desde el Ministerio de Energía y Minas dicen: “La consulta (sobre la presencia de la mina) fue realizado con menos de la mitad de comuneros”. Lo que quizá no saben o no quieren saber es que en Kañaris sucede un fenómeno de fuerte migración desde los departamentos de Cajamarca y Piura, es decir, gran parte del territorio de la Comunidad Campesina está habitada por gente que no son Kañaris, que en los últimos 50 años han ido ganando espacios y han ido segregando a los auténticos Kañaris a vivir en las partes más altas de las cuencas. De allí que la defensa del MINEM diga que la Comunidad apoya al proyecto minero, esa parte de la Comunidad justamente son aquellos colonos que viven en la parte media y baja de la cuenca, que han tenido que firmar el padrón de comuneros para adquirir su derecho como posesionarios de tierras y que se encuentran en otras cuencas ajenas al proyecto.
Hay aún varios factores que se debería tomar en cuenta en el análisis de un conflicto latente, y que había sido advertido por la Comunidad hace muchos meses atrás. Factores como el hecho de que los bosques en el área de influencia del proyecto poseen hasta 192 toneladas por hectárea de carbono almacenado, y que al ser destruidos incrementaría el stock de carbono liberado al ambiente, o que gran parte del agua que riega el río La Leche en Lambayeque se regula en ese sistema natural que son los páramos, o que la Comunidad Campesina de San Juan de Kañaris está dispuesta a defender su territorio de lo que ellos creen una amenaza real.
No se trata entonces de radicalismos o pérdida de vigencia del poder del presidente comunal. Hay otros hechos que aún no se vienen tocando, quizá porque la desinformación es parte de ese juego.