La localidad, cerca de Copiapó, tiene una gran mina debajo. La dinamita sacude todos los días a los vecinos y el aire está viciado.

 

Fuente: diario La Voz

Copiapó -13/12/2010. Los platos y las tazas tiemblan, el té que los chilenos disfrutan todas las tardes hace pequeñas olas, pero Loreto Campbell sigue dialogando como si nada pasara, en el comedor de su casa de Tierra Amarilla, pueblo ubicado 10 minutos al este de Copiapó, en la zona del desierto de Atacama.

“Acá tiembla todo el tiempo, ya estamos acostumbrados, son las explosiones en las minas”, apunta la mujer, embarazada, y que estuvo todos los días en la mina San José junto a las familias de los tres mineros del pueblo (Víctor Zamora, Jorge Galleguillos y Carlos Barrios) que sobrevivieron tras estar sepultados 69 días.

La mujer conoce de sobra este pueblo de nueve mil habitantes, casas sencillas y coloridas, que combinan madera, ladrillos y mucha reja en sus ingresos. Allí, al igual que en Copiapó, la gran mayoría de los vecinos es familiar de algún minero. Y no es casualidad: Tierra Amarilla está rodeada de minas.

A dos cuadras de la casa de Loreto, ubicada en uno de los lugares más poblados, está el ingreso de la mina Minz Santo, de la empresa La Candelaria, un impresionante emprendimiento de extracción subterránea (similar a la mina en la que quedaron atrapados los 33 mineros) que tiene una particularidad: los obreros perforan y extraen rocas en enormes túneles abiertos debajo del pueblo.

Sí, a 500 metros de profundidad de Tierra Amarilla a toda hora hay un ejército de mineros extrayendo cobre, material que representa más del 50 por ciento de las exportaciones de Chile.

“Existe una ciudad abajo de nosotros, la mina tiene nueve kilómetros y las calles hasta están semaforizadas”, cuenta Loreto mientras apunta con sus dedos hacia los mosaicos del suelo de su casa. Para ese emprendimiento, los dueños de la mina debieron relocalizar todo un barrio, ya que ahora explotan el cerro donde antes vivían varias familias.

Alrededor del pueblo, hay cerca de 300 minas de todo tipo: subterráneas, a cielo abierto, industriales y de “pirquineros”. Éstos últimos son aquellos que aún trabajan de manera “artesanal”, usando pocos elementos contaminantes y una explotación a menor escala.

“Deberíamos ser la comuna más rica de Chile, pero la plata que sacan se va al extranjero, la mayoría de los dueños de las minas son de Estados Unidos”, rezonga Loreto.

Un pueblo que cambió. Esta megaexplotación minera ha cambiado la fisonomía del pueblo. Aunque está ubicado en el desierto de Atacama, la aridez de su paisaje se potenció aun más por las montañas de escoria (piedra que ya pasó por un proceso químico para extraerle el cobre). Incluso el cementerio corre el riesgo de quedar sepultado debajo de un enorme cerro de roca inútil.

El aire es extraño. La nariz pica y la garganta se seca rápidamente. “Esta todo viciado con los químicos que utilizan en las minas, acá hay muchas enfermedades”, subraya Loreto.

Mientras la mujer hacía de “guía” por los yacimientos de la zona, ocurrió otra tragedia cotidiana. Héctor Cortez (27) murió cuando la dinamita que encendió explotó antes de tiempo. Dos compañeros fueron internados. Ocurrió el martes en la mina San Francisco Javier, que comenzó a funcionar el 15 de noviembre.

“Se oyeron los tiros (explosiones) y los ‘niños’ no salieron”, relata Rigoberto Maldonado, compañero del infortunado. Dijo que los mineros estaban abriendo un socavón y que falló la mecha, algo que “estaba ocurriendo” seguido en los últimos tiempos. En minutos, la mala noticia corrió por Tierra Amarilla. Al ser todos familiares de mineros, estas tragedias movilizan rápido.

“Esta tarde se va a levantar viento, como cada vez que muere alguien, para borrar su huella”, dijo Loreto con confianza. Y esa tarde, el viento sopló fuerte, finalmente.

El motor de la vida diaria. En la Tercera Región de Chile, cuya ciudad cabecera es Copiapó, es difícil hablar de trabajo sin tocar el tema de la minería.Es, lejos, el principal motor de la economía y de la configuración social de las ciudades y pueblos. Para allí viajan obreros del sur de Chile, ya que en la Tercera Región se pagan los mejores salarios del país para los mineros.

Esto se debe a que las ciudades están a más de 700 kilómetros de la Capital, Santiago de Chile, y lejos de las zonas francas, por lo que los precios de los productos son los más altos de la nación.

De esta manera, los mineros que viajan hasta allí viven en condiciones muy humildes, ya que ahorran lo que más pueden para enviárselo a sus familias que se quedaron en el sur.

Lejos de la historia de los 33 mineros, sus vidas anónimas sólo serán noticia cuando la tragedia se haga presente, una vez más, en las minas de Chile.