Cincuenta y cinco mil desalojados, más del noventa y siete por ciento de viviendas afectadas y la total destrucción de la economía local es el resultado de cuatro décadas de extracción de roca de sal. Es la lógica de las empresas mineras, ni más ni menos.
Fuente: AP NEWS
Por Eraldo Peres
MACEIO, Brasil (AP) — La capital del estado de Alagoas, en el noreste de Brasil, solía vibrar con los sonidos de los automóviles, el comercio y niños jugando se quedó en silencio mientras los residentes se van en masa, ansiosos por escapar de la inminente destrucción de sus hogares, que se estaban agrietando y desmoronando.
Debajo de sus pisos, el subsuelo está plagado de docenas de cavidades: el legado de cuatro décadas de extracción de sal de roca en cinco vecindarios urbanos. Eso hizo que el suelo de arriba se asentara y que las estructuras encima de él comenzaran a desmoronarse. Desde 2020, las comunidades se han vaciado porque miles de residentes han aceptado pagos de la empresa petroquímica Braskem para reubicarse.
Varios de los que quedan dijeron a The Associated Press que el suelo bajo sus pies parece queso suizo. Aún así, Paulo Sergio Doe, de 51 años, asegura que nunca dejará su casa en el barrio de Pinheiro donde creció.
“La empresa no puede hacer lo que quiera de la noche a la mañana con la vida y la historia de tantas familias”, dijo en una entrevista afuera de su casa.
Braskem es una de las mayores empresas petroquímicas del continente, propiedad principalmente de la petrolera estatal brasileña Petrobras y del gigante de la construcción Novonor, antes conocida como Odebrecht.
La compañía no está desalojando a la fuerza a nadie, aunque los que todavía están aquí dicen que así lo sienten. El 97,4% de las viviendas afectadas, más de 14.000, ya están desocupadas, dijo Braskem al reportar sus resultados de 2021 el jueves.
Los 55.000 evacuados dejaron atrás no solo vecinos y amigos, sino también trabajos. Cerraron 4.500 empresas, en su mayoría pequeñas y medianas, que sustentaban a 30.000 personas, según un estudio de la Universidad Federal de Alagoas publicado el año pasado. Entre esos negocios se encontraban supermercados y una escuela de ballet que funcionó durante 38 años, según Adriana Capretz, parte del grupo de trabajo de la universidad para monitorear los barrios.
El éxodo es evidente desde arriba; los residentes que se van trataban de vender todo lo que pueden para obtener dinero extra, incluidas las tejas del techo. Su retiro permite ver dentro de espacios que alguna vez estuvieron ocupados.
El monto ofrecido por Braskem no fue suficiente para Natalícia Gonçalves. La maestra jubilada, de 77 años, también dijo que se sentía demasiado vieja para empezar de nuevo. Entonces vio como todos en Pinheiro se iban. Ahora vive dentro de una fortaleza improvisada detrás de tablas y plantas destinadas a disuadir a posibles ladrones. Los guardias de seguridad de Braskem hacen rondas en motocicletas, interrumpiendo brevemente el inquietante silencio de la noche.
“Ya han hecho todo lo posible para obligarme a ir, pero tengo mis derechos”, dijo desde detrás del exterior fortificado de su casa. “Tengo miedo, especialmente por la noche cuando no hay nadie alrededor. La luz es tenue, apenas hay. Me protejo con mis plantas, pero estoy sola, con Dios”.