San Carlos de Bariloche, Río Negro, Argentina – 08/10/07. Reflexiones al finalizar el II Congreso Latinoamericano de Parques Nacionales y Areas Protegidas. Aportes para un debate crítico y comprometido en torno al tema conservación, respetando a quienes ponen todo su empeño cotidiano en la defensa de los ecosistemas en peligro, pero tratando de determinar cuáles son las trampas en que podemos caer si no se enfrenta la realidad con profundidad social y política.
Por Juan Nicastro, Hugo Santamaría y Hugo Rangone para Prensa Sur
En tren de aclaraciones previas, es importante decir que identificamos a los Parques Nacionales como herramientas o factores de incidencia en la realidad ambiental que deben ser disputables. Se puede pensar que en muchos casos están dirigidos por socios del saqueo continental, y urge recuperarlos. Pero dentro del debate que planteamos se apunta a detectar que aún en aquellos casos en que un parque está dirigido por personas honestas, bien formadas en técnicas de conservación, progresistas, participativas, etcétera; hay pautas que orientan el rol de las áreas protegidas a nivel mundial que no son debidamente detectadas o revisadas, y esto da por resultado que, a pesar de tener muy buenas intenciones, terminan aplicando o permitiendo un esquema funcional a intereses ajenos.
El título del Congreso es llamativo: Integración, Conservación y Bienestar para los pueblos de América Latina.
¿No es llamativo que, bajo un título tan interesante, tan concordante con la realidad y las necesidades actuales del continente, no se reúnan los presidentes, no se reúnan legisladores, no reúnan ministros de medio ambiente, no se reúnan todas la universidades, pero sí los parques nacionales?
Sorpresivamente, los parques nacionales y áreas protegidas, en constante lucha por su supervivencia, con grandes necesidades de fondos y personal, con grandes obstáculos para sancionar infracciones, dirigidos por empleados de los gobiernos de turno, parecen haber crecido fantásticamente en importancia y tienen en sus manos, durante una semana, el futuro venturoso de Latinoamérica.
El contexto nos debe aportar datos en cuanto a las expectativas: El órgano asambleario más importante del mundo, en el que se referencia este congreso (Naciones Unidas), está plagado de lindos discursos y carece de poder real, como queda demostrado ante ejemplos concretos como la invasión de EEUU a Irak o el calentamiento global. En esa línea, Sanchez reconoció, al iniciarse el encuentro, que las resoluciones que surjan solamente podrían llegar a tener una incidencia tangencial, y que las decisiones fundamentales se debaten de otra manera.
A modo de profecía autocumplida, la declaración final no exhorta a los gobiernos a tomar decisiones de fondo. Se habla de “instar a los organismos multilaterales y las agencias de cooperación (no a los gobiernos) a hacer suyas las conclusiones y recomendaciones del presente Congreso”, y cuando sí se dirige a los gobiernos, solamente se los “insta” a “que reconozcan el papel fundamental de las áreas protegidas en las estrategias de adaptación al cambio climático y la lucha contra la desertificación y la promoción de estrategias regionales de monitoreo, mitigación y adaptación a estos fenómenos” (algo que ya hacen). La palabra “exhorta” reemplaza a la palabra “insta” a la hora de pedir a los gobiernos y a las ong mayores presupuestos.
También en la apertura se dijo muy claramente: “no debemos seguir el modelo de desarrollo de los países centrales”, y “América latina es acreedora ambiental del primer mundo”. Estas dos claves, quizá las más fuertes escuchadas como planteo, a pesar de haber sido incluidas en la declaración final en algunas líneas, no tomaron consistencia durante el congreso.
El informe sobre la situación actual, leído ante todos por Ricardo Sánchez Sosa, del programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, fue crudo y directo: Latinoamérica es la zona más rica del mundo en variados aspectos naturales, es al mismo tiempo pródiga en desigualdades, y sufre un altísimo nivel de degradación ambiental: contaminación, erosión, avance de la frontera agrícola, etc. Esto está relacionado con un modelo de desarrollo: Los ricos recursos naturales son explotados sin medir las consecuencias, y quienes se llevan esos recursos y la ganancia resultante de las explotaciones son en mayor medida los países centrales.
La conservación de los ecosistemas socioambientales en américa latina está en retroceso.
Si sabemos que las principales causas que imposibilitan una adecuada conservación son principalmente el calentamiento global, la tala indiscriminada de bosques, los monocultivos y la pobreza, ¿porqué desde este congreso se insiste en que el rol de las áreas protegidas es clave para detener los flagelos?
Si se admite que las resoluciones que se acuerden tendrán una mínima incidencia tangencial, que no alcanza para frenar la creciente degradación socioambiental, ¿porqué se sobrevalora la importancia de este congreso?
Una verdad a medias puede ser una mentira entera.
Se escuchó en Naciones Unidas, hace pocos días: “El mundo tiene fiebre por el cambio climático y la enfermedad se llama modelo de desarrollo capitalista”, “No es fácil el cambio cuando un sector extremadamente poderoso tiene que renunciar a sus extraordinarias ganancias para que sobreviva el planeta”, “Desde 1860, Europa y Norteamérica han contribuido con el 70 por ciento de las emisiones de CO2”, “Un mamífero de cada cuatro está amenazado”, “Ante este futuro sombrío, los intereses transnacionales proponen seguir como antes y pintar la máquina de verde”.
Hay que detenerse ante un punto clave: Puede ser fácil pensar en quiénes son los culpables y al mismo tiempo beneficiarios de la degradación socioambiental de nuestro continente, pero no es tan fácil estar al tanto de cuáles son sus estrategias y métodos de implementación, y cómo hacen para vencer las resistencias que surgen en cada uno de los países.
Una anécdota que puede ser ilustrativa: A partir de una carta abierta que cuestionaba entre otras cosas a los sponsors del evento, un empleado de parques destinado al área de prensa mostró cierta indignación al enterarse –durante el congreso- de la presencia de Repsol como patrocinador de un taller de conservación. Le hicimos notar que Repsol quizá no era lo peor. Pero esta persona no estaba al tanto, por ejemplo, del rol de la CAF, sponsor central, Corporación Andina de Fomento, que fue impulsora del ALCA y ahora impulsa la IIRSA, Iniciativa de Infraestructura Regional Sud Americana, gran red prevista para facilitar la extracción de recursos, en la línea del del Plan Puebla Panamá. En la declaración final se habló de la IIRSA, pero sin nombrarla (“planes de infraestructura”) y sin apellido, porque eran de alguna manera auspiciantes
En este sentido, cabe citar otra conversación: “Vení que te hago el Tour Avina”, me dijo alguien, y me fue señalando, uno a uno, distintos integrantes de esa fundación, repartidos por todo el salón. Era muy clara la influencia “territorial”. Otro tanto podía decirse de WWF, otra entidad que maneja grandes cantidades de dinero pero no cuestiona las causas del efecto que intenta mitigar. En el caso de Avina, se trata de una ONG que recién empieza a ser cuestionada al descubrirse su operatoria. De a poco, porque el despertar de la conciencia acerca de cómo este tipo de fundaciones aletargan más que activan es todavía marginal. Por el contrario, se trata de un oenegeísmo muy en boga.
Volviendo al eje planteado, quizá la razón de que las técnicas de maquillaje y seducción del capital tengan espacio esté relacionada con una trama de elementos. Los que tienen el dinero, eligen qué tipo de encuentro financiar. Y quienes trabajan en la conservación poniendo toda su pasión, no pueden escapar fácilmente (o no quieren) a una situación en donde se los felicita por su accionar, se le brindan fondos, espacio de debate, pasajes, estadías, encuentro con colegas, saber científico, lujo, excelente hotelería y comidas, etc. Y se les refuerza una sensación de élite. Todos bien vestidos, con chequeo constante de las credenciales, con un acceso filtrado por el costo de la inscripción, y casi nula invitación a las organizaciones sociales de cada país.
Son climas como ése, combinado con algunos discursos, los que ayudan a sospechar de algunos enunciados. Por ejemplo, el referido a la pobreza. “La pobreza es una amenaza a la conservación”. Efectivamente, y a veces pareciera que las áreas protegidas se protegen contra los pobres.
Las “reservas naturales”, “parques” y zonas rurales exclusivas están asociadas a estrategias de poder anteriores a la era colonial. La segunda etapa, a partir de Yellowstone pero principalmente a partir de la Convención para la Protección de la Fauna, de la Flora y de las Bellezas Escénicas Naturales de los Países de América, redactada en los EEUU en 1940, combinó nuevos objetivos, estrategias y metáforas: frontera viviente, lo salvaje controlado, la superioridad euro céntrica y tecnológica “demostrada” en museos y parques temáticos, el control de la población y, finalmente, el estratégico control sobre la biodiversidad y el agua.
El viernes a la mañana, todos salen de paseo,a recorrer el parque nacional Nahuel Huapi…menos el selecto grupo que escribe el documento final. Cuando vuelven, el documento ya está listo.
Esquivando el debate que plantea esta nota, un integrante de WWF de los tantos que llegaron a Bariloche, decía que estaba clara la utilidad de estos congresos, ya que las áreas protegidas aumentaban y mejoraban. Nada más. Ernesto Enkerlin Hoeflich, coordinador latinoamericano de Redparques, dijo que a pesar de que la superficie protegida se haya duplicado en los últimos 10 años, esos logros son “insuficientes”. Y como ejemplo a sumar dio el caso de México, que aumentó su presupuesto para el sector durante los últimos 13 años consecutivos, y aún así no llega todavía a los cinco dólares por hectárea, que es lo que alcanzó Costa Rica, líder en este tipo de inversión. ¡Pero España invierte 20 dólares por hectárea!
Las superficies protegidas siguen siendo muy reducidas. Es cierto que hay áreas que desde el punto de vista de la conservación son más importantes que otras, pero nótese que la diferencia es muy grande: de cada 5 kilómetros cuadrados, 4 están desprotegidos. Por otra parte, el manejo de ésas áreas se está “optimizando”. Por ejemplo, gracias a la intromisión de las empresas en la gestión. No todos están felices con eso. Héctor Spina, responsable de los parques nacionales argentinos dice, seguro de abrir un paraguas políticamente correcto:”El rol del estado en el manejo de las áreas protegidas es indelegable”.
Responde así, de manera “progresista”,a la presencia cada vez mayor del sector privado, que se acerca ávido de biodiversidad (recurso estratégico) y deseoso de preservar áreas de paseo para los privilegiados del primer mundo. Más allá de eso, fuimos directos a Spina con la pregunta: ¿Es posible que lo que ocurre es que nos ayudan a cuidar y mejorar las áreas protegidas mientras se silencia el verdadero debate sobre la conservación? “Nosotros lo hemos pensado”, admitió.