Durante la primera década del nuevo siglo se ha repetido un mismo cliché en los análisis de la coyuntura política de América Latina: el giro hacia la izquierda de los gobiernos de la región. Sin embargo, poco a poco se ha ido viendo cómo las políticas puestas en marcha en estos países se han basado y basan en la ideología del neodesarrollismo y no en un ideario de transformación radical del sistema. ¿Hacia dónde ir ahora?
Por Fernando Correa Prado *
14/07/2012. No se puede negar que varios de los procesos electorales de esos años representaron una transformación de enorme importancia en la coyuntura política de América Latina, marcada hasta entonces por la ofensiva neoliberal. Es el caso de las sucesivas elecciones de Hugo Chávez Frías en Venezuela desde 1998; las victorias en Brasil de Luis Inácio Lula da Silva en 2002 y 2006, seguidas por la de Dilma Rousseff en 2010; la llegada de Néstor Kirchner a la Casa Rosada en 2003 y de Cristina Fernández de Kirchner en 2007; los triunfos electorales en Uruguay del Frente Amplio, representado por Tabaré Vázquez en 2004 y por José “Pepe” Mujica en 2010; la ascensión de Evo Morales a la presidencia de Bolivia en 2006; las conquistas de Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua ese mismo año; el fraude electoral en México en 2006 y, por último, la acerada disputa en Perú que en 2011 finalmente llevó a Ollanta Humala a la presidencia.
Pasado este relativo consenso, empero, empezó a llamar la atención otra característica común a la mayoría de aquellos gobiernos institucionalmente elegidos: el apelo al desarrollo capitalista nacional como bandera de acción. En Brasil, en concreto, ha aparecido con nuevo vigor la propuesta del “neodesarrollismo” de entre todas las planteadas con respecto a las posibilidades futuras de los países latinoamericanos. Reivindicando la herencia del nacional-desarrollismo de los cincuenta y sesenta, alimentada por la promesa de un gobierno progresista tras la elección de un ex-sindicalista a la presidencia, esta corriente ha buscado retomar el debate sobre el desarrollo nacional en diferentes niveles.
Volvieron a estar presentes cuestiones que hasta hace poco tiempo entraban apenas marginalmente en la pauta de discusión pública: qué políticas sociales y económicas debe adoptar el Estado para insertarse mejor en el mercado mundial; qué actividades industriales deberían ser fomentadas estratégicamente y qué sectores quedarían a merced de la competencia internacional; así como qué mercancías o commodities tienen más peso internacional en la nueva coyuntura y cómo podrían servir de base para un mejor posicionamiento de la balanza de pagos nacional, entre otros temas.
También ganaron un mayor espacio, ciertamente, reflexiones un poco más críticas. Se abrieron debates, por ejemplo, sobre la naturaleza de la integración regional que se está llevando a cabo, sobre la falta de incentivo a investigaciones punta en tecnología o, también, sobre la posibilidad de que la nación avance estratégicamente en un “novísimo” orden mundial a través de políticas adecuadas.
Debate crítico, pero perspectiva tradicional
Si bien es cierto que, frente al dogma neoliberal (según el cual la liberalización completa es el camino al paraíso individual y, por ende, colectivo), estos temas de reflexión aparecen como un contrapunto; no deja de ser evidente que los debates se producen desde una perspectiva intelectual tradicional, formada por y para el establishment intelectual, sin cuestionar la raíz de los ideales desarrollistas y sus linajes adaptados a la “globalización”.
Es esto lo que caracteriza el neodesarrollismo: la búsqueda del anhelado “crecimiento económico con equidad social”, que se lograría mediante una determinada intervención del Estado y a través de un pacto social entre las diferentes clases, todas ellas validando el supuesto “desarrollo nacional”.
Para plantearse tal objetivo, sin embargo, el neodesarrollismo tiene que ignorar cuestiones como el carácter del Estado en el sistema mundial capitalista y, específicamente, en los países periféricos; el papel productivo de América Latina dentro del sistema; la forma particular de acumulación y reproducción del capital en la región (formada y enraizada tras siglos de colonialismo); la relación entre las burguesías internas de los países latinoamericanos con la burguesía de los países imperialistas; y, por supuesto, las diversas contradicciones propias de la lucha de clases bajo el modo de producción capitalista.
Al ignorar estas cuestiones, el neodesarrollismo recrea en otra clave la ideología del progreso típica de la modernidad capitalista, según la cual todos y cada uno de los países, si actúan “adecuadamente” (las medidas varían, pero en general favorecen al “mercado”), podrían alcanzar los niveles de vida del capitalismo central.
Es posible que sea este análisis incompleto, precisamente, el que provoca la permanencia de determinadas expresiones para la clasificación de los países: tradicionales y modernos, primer mundo, tercer mundo, desarrollados, en desarrollo, “emergentes, etc. Todos estos conceptos presuponen que un Estado periférico particular puede alcanzar el nivel de vida de los que se presentan como modelo.
Con la actual crisis de los países centrales (Estados Unidos y Unión Europea, así como Japón), este modelo ya no parece tener tantos seguidores en América Latina, lo que vuelve hueco uno de los nudos constitutivos del neodesarrollismo, pues el “horizonte de progreso” ya no es tan atractivo. Sin embargo, es necesario mucho más para romper completamente con esa enraizada ideología.
Pensamiento crítico y superación de la dependencia
En el plano intelectual o, mejor dicho, en la “batalla de ideas” sobre la que nos hablaba José Martí, es fundamental rescatar lo mejor del pensamiento crítico mundial y, en este caso específico, latinoamericano. Durante las décadas de 1960 y 1970 se forjaron muchas de las claves de este pensamiento crítico latinoamericano, que también hicieron parte de la gran transformación por la que el mundo pasó en el simbólico año de 1968. En ese entonces, intelectuales y militantes (Ruy Mauro Marini, Vania Bambirra, Theotonio dos Santos y Andre Gunde Frank, entre otros) realizaron un análisis histórico y teórico riguroso acerca del carácter específico del desarrollo en la periferia del sistema mundial capitalista, y particularmente en América Latina, señalando los límites intrínsecos del proyecto desarrollista.
En términos generales, varias contribuciones lograron revelar que este mismo desarrollo tiene como consecuencia, precisamente, más dependencia con respecto a los países centrales. Además, apuntaron que la dependencia, al reproducirse internamente, reforzaría las relaciones de superexplotación del trabajo y abriría para algunos países la carrera de un “subimperialismo” frente a sus vecinos latinoamericanos y algunos países africanos. Es el caso de Brasil. Según este diagnóstico, la superación de la dependencia no se daría a través de meras reformas, sino que pasaría por una transformación radical construida a partir de la lucha revolucionaria por el socialismo. Tal postura, por tanto, no permite ilusiones acerca del desarrollismo. Retomar este posicionamiento es tarea necesaria, aunque no suficiente, para todas aquellas personas que buscan comprender y transformar este sistema.
La ruptura, en realidad, sólo se dará en la práctica política en la medida en que nuevos horizontes críticos resuelvan los problemas concretos de los pueblos. Puesto que el horizonte capitalista se quebranta, es hora de (re) construir este nuevo horizonte.
Fernando Correa Prado, doctorando en Economía Política Internacional en la Universidad Federal do Rio de Janeiro (Brasil), es miembro del Instituto de Estudios Latinoamericanos (IELA) de la Universidade Federal de Santa Catarina (UFSC).
Atículo publicado en el nº 51 de Pueblos – Revista de Información y Debate – Segundo Trimestre de 2012