Los gastos incurridos por el gobierno brasileño en la organización de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, Río +20, corresponden a aproximadamente el 74% del costo total del evento. El otro 16% viene de patrocinadores privados, como la minera Vale y la petroquímica Braskem. Este modelo de financiación generó malestar entre los diversos sectores participantes de la conferencia, ya que añadir empresas privadas como financiadores de un evento de la ONU no es una regla, sino una excepción.

Fuente: Terra

El Comité Internacional de la Organización de la Conferencia (CNO), dijo que, buscando completar el presupuesto del evento, se hizo una “convocatoria pública” a las empresas interesadas en patrocinar el Río +20 con dos objetivos principales: obtener una financiación adicional para el evento, e incentivar las empresas a cambiar sus patrones de producción y consumo.

Sin embargo, anunciar en medio a la Conferencia el nombre de determinadas empresas, ofrecer un espacio para promover sus servicios y exhibirlas como aliadas a un evento que busca establecer soluciones a los problemas ambientales pueden ser vistos como contradictorios.

Uno de los temas principales de la Río +20 es la llamada “economía verde”, una propuesta alternativa al actual sistema económico que busca reducir los riesgos ambientales causados ​​por el crecimiento tecnológico desenfrenado. Así que es interesante observar que muchos de los proveedores de la Conferencia son grandes compañías que siguen una lógica opuesta a la propuesta del evento.

La brasileña Vale, segunda mayor minera del mundo, cuenta con carteles promocionales expuestos en el RíoCentro, sede del evento. Sin embargo, esta empresa conquistó en 2012 el trofeo “la peor del mundo” por los problemas sociales y ambientales que generaría. La premiación, organizada por Greenpeace, “Public Eye People’s”, también conocida como “Oscar de la vergüenza”, fue anunciada en enero durante el Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza. Organizaciones no gubernamentales (ONGs) de todos los países donde la minera tiene sede afirman que la historia de la compañía está marcada por violaciones de los Derechos Humanos y la explotación desenfrenada de los recursos naturales. Pese a tener una política de Desarrollo Sostenible estampada en su página, las observaciones externas indican lo contrario.

Otro ejemplo de esta relación contradictoria es la distribución que está siendo realizada en la sede del evento de bolsas echas del “plástico verde” de la petroquímica Braskem, otra patrocinadora de la Rio+20, para los más de 5 mil participantes de la Conferencia. El denominado “plástico verde” se diferencia de el que hoy conocemos porque uno de sus componentes es originario del petróleo, sino de la caña de azúcar, una fuente de energía renovable. Sin embargo, este plástico “verde” no es completamente biodegradable y es tan contaminante como el que se conoce. Sus componentes, en contacto con la naturaleza, liberan toxinas dañinas para los ecosistemas e incluso para los seres humanos, permanece en el medioambiente por muchas décadas, lo que genera desequilibrios ecológicos, contaminación e incluso la extinción de especies.

Los ejemplos son muchos, y muchas veces perturbadores. Los conflictos ideológicos son evidentes, además de las dificultades en las negociaciones entre los jefes de Estado para establecer los parámetros para la reducción de daños al medio ambiente por la fuerte presión del sector empresarial se hace presente en la Río +20.

La semana pasada, más de 2 mil representantes y presidentes de las mayores corporaciones del mundo se reunieron en un foro paralelo a la Conferencia de la ONU para discutir temas relacionados al desarrollo sostenible. El título de uno de los seminarios puede ayudar a entender el enfoque de la reunión: “Si la sostenibilidad fuera un negocio, ¿cómo manejarlo?”.

En medio de los conflictos y contradicciones, la pregunta sigue siendo la misma: ¿La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible es un evento al servicio de quién?