Intag, Ecuador – 10/06/08. En el debate sobre la nueva Ley de Minería al gobierno ecuatoriano se le escapa ciertos elementos fundamentales que, si realmente pretende hacer una Ley justa y racional, deben ser tomados en cuenta. Sin salvaguardias como el “consentimiento previo” las comunidades y pueblos ancestrales quedan desprotegidos, y ayuda a crear el escenario perfecto para generar desastrosos impactos ambientales y permanentes conflictos sociales. Hoy en día varios países siguen regalando su riqueza mineral a cambio de que las empresas “desarrollen” áreas “baldías”, o abandonadas por los gobiernos. La actitud de que los minerales deben ser “regalados” a las empresas extractivas sigue tan vigente hoy como hace 2 siglos. Solo basta leer la mayoría de las leyes mineras del mundo para comprobarlo (esto incluye las leyes de los países industrializados como Canadá y los Estados Unidos). Estos intereses extractivos continúan creando políticas de Estado, y redactando constituciones y leyes alrededor del mundo.
Por Carlos Zorrilla
En el debate sobre la nueva Ley de Minería al gobierno ecuatoriano se le escapa ciertos elementos fundamentales que, si realmente pretende hacer una Ley justa y racional, deben ser tomados en cuenta.
Despejar el Territorio
Uno de los elementos más importantes es la visión de los recursos minerales vigente en la gran mayoría de las empresas extractivistas y gobiernos. Esa visión, en gran medida, nació en los países industrializados del Norte durante la industrialización. La visión fue forjada por varios factores, pero hay que resaltar uno: el hecho de que en ese período los minerales se encontraban en áreas eminentemente rurales y habitadas por indígenas, los cuales no contaban con ningún derecho ante las leyes nacionales. Este fue el caso de países como los Estados Unidos y Canadá, dos países que jugaron papeles claves en la creación de la visión sobre la explotación de recursos minerales (hasta la fecha las dos naciones tienen leyes federales realmente anticuadas, muy pro-industria). Es pertinente recordar que en esos países se llevó a cabo una limpieza étnica general, pero con dedicatoria en las zonas donde se hallaban minerales.
Previo a esto, recordemos la actitud de los Conquistadores hacia los indios de nuestro continente, y los metales preciosos. Nunca hubo la más mínima duda de que la Corona Española sentía tener plenos derechos sobre todos los recursos de su mundo “descubierto”, incluyendo los del subsuelo, y hasta la labor de los indios para extraer los minerales hallados allí. En fin, la visión era que los minerales valían mucho más que la vida humana (o por lo menos más que la de los indios). ¿Y, qué decir de los recursos renovables?
Durante la primera fase de la industrialización ésta se concentró en un par de países ricos en recursos naturales principalmente por tres razones. Primero, porque el costo de transportar los minerales era excesivo, y por ende, no existía mayor demanda para los minerales fuera de las fronteras de estos países. Además de lo expuesto, en esa época existía una relativa abundancia de minerales con alto contenido metálico, los cuales eran relativamente fácil de extraer (en el caso del cobre, por ejemplo, el contenido metálico de algunas minas era de hasta el 30%; hoy en día el promedio es de tan solo el 0,6%; parte de la razón de los enormes impactos de la minería moderna es precisamente el bajo contenido metálico de las menas).
Lo que más les importaba a estos países no era exportar los minerales (lo cual de todas maneras no era rentable por el alto costo del transporte y por la falta de demanda), sino de agregarles valor dentro de ellos mismos. El valor del mineral, en otras palabras, se hallaba en el producto industrializado, y no como materia prima. Complicando el escenario era el hecho que no se le asignaba ningún valor a los servicios y bienes ambientales producidos por los ecosistemas, situación que persiste en la actualidad. Por tanto lo único que tenía valor real era el potencial industrial o negociable del mineral sacado y procesado del subsuelo (esto incluye el oro y la plata que no depende de la transformación industrial para que adquieran valor). Y, ya que los minerales no valían nada en el subsuelo, los gobiernos nacionales (y después los locales), se los regalaban a las empresas mineras para que los exploten, y comúnmente lo hacían a cambio de ciertos “favores”. Éstos incluían que la explotación facilitara la colonización de áreas rurales o inhóspitas, que ayudara a impulsar la expansión agrícola (por ejemplo, a través de nuevas vías de acceso) y, para que la actividad aportara con la materia prima para las industrias nacionales, de la forma más barata posible.
Hoy en día varios países siguen regalando su riqueza mineral a cambio de que las empresas “desarrollen” áreas “baldías”, o abandonadas por los gobiernos- (una práctica sumamente peligrosa, equivalente a dejar que las empresas privadas suplanten parte de las responsabilidades de los gobiernos nacionales y locales, y facilitando la creación de modos de dependencias sociales y económicas nefastas).
El Colonialismo
Los países ricos en recursos mineros, o aquellos que tuvieron fácil y barato acceso a estos recursos (y los energéticos) de otros países, fueron los que más se beneficiaron de la industrialización (incluyendo a los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Japón). No debe extrañar que en la medida que se agotaban los minerales de estos países, éstos se vieran obligados a buscarlos más y más lejos de sus fronteras, y a establecer mecanismos que garantizaran el abastecimiento ininterrumpido de los minerales. El más conocido de estos mecanismos fue el colonialismo. Pero esto se hizo posible solo después de la evolución de la tecnología, lo cual abarató el coste del transporte (por ejemplo: el ferrocarril, los navíos a vapor, y eventualmente los super-tanqueros). Estas innovaciones tecnológicas cambiaron la faz, y el poder – pero no la visión- de la industrias extractivas.
Una vez que se abarataron los costos de transporte intra e intercontinentales, la riqueza mineral como factor clave de desarrollo nacional, perdió su importancia. Con esto se quiere decir que ya no era necesario que un país contara con riqueza minera o energética para apuntalar su industrialización ( o “desarrollo”); dicho país podía adquirir los minerales (y otras materias primas) de otros países de forma muy económica (a veces más barata que producirlo internamente).
El país ejemplar de esta situación es Holanda, que a pesar de no contar con casi ningún recurso natural de importancia se convirtió en una de las grandes super potencia del siglo XVIII y XIX. Pero lo obtuvo solo gracias a su potencia naval, que facilitó el establecimiento de varias colonias, las cuales, a su vez, le abastecían con todo lo necesario para su desarrollo económico y poder político.
El Neo-Colonialismo
Luego del colonialismo, surgieron otras formas más sofisticadas de apropiarse y mantener el flujo de materiales Sur-Norte lo que incluye al neoliberalismo, que parió que engendró los Tratados de Libre Comercio, las Instituciones Financieras Internacionales (FMI, Banco Mundial, BID), y las Agencias de “Desarrollo” internacionales, etc.
Por esto no quiero decir que el menosprecio de las materias primas de la naturaleza es de exclusivo invento del sistema capitalista. El comunismo heredó la misma visión relacionada a los recursos naturales, la cual incluye el mismo desprecio hacia los recursos naturales renovables. Estamos hablando de la visión de la naturaleza como un gran almacén de recursos naturales para explotar y/o ser transformados en productos industriales destinados para el exclusivo beneficio de los seres humanos. Visión que encajaba perfectamente con los objetivos de las grandes industrias extractivas, y la cual preparó el terreno para los grandes desastres ambientales, y el etnocidio a nivel mundial.
Mientras todo esto ocurría, surgían las transnacionales extractivas, que poco a poco, y en gran medida gracias a los recursos mineros obsequiados por las naciones, se convirtieron en lo que hoy son: entidades política y económicamente más poderosas que la mayoría de los países del mundo. Ese poderío contiene consecuencias muy importantes tanto para los sistemas ecológicos, como para los gobiernos, y comunidades y pueblos ancestrales.
Visión Estatal y las Transnacionales
Como debe ser obvio, la gran mayoría de las naciones del mundo no han modificado significativamente su visión hacia los recursos naturales- y en especial hacia los minerales e hidrocarburos. La visión del siglo XVIII y XIX está aún latente, y sigue creando pobreza en países “ricos en recursos naturales”, ya que éstos siguen siendo exportadores de riqueza primaria para las grandes industrias. Ahora los países no tienen que exportar sus minerales a la fuerza para los países conquistadores, sino para pagar su deuda externa (o más común, el interés), para supuestamente financiar sus grandes proyectos políticos, o simplemente porque el Banco Mundial o el FMI lo recetó.
Pero lo cierto es que el esquema profundiza la pobreza en países en desarrollo como lo ha venido haciendo durante siglos, tal como investigación tras investigación lo ha comprobado. Simplemente porque así se concibió el esquema: Jamás los países industrializados concibieron el comercio de materia prima como una forma de favorecer o peor, de enriquecer a los países exportadores de éstas.
La mayoría de los gobiernos- sean de países ricos o pobres- al final del día, representan a los intereses más poderosos de su sociedad. Y, sin duda alguna, las industrias extractivas transnacionales han dominado este escenario. Durante siglos éstos intereses se han enriquecidos básicamente debido a que las naciones no han valorado los minerales y otras materias primas, ni los servicios ambientales de la naturaleza. La actitud de que los minerales deben ser “regalados” a las empresas extractivas sigue tan vigente hoy como hace 2 siglos. Solo basta leer la mayoría de las leyes mineras del mundo para comprobarlo (esto incluye las leyes de los países industrializados como Canadá y los Estados Unidos).
Ese poderío persiste y crece- , y continúa creando políticas de Estado, y redactando constituciones y leyes alrededor del mundo. Las empresas no han cambiado su visión de lo que son los minerales: éstos no tienen valor a menos que ellos los exploten y los conviertan en productos para la industrialización. Paralelamente, los gobiernos, o por lo menos la gran mayoría, tampoco han cambiado su visión de lo que es el valor de los recursos naturales in situ, y todas las dimensiones del desarrollo. Solo ven el brillo de las rentas fiscales, más no las secuelas políticas, sociales, económicas, culturales y ambientales de un desarrollo dependiente de estos monstruos políticos y económicos.
Si bien existen excepciones a esta regla, las excepciones comprueban la regla: el desarrollo basado en recursos no renovables profundiza la pobreza en países como el nuestro. Y, como si fuera poco, el extractivismo aumenta los conflictos sociales, agudiza los problemas de gobernabilidad, aumenta la deuda externa, y la corrupción e inseguridad crece desmedidamente. Esto, a la vez que deja detrás permanentes desastres ambientales. El término para describir estos impactos es la Maldición de los Recursos Naturales o la “paradoja de la riqueza”.
Ya que sus efectos en la economía no pueden ser medidos según los filtros y visión de los economistas tradicionales, estos “pasivos” no tienen valor. La ceguera ha llegado a tal nivel que tampoco se le ha asignado un valor real al agotamiento del capital mineral que año tras año las empresas mineras explotan. Increíblemente, la mayoría de los países fijan las regalías para este fin en menos del 5%. Con la Ley Trole, en el año 2000, gracias a la receta del Banco Mundial, pero facilitado con cómplices ecuatorianos, Ecuador eliminó por completo las regalías.
Viejos Conceptos, Nueva Envoltura …
El concepto de que los minerales en el subsuelo no tienen valor está en plena vigencia dentro de ciertos sectores del actual gobierno, el que se ha dejado influír por la vieja y distorsionada visión que dice que para ser “competitivo” en la minería global se tiene que subvalorizar los minerales in situ (bienes estatales) al igual que el resto del mundo. Los únicos ganadores en este absurdo esquema son las empresas mineras transnacionales y las economías industrializadas que le agregan valor a la materia prima. Los perdedores sociales siguen siendo los mismos que desde la época colonial: las comunidades aledañas a los proyectos, los pueblos ancestrales, y en general los países exportadores. Sin salvaguardias como el “consentimiento previo” las comunidades y pueblos ancestrales quedan desprotegidos, y ayuda a crear el escenario perfecto para generar desastrosos impactos ambientales y permanentes conflictos sociales. Cuando los impactos se dan a nivel ecosistémico, como comúnmente suele ser en los casos de la gran minería, el otro gran perdedor son las futuras generaciones, las que tienen que pagar el costo de aguas contaminadas con metales pesados, la lluvia ácida, deforestación, desequilibrio climático, la pérdida de biodiversidad y de oportunidades de desarrollo sustentables además de degradación cultural y social.
En fin, la visión sigue en plena vigencia, y la economía moderna aún no ha podido establecer los costos reales de una explotación minera a gran escala, ni de poder realmente valorar los bienes y servicios generados por la naturaleza.
Pero este fracaso no implica que no debemos utilizar el precepto de precaución y nuestra propia inteligencia para concluir que, según los criterios y visión vigentes de la minería global, y las alternativas productivas que abundan en el país, la minería no debe ser impulsada por éste, ni por cualquier otro gobierno, hasta por lo menos comprender mínimamente como evaluar correctamente los costos y beneficios de la minería, al igual que el valor de los bienes y servicios ecosistémicos, incluyendo los materiales, culturales y espirituales generados por los sistemas naturales. Y, no solo desde el punto de vista económico. Todo esto implica una real revolución de valores, visión, y consciencia.
Hasta eso, dejemos los minerales en el subsuelo y aprendamos a utilizar ética e inteligentemente los elementos renovables de la naturaleza.
Carlos Zorrilla