“Cronista de una larga y silenciosa tragedia argentina”, es el título del reciente libro que aborda los impactos del modelo de agronegocio, con agrotóxicos y transgénicos. Raúl Horacio Lucero, coautor, es un reconocido investigador que atendió en su consultorio a los afectados por las fumigaciones y también confirmó sus efectos en laboratorio. Editado por la Universidad de Burgos (España), es un material del libre descarga.
Por: Raúl Horacio Lucero
Luego de una nefasta experiencia donde se mezclaron intereses políticos, empresariales y la necesidad de los trabajadores, y tras vivir una jornada violenta que frustró una visita a una localidad de vecinos afectados en su salud por los agroquímicos, recibí una llamada de una persona cercana donde me preguntaba: “¿Ya dejaste de ser ambientalista?”. En ese momento caí en la cuenta de que defender una verdad que desnuda la nula importancia que este modelo le da a la salud de la población, automáticamente me encolumna con los defensores fundamentalistas del medio ambiente y en una posición antagónica, con los que a su parecer, defienden el progreso como herramienta para paliar la hambruna mundial.
Quizás tampoco se den por aludidos de que nuestros hijos desde que nacieron se están alimentando con productos derivados de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) diseñados para soportar una cantidad de tóxicos nunca antes visto. Los interesados en los efectos que tienen los mutágenos sobre nuestro material hereditario no podemos quedar indiferentes ante semejante amenaza y si lo hacemos seremos seguramente interpelados por las generaciones futuras ante tanto silencio cómplice.
En su libro “Sin Rumbo” de Eugenio Cambaceres (1885), el autor relata cómo un dandy de la generación del 80 se suicida haciéndose el “ara kiri”, cuando ve morir a su hija luego de sufrir una grave enfermedad, y con ella ve morir también su destino dorado, en donde la oligarquía argentina de la época cree que está subido a un tren de oro que va en dirección a su destino triunfal, que le permite ser el granero del mundo, no construir un país, sino gozarlo.
La relación que tienen las prácticas extractivas con la destrucción de la naturaleza a escala planetaria, y sus consecuencias cada vez más graves, generan gran incertidumbre para el futuro de la humanidad y la biodiversidad. Los acuerdos internacionales de las últimas décadas resultaron insuficientes para frenar el proceso de deterioro global. Querer dominar y sojuzgar la naturaleza se transformó en un gran error en el presente que se tiene que corregir y remediar en lo material, desde el principio de armonía de la humanidad con la naturaleza, a través de la educación.
Este proceso operó y continúa operando en la educación y la producción, a todos los niveles, y esto es lo que se tiene que desactivar para frenar este proceso destructivo.
Cualquier persona medianamente informada puede entender los problemas ambientales graves, como la pérdida de sustentabilidad del planeta que ya existe y otros que se avecinan. De lo que se trata es de vivir en armonía con la naturaleza y todo ser vivo que la habita. La ciencia y la tecnología tienen que seguir el sentido de la vida de todos los seres. Este principio filosófico tiene que ser enseñado en la familia, en todos los niveles educativos, a empresarios, profesionales, trabajadores, consumidores y gobernantes. Sería una forma de frenar la destrucción de la naturaleza y poner ciertos límites a la investigación y a la producción de ambiciones desmedidas.
Como bien nos anticipa el respetado periodista Alberto Medina Méndez: “Tal vez debiéramos replantearnos si realmente queremos cambiar las cosas. Es probable que solo deseemos sentirnos menos culpables, o posar sobre nosotros mismos un manto de piedad para justificar nuestros errores, nuestras complicidades y silencios. Nuestras sociedades están repletas de gente valiosa, dispuesta a poner empeño, pero es sano tomar la más exacta dimensión, porque nunca se trata de una batalla corta, ni fácil.
Siempre, del otro lado, estarán los que tienen sobrados motivos para que nada cambie. Los movilizan intereses sectoriales, personales y políticos. Ellos están preparados para soportar los embates del descontento social, expresado de modo desordenado, inconsistente y sin soluciones prácticas a la mano.
Saben que, del lado de los ciudadanos, los hay con preocupaciones, pero sin tiempo material ni recursos económicos para emprender batallas prolongadas. Ellos, por el contrario, disponen de todos los elementos y saben que el tiempo es su mejor aliado. Para evitar una nueva frustración y la impotencia que viene de su mano, solo resta diagnosticar adecuadamente el problema a enfrentar. Para conseguir que nuestra sociedad gire en el sentido correcto, hace falta mucho más que tener la razón o creer tenerla. Dar la batalla implica prepararse para una larga travesía, atestada de escollos y sinsabores. Si se está preparado a recorrer ese camino, pues manos a la obra. Si de lo contrario, solo se harán intentos furtivos, preparémonos para resultados exiguos.
El compromiso de la sociedad resulta imprescindible. Tal vez haya que entender que la tenacidad no es un requisito más, sino el requisito por excelencia”.
*El libro “Cronista de una larga y silenciosa tragedia argentina” se puede descargar en el siguiente link.