Duras palabras de indignados cajamarquinos esta semana, que ponen en evidencia la poca fe que le tienen a los llamados Estudios de Impacto Ambiental. “¡Cómo una cosa que la hace el hombre va a poder reemplazar lo que ha hecho Dios!”. “¡La ciencia se ha equivocado otras veces! ¡Ya no creemos en la ciencia!”.
Fuente: diario La Primera
06/12/2011. Y razón no les falta. Todos los expertos consultados, que no están asociados a las empresas, coinciden en que los EIA:
– No son neutrales desde que los financia la propia empresa inversionista.
– El Ministerio de energía y Minas no ejerce su facultad fiscalizadora y suele actuar como una sucursal de Proinversión.
– Y lo más grave: no se hacen de manera integrada a todo el ecosistema de las poblaciones aledañas y áreas de influencia. Sino que se esmeran solo en salvar el proyecto de inversión y el impacto inmediato o de mediano alcance.
Y es culpa del Estado que la gente ya no crea en la ciencia, el último bastión del conocimiento y el desarrollo que quedaba impoluto en medio del festín de intereses que se mueve entre políticos, inversionistas, lobistas y Estado.
Es gravísimo que la gente empiece a desconfiar de la ciencia porque ella es la única capaz de resolver de manera no política y en beneficio del país tremendos entuertos.
Por eso, la peor decisión que Ollanta Humala ha podido tomar es la de aceptar que los Estudios de Impacto Ambiental pasen a jurisdicción de la Presidencia del Consejo de Ministros. Es una aberración y un contrasentido. Es dispararse a los pies. Es poner al gato de despensero.
Si ya el hecho de que el Ministerio de energías y Minas los tuvieran a su cargo ha generado la desconfianza que hoy existe en la población, que ahora pasen a la Presidencia del Consejo de Ministros no tiene otra justificación que la descaradamente política. Que alguien me explique ¿cuál es, si no, la razón para que los estudios de impacto ambiental no estén en el Ministerio del Ambiente?
Es evidente, por el paupérrimo presupuesto que el anterior gobierno le dio al Ministerio del Ambiente, que su inauguración se trató más de un gesto político internacional que de un auténtico convencimiento de su utilidad e importancia en una era en la que el aprovechamiento de los recursos naturales y las inversiones deben lograr un equilibrio que aseguren el desarrollo económico al tiempo de la calidad de vida de sus poblaciones, y la seguridad energética, hidrológica, alimentaria y demás absolutamente sensibles para el presente y futuro de cualquier nación.
Si este gobierno pretende continuar esa línea del Ministerio del Ambiente de pantalla, sería una enorme decepción. No solo porque evidenciaría que no ha entendido en absoluto el fondo de los asuntos que apremian y afectan a las poblaciones al borde del conflicto social.
Los problemas de fondo son los recursos de los que viven, recursos que deben ser medidos y ponderados por los especilistas en medio ambiente, por los hombres de ciencia que no están en carrera política o que no tienen más compromiso que con la verdad que los modelos científicos pueden aportar.
Los Estudios de Impacto Ambiental TIENEN que ser vistos por el Ministerio del Ambiente, entidad que debe ser recuperada y defendida. No debemos dejar que agonice en la inacción y la falta de recursos.
Conga es solo símbolo y síntesis de un problema que viene arrastrándose hace décadas y que lejos de enderezarse se ha enredado cada vez más, acumulándose una cantidad de energía explosiva que solo un tratamiento transparente -y no que aparente ser transparente, que de eso el pueblo ha tenido suficiente y no es tonto- logrará comenzar a desenredar la madeja.
Recuerdo que antes de la segunda vuelta se me pidió una opinión acerca de los planes de gobierno de los dos candidatos, en sus capítulos medioambientales. El capítulo del Fujimorismo parecía un “copiar y pegar” de alguna página de PromPerú. Excepto por uno o dos conceptos, ninguna propuesta anclada en la realidad o la importancia de un tema tan sensible.
El del nacionalismo, bueno, estaba repleto de palabrería ideológica, es cierto, pero detrás de toda esa retórica se veía un conocimiento acerca del tema y una serie de propuestas atendibles, o por lo menos debatibles. El resto de partidos nadaban, en mayor o menor medida, en las generalidades.
Conga ha explotado y sus esquirlas han alcanzado otras bombas de tiempo cual efecto dominó. Lo que el gobierno haga en los siguientes días, semanas y meses determinará no solo el rumbo que ese conflicto tomará, sino el que tomarían todos los demás en espera, así como también señalará el derrotero elegido por este gobierno -el de la inclusión, el de la diferencia- para manejar el frágil equilibrio entre la necesaria inversión y la imprescindible protección de los ciudadanos y su calidad de vida.
Conga ha puesto nerviosos a los inversionistas, con razón. Porque ha sido culpa del Estado que ellos hayan podido siempre salirse con la suya en desmedro del pueblo. Porque le ha faltado al Estado orden, autoridad -no solo con la población sino también con los empresarios- y le ha faltado desde hace muchos años, honestidad y empatía.
Conga ha explotado para señalarnos, una vez más, que el iceberg está allí abajo, esperando que pase el Titanic. Por eso, lo que Ollanta Humala haga por Conga, será, ojalá, lo que haga como modelo de enmendar lo que hasta ahora se ha hecho siempre ad hoc y mal. Lo de Conga ha sido un desastre, pero es también una oportunidad. La oportunidad que todos estamos esperando: pueblo, país y empresarios, para que ganemos todos.