Una mina en Perú, administrada por chinos, deja en evidencia los problemas que pueden surgir. En su ofensiva mundial para obtener productos y materias primas, China ha peinado toda América del Sur en busca de cualquier cosa, desde porotos de soja brasileños hasta madera de Guyana y petróleo de Venezuela. Pero mucho antes de cualquiera de esas incursiones, China apostó a esta desolada población minera situada en el desierto meridional de Perú.
Fuente: The New York Times
San Juan de Marcona – 25/08/2010.Fue en 1992. Las empresas chinas ya habían empezado a mirar hacia el exterior. Una acería, la Shougang Corporation de Pekín, puso los ojos en una mina de hierro aquí y la compró en un gesto que, en el momento, pareció casi temerario. En esa época, Perú aún estaba azotado por los constantes ataques de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso.
Pero la bienvenida de héroes que se le concedió a Shougang muy pronto se esfumó. Los obreros de la mina, que fue fundada por estadounidenses en la década de 1950, y nacionalizada por los generales izquierdistas en la década de 1970, empezaron a fomentar algo inesperado: una revuelta que ha durado hasta ahora, caracterizada por huelgas a repetición, enfrentamientos con la policía e incluso incendios deliberados contra los jefes, nominalmente comunistas, de China.
“Rápidamente advertimos que nos explotaban para ayudar a construir la nueva China, pero sin que nos dieran por ello ninguna recompensa”, dijo Honorato Quispe, de 63 años, un veterano sindicalista de la mina, en la que los mineros han hecho tres huelgas este año, incluido un paro de 11 días el mes pasado.
El largo y enconado conflicto con Shougang a causa de los salarios, la polución ambiental y el trato que la empresa les da a los residentes de esta población no se condicen muy bien con la visión eufórica de China sobre su perfil cada vez más alto en América latina, en el cual “todo el mundo gana” y el lema es el “consenso”.
América latina, según esta idea de cooperación Sur-Sur, le vende a China materias primas, como cobre, petróleo o hierro; a cambio, la región compra productos, como celulares, autos y juguetes de plástico baratos.
La tensión en Marcona sugiere que el compromiso de China en la región no carece de riesgos ni escollos. Aunque no es un tema dominante de las relaciones de la región con China, en algunos países ha empezado a aparecer cierto recelo respecto del floreciente intercambio comercial con China. Las reacciones contra ese vertiginoso aumento del comercio se refieren, en general, a las importaciones baratas procedentes de China, o a los agresivos esfuerzos chinos destinados a lograr acceso a las reservas energéticas.
Por ejemplo, tanto en Brasil como en la Argentina, los fabricantes acusaron a las empresas chinas de inundar el mercado de productos baratos, lo que llevó a la imposición de nuevos impuestos sobre algunas importaciones chinas.
Pero tal vez en ninguna parte de la región se ha producido tanto recelo y arrepentimiento respecto de la inversión china como en Marcona. Con alrededor de 15.000 residentes, la ciudad aún tiene la apariencia de una población minera del sudoeste estadounidense. Los norteamericanos se marcharon hace mucho tiempo, pero los gerentes chinos viven ahora en las mismas casas construidas para sus predecesores, conducen vehículos deportivos y hablan con sus subordinados a través de traductores.
Los obreros dicen que los problemas con Shougang empezaron en la década de 1990, cuando la empresa redujo la mano de obra de la mina de 3000 a 1700 operarios, y trajo algunos trabajadores chinos. También se generó resentimiento cuando Shougang no cumplió con su promesa de invertir US$ 150 millones en la infraestructura de la mina y de la ciudad, y optó, en cambio, por pagar una multa de 14 millones por no haberlo hecho.
En el edificio de un sindicato, los trabajadores hablaron de los bajos salarios y de la resistencia de la empresa a cumplir con los aumentos dispuestos por el gobierno, y afirmaron que Shougang había arrojado al mar desechos químicos.
“Los chinos nos consideran poco más que esclavos”, dijo Hermilia Zamudio, de 58 años. “Creen que es humillante hablar con nosotros, y cuando necesitan resolver algún problema, lo hacen por medio de sus matones.” Los enfrentamientos con los guardias de seguridad privados y con la policía, que recibe un pago mensual de Shougang, son comunes en Ruta del Sol.
Raúl Vera la Torre, un ejecutivo peruano de Shougang a cargo de las relaciones con el gobierno y los periodistas, reconoció que la empresa se enfrentaba a quejas sobre problemas por la escasez de viviendas, falta de agua y el desalojo de los “ocupas”. Por ahora, Shougang parece preparada para capear una crisis tras otra.
“Cuando llegaron los chinos, hablaron de cosas como la solidaridad y la igualdad de los hombres. Si ésta es la hermandad de la que se jactan, tarde o temprano habrá que obligarlos a marcharse”, dijo Félix Díaz, de 66 años, un sindicalista de alto nivel.