En mi artículo anterior escribí sobre el grave peligro de la cuenca de aguas del nevado Qarwarasu por la inminente explotación a tajo abierto de una mina de plata y cobre. Como es habitual, los operadores de la empresa australiana recurrieron a conocidas triquiñuelas para dividir a la población y obtener un acuerdo formal de aceptación.
Por Rodrigo Montoya Rojas publicado en Diario UNO
Si los ómnibus no circularan entre las 10 de la noche y las seis de la mañana, en las carreteras peruanas moriría un setenta u ochenta por ciento menos de pasajeros. En esas fatídicas horas el cansancio golpea más.
Hasta ahora solo lamentamos la pérdida de miles de vidas y no aparece ninguna solución en el horizonte. Los expertos en materia de transporte no tienen en cuenta este hecho. El abrazo de solidaridad es un pequeñísimo consuelo, más aún si como el mío va desde Sao Paulo, tan lejos.
En mi artículo anterior escribí sobre el grave peligro de la cuenca de aguas del nevado Qarwarasu por la inminente explotación a tajo abierto de una mina de plata y cobre. Como es habitual, los operadores de la empresa australiana recurrieron a conocidas triquiñuelas para dividir a la población y obtener un acuerdo formal de aceptación.
El Frente Amplio de Defensa del Medio Ambiente de la Provincia de Sucre, se opone al inicio de operaciones de la empresa minera Laconia South América S.A.C. en las faldas del nevado Qarwarasu. La comunidad campesina Tintayno le otorgó la licencia social respectiva para dar inicio a las operaciones de explotación.
De un lado está la vida de los ayllus y pueblos andinos; del otro, la fortuna para los dueños de la empresa australiana y algo de dinero que iría al tesoro público. Cuando la explotación termine, los dueños se irán y quedarán los ayllus cerca de un espacio lleno de huecos. Si toda su nieve se diluyera, el cerro habría perdido parte de su encanto. Doble pérdida, doble dolor. No son buenos los tiempos que nos toca vivir.
En estos tiempos de lucha y de defensa de lo nuestro, conviene pensar dos veces en el argumento de las grandes empresas y de los funcionarios del gobierno de Ollanta Humala que tratan de hacernos creer que de un lado están los mineros, que serían buenos peruanos y que quieren el llamado desarrollo, y, del otro, los antimineros, los malos peruanos, los terroristas que propondrían el “atraso”.
Eso es lo mismo que dijo y escribió Alan García, el aprista expresidente, cuando insultó a los comuneros de la Amazonía y de los Andes llamándolos “perros del hortelano”, por no comer ni dejar comer la riqueza de las minas, el petróleo, el gas, el oro y las maderas. Es lo mismo que repiten los periodistas en los medios de comunicación controlados por el Grupo El Comercio.
Tratemos de ver de cerca lo que hay en el fondo de ese razonamiento: se trata de un argumento especialmente escogido para hacernos creer que las grandes empresas mineras y el Perú tienen los mismos intereses, sin tomar en cuenta y tratando de ocultar que no todos los peruanos pensamos igual y que no por pensar de modo diferente somos malos peruanos o, peor aún, “terroristas”. Como ciudadanos tenemos derecho a pensar y a defender nuestras opiniones y a respetar las opiniones de los otros. Si la democracia no supone este respeto, ¿de qué estamos hablando?
Los empresarios, los funcionarios del gobierno de Humala y los medios de comunicación que los defienden están convencidos de que en el mundo solo ellos tienen la verdad y que ese pensamiento es el único a tomar en cuenta. Para ellos el desarrollo es sinónimo de riqueza, de acumulación de fortuna, de competir para lograr mayor acumulación de bienes: casas, autos, seguros privados para todo, mejores universidades para los hijos. Todo eso existe en el país, por supuesto, pero es un privilegio para un reducido número de peruanas y peruanos que no se extiende más allá del 10% de la población. Las grandes fortunas del país -de esos que figuran en la listas norteamericanas de gentes con más de mil millones de dólares- apenas representan menos del uno por ciento. Un 20% o 30 % de la población se sitúa en lo que se llaman las clases medias (altas, medias y bajas) que viven con algo de confort (una casa, o un departamento, un auto) y que envían a sus hijos a colegios privados de tercera o cuarta categoría.
El resto ve de lejos y de cerca el desarrollo, el progreso de los otros. El grueso de la población no beneficiada por el llamado desarrollo comparte la situación de pobreza, hasta el extremo de mal vivir con tres soles diarios, en los barrios populares de las grandes ciudades, en los conos de Lima metropolitana y los llamados pueblos jóvenes de las capitales de departamento y algunas provincias grandes, y, también, en las comunidades de las tierras altas y en las comunidades nativas de la Amazonía.
Hay otra alternativa al llamado desarrollo. Se trata del ALLIN KAWSAY, BUEN VIVIR, en quechua, idea que viene de los hermanos de Bolivia y Ecuador y que es recogida por dirigentes de los pueblos indígenas amazónicos y de algunas organizaciones andinas. Una de las cuestiones centrales para el Allin kawsay, es vivir en armonía con la naturaleza.
Los seres humanos somos parte de la madre tierra. En el desarrollo capitalista los ingenieros y técnicos actúan como enemigos de la naturaleza, para someterla y vencerla. En un ayla, música particular de la fiesta del agua, los comuneros de los ayllus de Puquio (Qollana, Chaupi, Qayaw y Pichachuri) cantan: “los ingenieros carreteros son enemigos de los árboles y de las piedras”.
Saben muy bien de lo que hablan. No son malos peruanos, no son terroristas. Se trata de tener con la Pacha mama una relación de respeto porque de ella nos viene la vida. Es ese respeto que las empresas capitalistas y sus defensores no toman en cuenta porque para ellos lo único que cuenta es la acumulación de riqueza para el 1% de la población y sus beneficios extendidos a un 10%. (Sao Paulo, Brasil 2 de abril, 2015).
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Tratemos de ver de cerca lo que hay en el fondo de ese razonamiento: se trata de un argumento especialmente escogido para hacernos creer que las grandes empresas mineras y el Perú tienen los mismos intereses, sin tomar en cuenta y tratando de ocultar que no todos los peruanos pensamos igual y que no por pensar de modo diferente somos malos peruanos o, peor aún, “terroristas”.