Con este título vió la luz la investigación de Jim Lyons y Carlos de Rosa, publicada por el Centro de Políticas Mineras (Washington, 1997) que ha servido como referente en numerosos debates sobre minería en el continente, obligando a tomar medidas preventivas sobre el tema. La premura y entusiasmo con el cual el Sr. Martinelli expresó: “Con mucho gusto la cambiamos la ley de minería“, nos trajo del inconsciente un oscuro pasaje de nuestra historia escenificado en una habitación del Waldorf Astoria hace poco más de una centuria y que costó 80 años de sufrimientos.
Por Ela Urriola publicado en el diario La Prensa
Así, mientras la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, sanciona una ley prohibiendo la minería -en especial la de cielo abierto, dominante hoy en día por el menor costo de operación- y en Ecuador y Chile los gobiernos hacen los ajustes para prohibir la actividad, el Sr. Ricardo Martinelli proclama a viva voz su disposición de permitirla para incentivar el desarrollo del país.
Lo que por allá no se puede, aquí “sí se puede”. De manera que su ministro de Comercio, por debida obediencia -como en tiempo de los militares- o, por simple “mala fe” -el acto de engañarse a sí mismo para engañar a los demás, (Sartre, 1943)- sale a la palestra televisada promoviendo las bondades del proyecto y la urgencia de modificar el Código de Minería.
Contrario a la minería subterránea, que aprovecha las vetas para extraer mineral de calidad, la de cielo abierto remueve grandes extensiones de la capa superficial para obtener mayor cantidad de material en el subsuelo, pero de inferior calidad.
El uso de grandes maquinarias, cintas transportadoras, tuberías de lavado y uso de explosivos permiten remover montañas enteras en cuestión de horas. El proceso requiere que el yacimiento abarque vastas extensiones y se encuentre cerca de la superficie; como consecuencia, se cavan cráteres gigantescos que pueden llegar a tener más de 150 hectáreas de extensión y 500 metros de profundidad.
Pero el daño no se limita al epicentro de la explotación, lo más afectado es la periferia que puede abarcar miles de kilómetros a la redonda debido a la deforestación, contaminación de aguas, del subsuelo y la degradación general del ecosistema. En los casos de las minas para extracción de oro, como Petaquilla, el uso de la lixiviación con cianuro -procedimiento para lograr la precipitación del oro rociándolo con cianuro (75 gls por pie cúbico de material)- se logra la extracción de un gramo de oro por tonelada de material, contaminando las aguas superficiales y subterráneas, y eliminado toda forma de vida a su alrededor.
Según especialistas en la materia, (Vaughan, Salinas, Elizondo y Kussmaul) luego de investigaciones en Argentina, Chile y Costa Rica, los efectos colaterales más sensibles son: devastación y modificación de la morfología que deja al descubierto grandes cantidades de material estéril; afectación del entorno y pérdida de atracción escénica; contaminación del aire; afectación de las aguas superficiales y subterráneas; impacto sobre el microclima; afectación de flora y fauna y fauna; contaminación residual del entorno e impacto sobre poblaciones desplazadas por la extensión del proyecto.
El saldo negativo a largo plazo no compensa de ninguna manera los daños por una actividad con una duración estimada de 20 años.
El proyecto minero de Cerro Colorado, utilizado como distractor de opinión durante los debates de los Tratados del Canal, logró su objetivo y luego fue olvidado por razones que nadie pudo explicar. Los yacimientos cupríferos que supuestamente excedían las posibilidades de la mina El Teniente, en Chile, no fueron jamás mencionados y quedó en un limbo hasta el presente, cuando posiblemente sea utilizado real o hipotéticamente para una finalidad gubernamental.
El hecho es que la extracción de cobre, al igual que la de oro u otro mineral, a pesar de utilizar otros purificadores químicos, contaminan y afectan de la misma manera el entorno y la vida humana en todas sus facetas. De manera que el “ahora le toca al pueblo” parece no incluir las comunidades indígenas o campesinas víctimas directas del proyecto, ancestralmente expuestas al exterminio por hambre y enfermedades y que ahora son amenazadas por una moderna forma de genocidio sin necesidad de cámaras de gas: la contaminación.
La premura y entusiasmo con el cual el Sr. Martinelli expresó: “Con mucho gusto la cambiamos (la ley). Yo quiero que el gobierno coreano, junto con accionistas canadienses, norteamericanos y de la bolsa de valores, desarrollen esa mina (yacimiento de cobre de Cerro Colorado en la comarca Ngäbe-Buglé)”, nos trajo del inconsciente un oscuro pasaje de nuestra historia escenificado en una habitación del Waldorf Astoria hace poco más de una centuria y que costó 80 años de sufrimientos. ¿No será que la pandereta por los corredores es para acallar las cascadas de cianuro? Ojalá los inversionistas coreanos nos dejen suficiente cobre para el busto del Sr. Martinelli en alguna plaza de Tolé.