Me confieso que soy antiminería desde los siete años. Mi mamá venía de San Félix, Chiriquí, que era el punto de entrada hacia el proyecto de Cerro Colorado. Ella se encargó de explicarme todos los impactos y daños que podía causar la minería a su pueblo y a su querido río San Félix. Mi madre redactó poemas y fábulas infantiles sobre su querido río San Félix, al que ella acudía de niña a buscar agua y a llevar a los caballos a beber.
Por Rodrigo Noriega publicado en La Prensa
El científico de la familia era mi papá. Un ingeniero civil libre pensador, que de vez en cuando lanzaba alguna arenga anticlerical, que delataba su formación en el Instituto Nacional y el Colegio Artes y Oficios. Mi papá no era cualquier ingeniero, dotado de una maestría en ingeniería, había construido hidroeléctricas en Panamá y colaborado en varios otros proyectos internacionalmente. Ah, se me olvidaba, él también había estudiado sobre minería en la escuela de minas de Colorado, Estados Unidos.
Así que armado con un papá científico y una mamá poetisa, ambos decididamente ambientalistas sin saberlo, me iniciaron en esta tradición antiminera. Mis primeras pancartas las pinté en unos papeles manilas dentro de la pequeña biblioteca que los claretianos tenían junto a la Iglesia del Santuario Nacional. (Espero no haber delatado a nadie).
Unos 20 años más tarde, dentro del frenesí del neoliberalismo y debido al gran miedo nacional a que el país fracasara en el manejo del Canal, Panamá se abocó a desarrollar la minería como una alternativa económica. Por ese miedo se cambió el código minero y se empujó un Contrato Ley que nos trajo a la mina de Petaquilla.
Los canadienses que están detrás de casi todas estas minas de oro y cobre en Panamá, prometieron el cielo, el sol y las estrellas. La realidad de la mina Santa Rosa y la de Petaquilla en la actualidad, deberían bastar para cancelar todas las concesiones mineras y orientar al país hacia otros caminos de mayor valor agregado para nuestra economía, ecología y sociedad.
En el mejor de los casos, los ingresos que producen las minas son muy bajos para que nuestro Estado promueva esta actividad. La minería no puede funcionar en el trópico sin subsidios ambientales, laborales y económicos. En la actualidad, una cantidad desconocida de filipinos está en Panamá en condiciones que no se conocen, supuestamente traídos al país para que trabajaran en la minería en Donoso.
Se ha presupuestado que el costo de limpieza ambiental de Petaquilla, según el propio gobierno, puede superar los 30 millones de dólares en el mediano plazo. Esto no incluye los millones de dólares en salarios caídos que se quedaron sin pagar. Supuestamente, la mina produjo unos 800 millones de dólares durante su operación y de ello el gobierno recibió 16 millones en concepto de regalías. Es decir, desde el punto de vista más simple de contabilidad financiera, salimos perdiendo.
El negocio de la minería que está tan malo a nivel mundial, sin incluir el desplome de esta semana, que empresas como la canadiense: Century Iron Mines Corp., han decidido cambiar de actividad y dedicarse a un sector de muy alta tecnología y sofisticación, realmente “desconocido para los panameños”. Esta actividad económica que salvará a las empresas mineras no es otra que la producción de huevos de gallina. Esta empresa se dedicará a producir huevos en Australia para exportar a China.
Estos canadienses no son los únicos, Gina Rinehart, la que solía ser la mujer más rica del mundo y cuya fortuna estaba fundamentada en la minería de oro, cobre, carbón y otros minerales, también se está metiendo en el negocio de los huevos. Gallinas 2, minería 0.
En Brasil la cosa va por el mismo camino. Lula le apostó fuerte a las actividades extractivas como la minería para hacer crecer la economía brasileña y generar mucho empleo. La última empresa minera que se incorporó a la Bolsa de Sao Paulo en el 2012, All Ore Mineracao S.A., no optó por el muy lucrativo negocio de los huevos, sino por el de los cosméticos para consumo femenino.
Con estos ejemplos, se demuestra la crisis del sector minero mundial. Se reitera que minas como cerro Quema y La Pitalosa en Tonosí serían repetir el ejemplo de las minas de Petaquilla y de Santa Rosa.
La minería en el ámbito mundial seguro que va a continuar. El reciclaje de la basura electrónica de celulares y computadoras produce más oro y metales raros por toneladas que la minería metálica a cielo abierto. En el caso del cobre, que todavía es sumamente importante para la fabricación de aparatos electrónicos, el grafeno, un compuesto basado en el grafito, promete ser el sustituto más apto para el cobre y con mucho menor impacto ambiental.
¿Y para Panamá que nos queda? Ahora mismo el país tiene la oportunidad de usar la crisis del agua para redefinir nuestra ineficiente agricultura hacia modelos de alto valor agregado y más cónsonos con nuestra realidad ambiental.
El país tiene un déficit de 150 millones de litros de leche. Tan solo cubrir este déficit es un negocio de 180 millones de dólares al año, tomando en cuenta el precio actual de los litros de leche. Ese es un buen negocio para el país.
Actualmente, se necesitan unas 100 libras de cobre para generar la misma ganancia que una libra de café Geisha de las tierras altas de Chiriquí. Este café está considerado como el mejor del mundo. Muy a pesar de su evidente éxito, seguimos insistiendo en promover la bobería de la minería.
Existen orquídeas en Panamá que llegan a venderse en miles de dólares, cada una, pero preferimos dar permisos comunitarios para talar los bosques, que enseñarles a nuestros campesinos e indígenas a cultivar las orquídeas.
Se quedaba fuera del tintero el tema de las medicinas. Tan solo en la isla de Coiba entidades como la Universidad de Harvard y otras instituciones científicas han encontrado compuestos moleculares, basados en nuestra flora, que potencialmente pueden servir para combatir algunas de las peores enfermedades que conoce la humanidad. Casualmente, en las márgenes del río Tabasará existen especies de flora que los indígenas usan para tratar todo tipo de enfermedades. Les he preguntado a varios científicos si ya se estudiaron estas especies medicinales o si, por lo menos, se tiene un catálogo de las mismas. La respuesta fue negativa. Quizás la cura del Parkinson o la vacuna del sida se pierdan bajo los millones de galones del embalse de la represa de Barro Blanco. Lo más triste es que nunca sabremos con exactitud qué fue lo que perdió la humanidad.
Estoy cansado de que sigamos perdiendo en Panamá. Apostemos a ganador para nuestro desarrollo sostenible. Apostemos a la humilde gallina ponedora de huevos y a la seguridad alimentaria. Eso es algo que las empresas mineras canadienses y australianas pareciera que sí lo tienen claro, que nosotros sabíamos, pero que nos hicieron olvidar los espejismos y manipulaciones.