“Debemos terminar con la minería a cielo abierto en las zonas montañosas, recuperar los lugares en donde se ha adelantado y garantizar que las fuentes de agua allí ubicadas sean seguras para el consumo humano.” Esta es una de las conclusiones del estudio realizado por el Centro para la Salud y el Medio Ambiente Global, de la Universidad de Harvard, bajo la dirección de Paul R. Epstein, con la coautoría de once científicos, que tomó la minería de carbón a cielo abierto en los Apalaches como uno de sus temas centrales de investigación (Anales de la Academia de Ciencias de Nueva York, febrero del 2011).
Fuente: diario El Tiempo
27/02/2011. En otra investigación se llegó a esta misma conclusión (Science, enero del 2010), al encontrar, como en aquella, que este tipo de minería está trayendo inaceptables impactos para la salud humana, la calidad de vida de la población, la biodiversidad, el suelo y las fuentes de agua, en esta emblemática cordillera norteamericana. Es imperativo que estos hallazgos de la ciencia sean tomados en cuenta para evaluar los proyectos de minería del oro a cielo abierto en Santurbán y en La Colosa, puesto que gran parte de sus impactos ambientales podría ser equivalente a los ocurridos en las diversas operaciones mineras de carbón de los Apalaches.
Además, la investigación de la Universidad de Harvard saca a la luz, como quizá ningún otro estudio lo había hecho antes, cómo las fallas en el mercado de la energía están contribuyendo a la generación de graves daños ambientales y sociales. En efecto, a partir de una minuciosa contabilización de los impactos del carbón sobre la salud humana y el medio ambiente, a lo largo de su ciclo de vida -que incorpora su explotación, su transporte y su combustión en plantas de generación eléctrica, incluyendo el flujo de los residuos resultantes-, se concluye que, en Estados Unidos, su costo podría ascender a medio billón de dólares anuales (¡o quinientos mil millones de dólares!). Es un gigantesco costo que las empresas mineras y de electricidad están generando no obstante que básicamente cumplen con la legislación ambiental y de salud. Precisamente, por eso se les denomina costos ocultos, y se estima que para evitarlos, mitigarlos o compensarlos se requeriría aumentar el precio actual del kW-hora entre dos y tres veces.
¿Cómo se ve Colombia a la luz de las conclusiones de este estudio? En el caso del carbón que explotamos y consumimos localmente, el conjunto de las empresas mineras y termoeléctricas, incluyendo las que cumplen a cabalidad con la normatividad, estarían generando costos ambientales y sociales ocultos, similares a los registrados en los Estados Unidos. Y en el caso del carbón de exportación, que es la mayor proporción, parte de los costos ocultos se generan en el territorio de los países consumidores, principalmente como consecuencia de su transporte a las termoeléctricas y de su combustión, e incluyen los correspondientes a los impactos asociados al cambio climático global.
Pero a los costos ocultos producidos por la totalidad de la minería de carbón de Colombia se adicionan, también, los enormes impactos ambientales y sociales generados como producto del lamentable desempeño de muchas de las empresas ubicadas en el centro del Cesar y en diversas regiones montañosas de los Andes, como lo ha mostrado Mauricio Gómez en sus documentales de CM&, que registran, además, el grotesco despilfarro de las regalías y la miseria imperante en estas zonas mineras.
Lo cierto es que la explotación del carbón y otros minerales marcha por una senda que está conduciendo paulatina y trágicamente hacia un declive acumulativo del patrimonio en biodiversidad y agua de Colombia, y que está causando cientos de muertes y graves problemas de salud a miles de ciudadanos. No es el único destino posible, pero a él pareceríamos estarnos autocondenando.