Santander, entre el progreso y la deforestación. Crónica de la explotación aurifera en alta montaña. El páramo de Santurbán, donde nace el agua que alimenta a Bucaramanga y otras zonas de Santander, vive un nuevo reto: la minería a gran escala, una de las locomotoras que ha anunciado el gobierno.

Fuente: diario El Espectador

22/12/2010. La Serranía de Santurbán, en Santander, se encuentra en el centro del debate sobre los efectos de la explotación minera en el país. Lo que está de fondo es una puja entre el desarrollo minero energético, materializado por el presidente Santos como una de las locomotoras de la economía, y la riqueza natural y biodiversa de Colombia. Dos posturas legítimas que se contraponen y sobre las que el mismo Presidente se ha referido como la gran pregunta que se hace el mundo: ¿Cómo conciliar estas dos miradas sobre el planeta? La una propone que a pesar de los efectos ambientales es mayor el beneficio y el progreso, y la otra asume que el irreversible daño que causan estos proyectos dejará a un país desértico y raído.

A unas pocas horas de Bucaramanga, por la carretera que de Santander conduce al Norte de Santander, se encuentra la Serranía de Santurbán, de 92 mil hectáreas, que se entrelaza con el cielo, un banco de niebla donde nace el agua que alimenta algunas zonas de los dos departamentos. Allí la explotación de oro es una práctica antigua. Desde la Colonia, estas montañas han sido escarbadas para sacar el precioso mineral, pero ellas se niegan y lo guardan en sus entrañas. Tan sólo pequeñas cantidades son expulsadas a través de las corrientes internas de la tierra y van a parar en los ríos que se forman en la falda de la montaña.

Desde la mitad de la década de los 90 empezó el boom de las transnacionales mineras. Muchas fueron las compañías que pusieron el ojo en Santander, entre esas la poderosa Greystar Resources Ltd. Una multinacional canadiense de la cual la Corporación Financiera Internacional (ICF, en inglés), agencia del Banco Mundial que invierte en proyectos privados, es el mayor accionista, con el 11%, así como el JP Morgan, uno de los bancos más grandes del mundo.

En uno de los picos de esta serranía, a 3.900 metros de altura, la Greystar clavó la bandera y lo bautizó Proyecto de Angostura. Hoy, esta compañía está a la espera de que el Ministerio de Medio Ambiente le otorgue la licencia ambiental que permitiría empezar la etapa de explotación, la cual duraría hasta 2025, pero los movimientos ambientalistas han puesto el grito en el cielo y hasta el procurador Alejandro Ordóñez, hace dos días, sentó su posición, al pedirle al Ministerio de Ambiente estudiar la posibilidad de no otorgara la licencia, a pesar de que el nuevo código minero prohibió la minería de alta montaña, este marco normativo no aplica para el Proyecto de Angostura, ya que cuando se otorgó no existía ninguna prohibición al respecto.

El Proyecto de Angostura

En 1994 la Greystar llegó a Santurbán. Sobre la falda de la montaña, en el municipio de California —llamado así seguramente buscando replicar lo que se vivió Estado Unidos en los años 20—, se encuentra la sede del proyecto. En el casco urbano de este municipio habitan más de 1.850 personas, la mayoría dedicadas a la minería. Aquí la gente apoya a la compañía, a todas las compañías que han llegado en busca de oro, que son más de cinco y que con sus subcontratistas pasan de las diez empresas.

La Greystar ha adquirido los derechos mineros de más de 30 mil hectáreas en la zona, pero el Proyecto de Angostura sólo utilizará mil y en el proceso de exploración que ya cumple 15 años ya han invertido más de 100 millones de dólares. Según la compañía, en esas mil hectáreas se estima que hay más de 7,7 millones de onzas de oro —16 toneladas de oro anuales— y cerca de 80 millones de onzas de plata —72 toneladas anuales—, lo cual convierte a esta zona en uno de los depósitos más grandes de oro de Suramérica. Sin embargo, los ambientalistas advierten que allí hay 100.000 veces más de arsénico que de oro, y se preguntan a dónde ira a parar todo ese mineral tóxico.

El impacto ambiental

“Nadie puede negar que la extracción de oro, y este proyecto específicamente, tiene un fuerte impacto ambiental, pero lo que hay que sopesar son los beneficios sociales y económicos que brinda la minería”, explica uno de los ingenieros de la Greystar.

Por su parte, el Comité para la Defensa del Páramo de Santurbán, constituido por asociaciones de ambientalistas, sindicatos, estudiantes, académicos, la Sociedad Santandereana de Ingenieros, la Sociedad de Mejoras Públicas, Fenalco Santander y partidos políticos como los Verdes y el Polo Democrático, se están oponiendo al proyecto, argumentando que habrá un daño irreversible en las fuentes hídricas que nutren el área metropolitana. “El comité no está en contra de los proyectos mineros, está en contra de los proyectos que afectan la posibilidad presente y futura del agua para el área metropolitana y algunas poblaciones del departamento y Norte de Santander. Estamos planteando propuestas de desarrollo alternativo para la región”, sostiene Luis Carlos Estupiñán, uno de los miembros del comité.

El proyecto plantea abrir un tajo de 220 hectáreas con una profundidad de 200 metros en la parte más alta del la montaña, de donde va a salir el oro. Además, se harán dos espacios para el tratamiento de las sustancias tóxicas que se utilizan en el proceso de extracción del mineral: uno tendrá 110 hectáreas, sobre la quebrada Angosturas, y el otro 90 hectáreas, sobre la quebrada Páez. Las dos quebradas caen al río Suratá. Los ingenieros de la compañía aseguran que no hay posibilidad científica de que haya filtraciones de las sustancias tóxicas, ya que se pretende hacer una impermeabilización con tecnología de punta.

La Greystar asegura que no habrá un impacto en las fuentes hídricas del área metropolitana, pues según advierten, el río Suratá representa un porcentaje mínimo del agua que recibe Bucaramanga. Sin embargo, los ambientalistas insisten en que este río, en momentos de crisis, brinda el 70% del agua que consume la capital del departamento.

Según las cifras que presenta el estudio de impacto ambiental de la Greystar, el proyecto utilizará 40 mil kilos de cianuro y 230 toneladas de anfo al día.

Impacto social

No cabe duda de que proyectos como estos benefician a una gran cantidad de personas. Que los habitantes de Suratá, de California y de Vetas, por mencionar algunos de los centros donde se vive la fiebre del oro, están en pro de la minería, a cielo abierto o de cualquier forma. Especialmente si han sido beneficiados con alguno de los proyectos de responsabilidad social de los que las compañias mineras suelen promover en sus áreas de influencia para mitigar de alguna manera el impacto causado por su actividad.

“Desde que llegaron las compañías, la vida aquí cambió. ellas compraron tierras muy por encima del valor comercial, construyeron centros de salud, escuelas, recebaron las trochas. Todo lo que el Estado colombiano no había hecho en años. Sustituyeron al gobierno. Ocuparon ese lugar que estaba vacío por años de abandono”, explica un poblador de California, con ese brillo que sale de los ojos de los que alguna vez fueron mineros artesanales, campesinos de pancoger, rebuscadores, y que hoy conocen muy bien la tasa representativa del dólar, y sus cifras ya dejaron de tener tres ceros a la izquierda para manejar números astronómicos.

“La fiebre del oro ha traído muchas compañías, la Greystar es sólo una. El problema es que qué va a pasar cuando ellos saquen el oro y se vayan. ¿Qué va a hacer la gente?”, se pregunta Maribel, profesora de Suratá, y advierte que los índices de deserción escolar en los últimos grados han aumentado en los últimos años en que la minería ha cogido mayor fuerza. Incluso, advierte que se han presentado casos de embarazos en niñas por parte de los ingenieros. Pero Greystar tiene claro que por allí vendrá el ataque y ha implementado una serie de programas de gestión social en capacitación ambiental y académica de pobladores de la región. Hoy tiene cerca de 100 empleados y plantea que subirán a 1.500.

La llegada de estas mineras también ha disparado el costo de vida en estos municipios, los arriendos subieron dos y tres veces y la comida también. Muchas familias se están alistando para arrendar sus casas y buscar para dónde coger. “La prostitución y los billares se han multiplicado”, explica otra habitante que creció andando en estos montes y suelta una pregunta: “¿Qué dirían los páramos si pudiéramos oírlos?”.

Por otra parte, están los mineros tradicionales, aquellos que aprendieron el oficio de sus padres y sus abuelos. Ellos se apostan en las orillas de los ríos, barequean en busca del ansiado brillo metidos en las frías quebradas, caban huecos en las montañas de día y de noche, para ellos, el negocio está a punto de desaparecer. Según cuentan las autoridades ambientales, los persiguen los daños que producen, “pero lo que nosotros hacemos es un daño menor comparado con lo que hacen las grandes empresas”, reclama Lendi García Garcia, un minero tradicional que tiene una cooperativa de pequeños mineros en la zona de La Baja.

“Las multinacionales van comprando todos los terrenos, porque no quieren tener a nadie aquí. Eso ha desatado una competencia tremenda entre ellas, y por eso la minería tradicional, el oficio que nos enseñaron los puros viejos tiende a desaparecer. Además, los jóvenes ya no quieren sino trabajar en las empresas. Pero el día que se acabe el oro y ellos se vayan de California, qué va a quedar: un solo desierto”, sostiene Lendi con rostro de indignación.