Es un concierto para delinquir. Un complot para desaparecer ríos, anegar campos, arruinar proyectos de vida, devastar una región y enriquecer unos pocos bolsillos. La minería del carbón a cielo abierto es un delito de lesa humanidad, un desastre natural de enormes proporciones.
Fuente: diario El Tiempo
08/03/2010. El juicio implacable del tiempo mandará al paredón de la infamia a todos los dirigentes nacionales que promovieron y pusieron su firma en las concesiones; a los políticos locales corruptos que las aceptaron con el único fin de enriquecer su patrimonio; a los empresarios que no pensaron sino en sus ganancias inmediatas y ni siquiera tuvieron la decencia de cumplir con las exigencias medioambientales, demasiado laxas para los daños que causan. Y a una sociedad cortoplacista, egoísta y conformista que no lucha por su Naturaleza, sus raíces, su esencia, por su agua. El dinero fácil del carbón todo lo compra.
Un día no lejano, más cercano de lo que muchos adivinan, el verde Cesar, una de las regiones más bellas y productivas de Colombia, será un secarral como la Alta Guajira. Aprenderán a beber carbón licuado y a pastorear cabras entre los cactus y los pedregales que es lo que les quedará cuando la Drummond, Glencore y demás depredadores acaben por completo con las fuentes hídricas que aún quedan.
Como le midieron el aceite al Gobierno y se dieron cuenta de que podían hacer lo que les diera la real gana, las carboneras abren carreteras por donde les conviene, no dedican espacios alrededor de la explotación minera a reserva forestal; maman gallo a las comunidades que deberían reubicar a fin de ganar tiempo, dividirlos y ahorrar costos; trocean explotaciones para pagar menos regalías; incumplen licencias ambientales, las acomodan a su antojo, a sabiendas de que eso no les impide que les otorguen nuevas concesiones… Y reciben exenciones fiscales como premio a destrozarnos el entorno, elevar a niveles desmedidos la corrupción y perpetuar el subdesarrollo.
En qué cabeza cabe que un gobierno nacional apruebe el desvío de nueve ríos y medio centenar de caños de la Serranía del Perijá para que abran gigantescos cráteres que desertizan las tierras y asfixian las aguas subterráneas. O que consienta que levanten en las sabanas cerros de millones de toneladas de tierra estéril, o que inunden el aire con polvo de carbón, o que sedimenten la gran ciénaga de Zapatosa.
Da profunda tristeza ver que el cauce del río Sororia, que pasa por La Jagua de Ibirico, sea ahora una carretera. O cómo el San Antonio, el Calenturitas, donde había pesca abundante, son caños famélicos. Es evidente que diversos alcaldes roban regalías a manos llenas con la indiferencia de las autoridades de control nacionales, y si no que le pregunten a Planeación Nacional, que ha presentado varias denuncias, desde abril del año pasado, sobre el atraco a las regalías de Chiriguaná sin que la Procuraduría haya actuado. También es inocultable que no desterraron la miseria, que los pueblos siguen sin acueducto, las calles destapadas, la prostitución rampante, la educación deficiente. Con todo, no es lo más grave. Lo peor, la plaga que asolará la región, son las sequías que se avecinan, así como cambiar una cultura agrícola y ganadera por una economía minera que los convertirá en rentistas.
El Foro Nacional Ambiental presentó un informe aterrador sobre las irregularidades de la minería del carbón en el Cesar y las consecuencias irreversibles que causa. Y yo recorrí esta semana la zona minera, al año de haber hecho lo mismo, y lo que encontré no hizo sino ratificar sus sombrías predicciones. “La minería ha sido una falsa ilusión, una tragedia; pobreza, huellas ecológicas terribles”, dicen. Y recuerdan que en veinte años el 65 por ciento de las cabeceras municipales del país sufrirán en verano escasez de agua y otros lo padecerán siempre. El Cesar será uno de los sedientos.