La producción de minerales beneficia casi exclusivamente a las compañías transnacionales que la ejecutan, y los gobiernos -como el de Chile- les otorgan todos los beneficios para que así sea, dañando de paso a la población y a los ecosistemas existentes en las zonas aledañas.
por Pedro Marín, Presidente Federación Minera de Chile publicado en El Ciudadano
La minería, explotación no sustentable
La minería, en su contexto global, es una actividad industrial de alto impacto ambiental, social y cultural.
En efecto, para obtener los minerales es indispensable, en primer lugar, desforestar y remover la capa superficial de la tierra, que da vida a la flora y a la fauna.
A través de esta destrucción se llega a extensos yacimientos de minerales contenidos en rocas, las cuales hay que pulverizar; luego, aplicarles diversos reactivos químicos, cal, floculantes y otros depresantes, que hacen posible capturar el máximo de cobre en los procesos de flotación y concentración (para producir concentrados de cobre), y, por otra parte, ácido, cianuro y zinc, para precipitar y producir el oro y la plata.
Pero el elemento que toda la minería usa a destajo, de -manera gratuita- y en gran escala, es el agua. Lo anterior puede alterar el curso de los ríos, destruir la pesca, acabar con especies animales en extinción, secar humedales, bofedales, afluentes y crear lagunas o pantanos con aguas tóxicas.
Esto, a su vez, ha mermado y, en algunos casos, terminado con la escasa actividad ligada a la agricultura, no sin antes mencionar el arruinamiento de parques conservacionistas y zonas turísticas típicas del norte del país.
Ello implica, en el corto plazo, la erradicación obligada de muchas familias de origen autóctono; han tenido que irse del lugar en que nacieron y se criaron, terminando paulatinamente con muchas culturas y poblaciones originarias. En la actualidad existen numerosos lugares del norte de Chile, que es “por excelencia” una zona minera, en donde se ha asentado la mayor parte de la inversión extranjera. La demanda de agua en el desierto más árido del mundo, es superior a la oferta, lo que crea conflictos evidentes.
Los nuevos proyectos mineros han debido, por esto, explorar nuevas fuentes de agua, muchas veces a un costo considerable de extracción que luego rebajan de impuestos. Al consumo directo del agua en la minería del cobre, oro, plata, zinc, acero molibdeno, plomo y níquel, se suma el uso indirecto del agua, el cual se utiliza fundamentalmente en el proceso tradicional de concentración por flotación, seguido de fusión y electro refinación, o en el proceso hidrometalúrgico, el que consta de lixiviación-extracción por solventes y electroobtención.
El agua de consumo humano es fundamentalmente para bebida, cocción, lavado, riego, y baños. Los datos disponibles indican que esta cantidad de consumo humano varía entre 130 y 200 litros por día, por persona (Bechtel Chile, 1997).
Esta cantidad representa usualmente menos del 1,5 % del agua consumida en una empresa minera. Este porcentaje varía bastante debido al diferente ámbito de actividades de las diversas empresas mineras. En empresas de gran dimensión, el consumo es usualmente más cercano o inferior a 1%.
El uso principal de agua en las minas de cielo abierto es en el riego de caminos con objeto de reducir el polvo en suspensión. Se trata, por ende, de consumo minero. En la minería subterránea, el consumo del agua es reducido y el problema consiste generalmente, al igual que en la minería de cielo abierto, en extraer el agua natural que se apoza en el fondo de los piques, el que puede provenir de lluvias o de afloramientos de las napas subterráneas.
Las cifras disponibles para minas recientemente inauguradas es de 5,4 a 5,8 m3(de agua)/ton de cobre fino producido (Lefort, 1996).
Esta cifra es bastante más variable que lo indicado anteriormente, ya que hay muchos factores que influyen en el abatimiento del polvo: superficies expuestas, morfología del terreno, precipitaciones anuales, vegetación natural, etc.
Cifras disponibles indican que el agua utilizada en riego de caminos puede variar entre el cero y el 15% del consumo total de agua de una faena minera.
En Chile hay tres grandes plantas concentradoras que envían el concentrado a un puerto mediante un mineroducto. Estas son las plantas de Minera Escondida, la de Collahuasi y la de Pelambres. En todos estos casos el concentrado es transportado más de 150 kilómetros, desde alturas por sobre los dos mil metros sobre el nivel del mar hasta un puerto de filtrado y posterior embarque.
Con el objeto de que el concentrado fluya a lo largo del mineroducto, es preciso agregar agua en grandes cantidades. En el caso de Minera Escondida, el agua promedio utilizada -en dos mineroductos con capacidad en conjunto de 410 m3/hora de pulpa de concentrado, con 63% de sólido y una densidad de 1,9 T/m3-, es de aproximadamente 288,23 m3/hora (MEL, 2007), lo que representa entre un 6 y un 8 % del total de agua consumida en las respectivas plantas concentradoras, ubicadas a 170 km al sureste de Antofagasta.
Brutal consumo del vital elemento
Tomando en cuenta las cifras de uso diario del agua en Escondida -sólo en el transporte de pulpa en los mineroductos-, representa el consumo mensual de 345.876 familias, a razón de un consumo -normal- de 20 m3. A su vez, y considerando las cifras indicadas más arriba (de 5,4 a 5,8 m3/ton de cobre fino producido), podríamos determinar que para producir los 5,5 millones de toneladas de cobre fino producidas por Chile en el 2007, se utilizaron aproximadamente 29,7 millones de m3 de agua, lo que representa el consumo mensual de 1.485.000 familias.
De este total, más del 60% se extrae de napas subterráneas existentes en el desierto y la cordillera nortina. Todos los que habitamos en el norte del país sabemos que consumimos diariamente el agua más cara de Chile, la que, sin contar el uso de alcantarillado y tratamiento, alcanza a un valor promedio de $ 1.100 por cada m3 consumido o utilizado por los habitantes de esta zona.
Las empresas mineras utilizan la cantidad señalada precedentemente, sin pagar ese valor por m3, la que en el caso de Escondida alcanza la cifra de $ 7.609.272 diarios, lo que tomando en cuenta el actual precio del dólar americano, significa que el Fisco deja de percibir aproximadamente US $ 4.889.761 por este vital elemento.
Y, si consideramos todo el cobre producido por las trasnacionales -que dominan el 72% de la producción global en nuestro país-, estaríamos hablando de US$ 57.517.605, es decir, un verdadero desastre geográfico que en vez de ser compensado se realiza de manera gratuita.
Complacencia y complicidad política
¿Qué sucede? Nuestra clase política, o no sabe, o no puede o simplemente no quiere hacer ni decir nada al respecto. Lo cierto es que tal indiferencia no tiene nombre, puesto que esta brutal devastación ocurrió, ocurre y aparentemente seguirá sucediendo, aún cuando dichas cifras y consecuencias ecológicas, han sido ilustrados y denunciadas por diversas personas e instituciones medio ambientalistas.
Hace 50 o más años atrás, pudiéramos haber dicho que debido a lo extenso de nuestro territorio era difícil crear conciencia en aquellos que vivían del centro al sur de Chile. Pero hoy resulta no sólo inédita tal indiferencia y falta de conciencia, sino que da lugar a la especulación sobre complicidad, la que es de fácil compra por el capital generado por la actividad minera.
Espero que no sea tarde el día en que quienes tienen el encargo ciudadano de velar por los intereses actuales y futuros de todos los chilenos, se desprendan del letargo y procedan como debiera actuar un verdadero chileno. Sepan ellos que el costo final es mucho más que los enunciados en este documento, referido exclusivamente al recurso hídrico; el costo es simplemente incuantificable y de gran valor cultural y social.
Estamos hablando de que, simplemente, los esfuerzos que realizan miles de chilenos -dueños ancestrales de estas tierras-, han resultado infructuosos y no han sido escuchados ni menos atendidos; por lo mismo, están condenados y simplemente desaparecerán junto con el cobre, el oro, la plata y el agua.