Codelco va a transformar a su división Andina en la mina de cobre a rajo abierto más grande del planeta, superando así a Chuquicamata. La mina está a 45 kilómetros de Santiago, en el límite cordillerano de la Región Metropolitana y la Región de Valparaíso. Aquí hay dos particularidades críticas: Por un lado, el subsuelo de esta zona es el que tiene más cobre en toda la cordillera chilena que va de Arica a Magallanes. Las prospecciones de hoy permiten afirmar que hay mineral para 200 años. Pero por otro lado, el yacimiento está entre las dos regiones que albergan al 60 por ciento de los glaciares del país. El Estudio de Impacto Ambiental de Codelco prevé un impacto directo sobre seis glaciares, aunque el área de influencia del megaproyecto llegaría a 37. El Ejército de Chile declaró que se trata de “reservas estratégicas de agua dulce”, por las consecuencias ya manifiestas del cambio climático.
Fuente: Helmuth Huerta publicado por Radio Universidad de Chile
Para hacerse una idea, las comunas del Gran Santiago abarcan 641 kilómetros cuadrados. Y 450 kilómetros cuadrados es el área de influencia de este megaproyecto.
Pero eso es lo que dice Codelco. En Chile es la empresa interesada la que escoge a la consultora que hace el Estudio. En la reforma ambiental de 2010, el Parlamento desechó la idea de crear un registro estatal de consultoras privadas para que la elección de una asesoría ambiental fuera una decisión pública y transparente, con participación ciudadana. O sea, aunque un Estudio de Impacto Ambiental cumpla la ley, no contiene información científica independiente, ni socialmente validada con investigación participativa, ni asesoría técnica para comunidades que hoy deben opinar sin respaldo y en 120 días. Más aun, para este tipo de megaproyecto no sirve un Estudio, sino la ‘Evaluación Ambiental Estratégica’, para así incluir la opinión de sectores productivos que hoy compiten en desventaja con la minería, para acceder al agua.
¿Cómo imaginar entonces el impacto real de un megaproyecto así? Sirven fotos satelitales de Chuquicamata, cuyo material particulado tiene un impacto a escala sudamericana. Pero ‘Chuqui’ está en el desierto, y la División Andina está junto a la mitad de la población de Chile.
El historial ambiental de Codelco es complejo: La contaminación con metales pesados del río Loa y el desplazamiento de población aymara en Quillagua (región de Antofagasta); la enorme playa de Chañaral, hecha con residuos mineros vertidos durante el siglo XX por la División El Salvador (región de Atacama); el impacto de la fundición Ventanas en Puchuncaví, conocida por la escuela de ‘La Greda’ (región de Valparaíso) ; y un impacto no estudiando en comunas del Sur de Santiago, a causa de metales pesados provenientes de la fundición Caletones, de la mina El Teniente de Rancagua.
Ya antes de este anuncio, la Universidad de Waterloo, de Canadá, atribuyó a la División Andina “la mayor intervención mundial de glaciares rocosos”, con la pérdida de 38 millones de metros cúbicos de agua.
Hoy, las mineras enfrentan una baja en las leyes de cobre –es decir, el porcentaje de mineral que extraen por cada tonelada de roca. Según el Consejo Minero, que agrupa a las transnacionales del rubro, hace 20 años sacaban 16 kilos de cobre por cada tonelada de roca. Hoy sacan 8,7 kilos y al finalizar esta década sacarán sólo 6,7 kilos de cobre. Y bajando. O sea, necesitarán más espacio para depositar cada vez más residuos mineros. Justo allí donde están los glaciares y donde nacen los ríos.
El Gobierno lanzó una “Estrategia Nacional de Recursos Hídricos” y en televisión mostró datos extraños sobre una campaña denominada “Yo cuido el agua”. Pero allí no están estos temas.
Por su enorme escala, el megaproyecto de la División Andina posa hoy junto al ‘HidroAysén’ de Colbún y Endesa. Marcan un antes y un después en la historia del modelo económico chileno. No basta que los ejecutivos de la estatal resalten los ingresos que lograría el fisco. Como empresa pública, Codelco debería dar el ejemplo.