La política ambiental pasa por el filtro de la corrupción. El meollo del riesgo ambiental en Brasil parece radicar en una relación turbia entre intereses públicos de la población y privados de las grandes empresas del sector minero-energético y de la construcción civil. Varios diputados de las comisiones parlamentarias federales y del estado de Minas Gerais, creadas para investigar las causas del accidente de Samarco, han recibido fondos de Vale en sus campañas electorales.
Por Daniel Cerqueira publicado en El País
Itabira es seguramente la ciudad más minera de Brasil y, probablemente, una de las más mineras del mundo. A pocos kilómetros de distancia de dicha ciudad, se encuentran ciudades coloniales en cuya arquitectura barroca se preserva el esplendor de la minería del oro y del diamante de los siglos XVIII y XIX. La minería, más que cualquier otro oficio, ha influenciado la historia y la cultura del estado de Minas Gerais, por lo que quienes nacen en este rincón de Brasil son conocidos como mineros/as.
En 1902 Itabira reforzó sus raíces mineras al ver nacer uno de los poetas más consagrados del idioma portugués. La obra de Carlos Drummond de Andrade está impregnada de una “mineridad” que el autor atribuye a su infancia en Itabira. En el poema Confidencia del Itabirano, Drummond revela haberse llevado una piedra de hierro como recuerdo de su ciudad natal, cuando se fue a vivir a Belo Horizonte y luego a Rio de Janeiro.
En 1942, Itabira inauguró la segunda ola extractiva brasilera, liderada por la empresa Vale do Rio Doce. En pocas décadas, ésta se convertiría en la mayor exportadora de hierro del mundo, transportando pedazos de las montañas de Minas Gerais por el valle del Río Doce hacia el puerto de Tubarão. La transformación del paisaje de Itabira fue descrita por Drummond, cuando supo que la casa de sus padres había sido inundada por una represa de Vale do Rio Doce:
El tren más grande del mundo
Movido por cinco locomotoras a diesel
Engatadas, geminadas, desenfrenadas
Lleva mi tiempo, mi infancia, mi vida
Triturada en 163 vagones de mineral y destrucción
El tren más grande del mundo
Transporta la cosa mínima del mundo
Mi corazón itabirano
Con el tiempo, Vale do Rio Doce se expandió a otros 12 estados de Brasil, nuevos continentes y bolsas de valores de cinco países. En 2007, prescindió del apellido “Rio Doce”, pasando a llamarse Vale S.A., y desde entonces se ha consolidado como una de las multinacionales más grandes del planeta.
El 5 de noviembre de 2015 el río que convivió con los primeros trenes de Vale fue víctima de una infidencia a la que Drummond dedicaría toda una antología poética si estuviera vivo. Dos embalses de una mina de hierro de Samarco S.A., consorcio entre Vale y BHP Billiton, se rompieron y dejaron un rastro de destrucción sin precedentes. Decenas de personas fallecieron y el poblado de Bento Rodrigues fue sepultado por toneladas de lodo y desechos de minerales. El lodo alcanzó finalmente al Río Doce, uno de los principales corredores hídricos y fuente de captación de agua potable del sureste brasileño.
Desde hace algunos días la sociedad brasileña viene reflexionando sobre los riesgos aceptables de la minería a gran escala. El alcalde de Mariana, ciudad donde se ubican los embalses caídos, ha sostenido que la desactivación de Samarco causaría la bancarrota de varias ciudades del interior de Minas Gerais. En medio a las declaraciones de Dilma Rousseff, atribuyendo responsabilidad exclusiva al consorcio de Samarco, le siguieron la aplicación de multas ambientales irrisorias y un frugal acuerdo indemnizatorio preliminar entre Samarco y el Ministerio Público.
Lo ocurrido el 5 de noviembre evidencia una cadena de impericias e imprudencias tanto de la empresa como de las autoridades estatales. Contrario a lo dicho por la presidenta Rousseff, el Estado tiene evidentes responsabilidades en esta y en las cinco rupturas de diques mineros en los últimos 14 años en Brasil. Samarco operaba sin plan de evacuación y, en ámbito federal, el Departamento Nacional de Producción Mineral fiscalizó, en 2014, solamente 141 de las 602 represas mineras del país.
El meollo del riesgo ambiental en Brasil parece radicar en una relación turbia entre intereses públicos de la población y privados de las grandes empresas del sector minero-energético y de la construcción civil. Esta realidad ha sido parcialmente desnudada con el escándalo de los contractos de Petrobrás y otras empresas públicas, pero nada indica que la cooptación corporativa vaya a cambiar. En efecto, varios diputados de las comisiones parlamentarias federales y del estado de Minas Gerais, creadas para investigar las causas del accidente de Samarco, han recibido fondos de Vale en sus campañas electorales.
Gremios mineros han efectuado donaciones asimismo a las campañas de 17 de los 37 miembros de la Comisión de la Cámara de Diputados que evalúan el texto del nuevo Código Minero de Brasil. Finalmente, Vale y otras grandes empresas extractivas y de la construcción civil han efectuado donaciones millonarias a las campañas del actual gobernador de Minas Gerais, Fernando Pimentel, y de Dilma Rousseff, madrina política de la usina hidroeléctrica de Belo Monte y otras obras faraónicas, cuya viabilidad económica, ambiental y social ha sido bastante cuestionada.
Mientras la política ambiental pase por el filtro de la corrupción y de la rendición de cuentas electorales en Brasil, bienes naturales como el Río Doce serán prescindibles, no solo como nombre civil de una gran empresa minera, sino como fuente de vida y agua potable para cientos de miles de personas.