El 70 por ciento de la producción mundial de oro se emplea para producir joyas. Pero el precio de la vanidad es caro: destrucción del medio ambiente y guerras se extienden, hasta hoy, a lo largo del camino del oro. Los precios del oro vienen repuntando a máximos históricos en las últimas semanas, en medio de las preocupaciones de los inversionistas por la crisis de deuda en los países del euro y en EE.UU. El oro al contado llegó a un récord máximo de 1.678,31 USD la onza este jueves.
Pero, ¿de dónde ha salido ese oro que cotiza la bolsa? ¿O el que varias parejas acaban de intercambiar, en forma de anillos de compromiso matrimonial, en cualquier parte del mundo?
Cianuro de potasio
En la minería industrial se emplea mucho cianuro de potasio, como elemento químico para desprender el oro de la piedra. Así que la producción de uno solo de los tantos anillos matrimoniales que rondan por el mundo, viene acompañada de unas 20 toneladas de residuos tóxicos que contaminan el manto freático, son vertidas a los mares, o tornan inhabitables regiones enteras. Lo que queda, cuando el negocio deja de ser rentable, es un paisaje lunar contaminado, en el que ni el suelo ni las aguas pueden ser aprovechados.
182.000 toneladas de cianuro de potasio se emplean cada año en todo el mundo para obtener el preciado metal. La cantidad equivalente a un grano de arroz basta para matar a una persona. Los operadores deben almacenar y desechar el material de forma segura, pero generalmente se hace en contenedores abiertos o piletas, donde se supone que se seque ese caldo residual.
Una y otra vez suceden accidentes, pequeños o grandes, como el del año 2000 en la localidad rumana de Baia Mare. Allí, tras quebrase el dique en torno a una pileta, unas 100.000 toneladas de cianuro y residuos de metales pesados estuvieron fluyendo durante tres semanas, a través de los ríos Tisza y Danubio, hasta el Mar Negro. Masivos envenenamientos de animales afectaron no sólo a Rumania, sino también a Hungría y a Serbia.
Envenenamiento de pozos
Muchos de los pozos de los alrededores de Baia Mare permanecen contaminados hasta hoy, para desgracia de animales y pobladores. La operadora de la mina de oro, la empresa rumano-australiana Aurul, siguió explotándola apenas cuatro meses después bajo otro nombre, pues Aurul se había declarado en quiebra para no tener que responder por los daños. La “nueva” Transgold, se hizo cargo del negocio, mas no de la catástrofe ambiental.
Y la historia se repite en todo el mundo, da igual si es es en Asia, África, América Latina o Europa; en Perú, Colombia, Papua Nueva Guinea, Congo o Ghana: un par de empresas transnacionales dominan el mercado, acaparan concesionarias en países de relajadas regulaciones ambientales, y desaparecen cuando la mina deja de ser rentable. No importa que no hayan ocurrido accidentes, detrás quedan montañas y lagos de residuos estancados, filtraciones a los suelos y a las aguas cercanas.
Friedhelm Korte, químico de la Universidad Técnica Weihenstephan, de Múnich, presenta un balance ambiental de la producción de oro: 250.000 toneladas de mineral se muelen anualmente en una mina promedio y se amontonan sobre una superficie de 1,5 hectáreas, en la que se rocían con 125 toneladas de solución de cianuro, además de 365 metro cúbicos de agua industrial.
Con la obtención promedio de tres gramos de oro por tonelada de mineral, la ganancia anual de esta “mina promedio” asciende a 750 kilogramos de oro. En muchas minas, sin embargo, se obtiene apenas un gramo de oro, mientras producen una tonelada de residuos y los mismos daños ambientales que las más productivas.
Además, la industria produce anualmente decenas de miles de toneladas de lodos que contienen metales pesados altamente tóxicos como el plomo, el cadmio, el cobre, el mercurio y el arsénico. “En ese proceso de lavado se extraen y juntan cientos de sustancias que reaccionan entre ellas de forma inexplorada”, advierte Korte. “Si tan sólo se tuviera que desechar ese lodo como basura tóxica, como es usual en cualquier otra industria, el oro sería mucho más caro”, dijo el profesor muniqués a la revista de Greenpeace.
Pero sólo las grandes catástrofes hacen titulares,. Aunque luego son prontamente olvidadas. El precio social y ecológico del oro, que se utiliza en un 70 por ciento para confeccionar joyas, no tiene indicadores de bolsa y apenas es tema en los medios.
Oro sangriento
El oro, pero también los diamantes y los minerales que utiliza la industria electrónica como tantalio, estaño o tungsteno, financian hoy en día guerras y guerras civiles. “Minerales sangrientos” se les llama. Y los usamos, por ejemplo, “cada vez que enviamos un SMS.
EE.UU. ya aprobó una ley que obliga a la industria electrónica a demostrar que sus recursos no provienen de la región en conflicto del Congo. Los activistas luchan porque la legislación se extienda al oro y al tantalio. Pero más sentido tendría una regulación internacional. En la Unión Europea, científicos alemanes, por ejemplo, trabajan en un sistema que compruebe el origen de los minerales, al estilo de las huellas digitales humanas. Otra posibilidad sería la certificación ecológica del mineral.
La mejor solución sería reciclar todo el oro que ya poseemos en joyas: cada anillo de bodas reciclado, nos ahorraría 20 toneladas de desechos tóxicos. Otra pregunta sería, quizás, para qué: ¿para volver a emplear un gran por ciento en producir nuevas joyas que adornen nuestra vanidad? ¿O para que los inversionistas aseguren sus activos?.
Por: Emilia Rojas Sasse