Hay que entender que la gran minería no es un problema de unos cuantos, es la vida la que está en riesgo y para defenderla es necesario organizarse. Tenemos que tener claro que llegaron por nuestra casa y por nuestra agua. Aumentarán las masacres, los homicidios selectivos, el desplazamiento forzado. Se exterminarán las organizaciones que se han atrevido a organizarse para protestar ante el gobierno y las multinacionales.

 

Por Tejido de Comunicación y de relaciones externas para la verdad y la vida – Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca – ACIN publicado en Información Mapuche

“Antes el oro era amarillo, ahora es negro, pero el color
de la sangre que paga por ellos sigue siendo roja”.
Chamán Uwa

El pasado 13 de octubre muchos nos regocijamos con el exitoso rescate de los 33 mineros chilenos. Los medios masivos de comunicación, en un exagerado cubrimiento, relataron paso a paso la vida de cada uno de ellos. Parecía una novela con muchos capítulos dramáticos, donde nos enteramos hasta de sus infidelidades.

El cubrimiento, que duró más de 40 horas de transmisión en directo, le dio la popularidad que hasta ese entonces no tenía el presidente Sebastián Piñera. Cada vez que un minero subía a la superficie, también lo hacía la audiencia para el presidente multimillonario. Los confusos abrazos entre mineros y mandatario, hacían ver al mundo las buenas intensiones del gobierno.

Intenciones que opacaron una realidad evidente: la absoluta irresponsabilidad de un gobierno que permite que la segunda causa de muertes de su país ocurran por accidentes en el sector minero. Estas cifras, que sólo demuestran que al capital transnacional no le interesa la vida de la gente, nos dan una idea de la triste realidad minera que embarga a los pueblos del continente.

Mientras el mundo entero celebraba el éxito de este rescate, Colombia vivía un nuevo accidente en el municipio de Tasco, Boyacá, donde dos mineros murieron asfixiados.

Tragedia que se suma a la ocurrida el pasado 16 de junio, en la que murieron 74 mineros en el municipio de Amagá, Antioquia.

¿Qué pasó con los medios de comunicación que no sensibilizaron al pueblo colombiano para tratar de salvar estos mineros?

El presidente Juan Manuel Santos, que sí se pronunció sobre el exitoso rescate chileno, no escuchó el auxilio que pedían los familiares de los obreros que se asfixiaban en las cuevas de las minas en Boyacá. Pareciera que estas muertes para las instituciones, para el gobierno y

para la sociedad colombiana ya son capítulos cerrados.

Pero estas tragedias son bien utilizadas para los intereses mezquinos de quienes vienen a ocupar los territorios. Ahora, con la excusa de que la minería artesanal es peligrosa empezaron a promover la idea que la gran minería es segura dada su alta tecnología. ¿Acaso no fue la gran minería la que ocasionó que quedaran atrapados los 33 mineros chilenos?

El hecho de que hayan sido rescatados no reduce la irresponsabilidad de haber permitido el accidente.

Ahora que Colombia quedó en una de las grandes líneas del desarrollo económico por su gran riqueza minera no habrá ningún territorio donde haya mineral que sea vetado para la explotación minera. Así como lo señala el investigador y periodista Alfredo Molanoque denunció que en el país hay cerca de 209.631 hectáreas de reserva natural en las

cuales se realiza explotación minera que genera un fuerte impacto a los ecosistemas.

“Son alrededor de 633 títulos mineros que se han entregado en estas zonas y no es clara la normatividad al respecto, no se entiende cómo son asignados”, dice Molano.

El código minero colombiano, diseñado para responder a la política del supuesto desarrollo en el país arrasará con el pequeño minero o con la minería artesanal que ha servido como fuente de empleo para muchos colombianos que no han encontrado otra oportunidad de trabajo.

Los mineros artesanales perderán la oportunidad de ganarse la vida con un trabajo en sí mismo ingrato, en el cual tienen que soportar el polvo del mineral que impregna las ropas, el cabello y la piel de los trabajadores.

A esto se le suma el proceso químico que requiere el trabajo minero. El mercurio y el cianuro no sólo dejan sus huellas en los mineros, ni en el agua que se contamina, también dejan sus rastros en los habitantes que viven en zonas donde se lleva a cabo la explotación minera.

Con el auge de la minería en Colombia tenemos que tener claro que llegaron por nuestra casa y por nuestra agua. Aumentarán las mas cres, los homicidios selectivos, el desplazamiento forzado. Se exterminarán las organizaciones que se han atrevido a organizarse para protestar ante el gobierno y las multinacionales.

Por eso, hay que entender que la gran minería no es un problema de unos cuantos, es la vida la que está en riesgo y para defenderla es necesario organizarse.