El vaivén de los precios internacionales de los insumos incide como nunca sobre la economía latinoamericana. México depende de los ingresos que aportan las ventas de petróleo, Argentina ha quedado atada a la valorización y depreciación de la soja y Brasil está pendiente de los productos básicos que comercializa. Esta subordinación a la cotización de metales, alimentos o combustibles es muy superior en los restantes países de la zona.

Por Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)

La primarización en debate

Es indudable que el modelo exportador ha recuperado preeminencia en la región. Los grandes proyectos de infraestructura buscan garantizar salidas externas, para materias primas elaboradas siguiendo el esquema extractivo. Los principales conglomerados concentran su actividad en el sector primario, recreando la especialización que históricamente empujó a Latinoamérica a un status periférico.

Entre 1985 y 1996 fueron extraídos 2.706 millones de toneladas de productos, compuestos en un 88% por minerales y petróleo. La región es muy codiciada por las compañías mineras, que explotan los cuantiosos acervos de cobre y hierro y los grandes yacimientos de litio y uranio. También reúne las reservas más significativas de agua y biodiversidad del planeta.

Durante la mayor parte del siglo XX el desarrollismo se opuso a la especialización exportadora que promovían los liberales. Pero este rechazo se atenuó en las últimas décadas y ha desembocado en la actualidad, en una curiosa reivindicación de la primarización por parte de CEPAL.

El principal vocero de la heterodoxia industrialista reivindica el “potencial que ofrecen las actividades basadas en recursos naturales”, resalta su aporte tecnológico y defiende la suscripción de acuerdos de libre comercio, para facilitar el ingreso de los productos básicos a las economías desarrolladas. (1)
Estos planteos no sólo contrastan con la tradición industrialista, que encarnó la CEPAL entre 1950 y 1980.
También ignoran los argumentos que se esgrimieron durante décadas, contra las nefastas consecuencias del modelo primario-extractivo. Este esquema generó en el pasado sometimiento externo, saqueo de recursos y perdurables obstáculos a la acumulación.

En la actualidad impone la persistencia de la pobreza y provoca la expulsión de la población rural, sin gestar puestos de trabajo equivalentes en las áreas urbanas.
Todas las objeciones clásicas a la primarización mantienen su vigencia. La gravitación de las empresas transnacionales, la mundialización y la emergencia de Asia no atenúan las adversidades de ese modelo.
En realidad, los viejos problemas de la inserción exportadora han sido potenciados por las nuevas consecuencias de la devastación ambiental. Los propios técnicos de CEPAL han evaluado los dramáticos costos sociales del cambio climático para América Latina, en materia de pestes, enfermedades y deterioro del agua o el suelo. (2)

Pero estos impactos son divorciados de sus fundamentos en el esquema primario-extractivo. Especialmente se olvida que la principal fuente de emisión de gases tóxicos en la región proviene de la minería a cielo abierto, la deforestación y el uso irracional del suelo para ampliar monocultivos.

Este deterioro del medio ambiente no se corrige en América Latina con lamparillas que ahorren electricidad o automóviles híbridos. Se requieren políticas de conservación de la naturaleza, radicalmente opuestas a la continuada primarización del comercio exterior. (3)

Prioridades de Estados Unidos

América Latina sigue ocupando un lugar estratégico para Estados Unidos, cómo gran reserva de recursos naturales.
La región cumple una función decisiva en el aprovisionamiento de los metales y el petróleo que utilizan el Pentágono y el complejo industrial del Norte. Mediante tratados bilaterales de libre comercio, Estados Unidos ha buscado resguardar este abastecimiento, mientras refuerza su exportación de productos elaborados y generaliza la fabricación de partes en las zonas francas. (4)

El imperialismo norteamericano encara esta acción para superar una crisis de dominación, sobre una región tradicionalmente manejada como extensión de su propio territorio. La gestión de Bush estuvo signada por el fracaso del ALCA y la reaparición de revueltas populares antiimperialistas. Esta oleada también dio lugar a nuevos gobiernos enfrentados con el Departamento de Estado. Obama busca revertir esta pérdida de influencia estadounidense, que se verifica mucho más en el hemisferio sur que en Centroamérica. (5)

Estados Unidos busca también recuperar el terreno perdido a manos del capital europeo, desde el fuerte ingresó de España a sectores claves de las finanzas y los servicios latinoamericanos. Europa no disputa preeminencia militar, ni gran liderazgo político en la zona, pero alienta acuerdos de libre comercio para favorecer a sus propias compañías. Habrá que ver si el duro efecto de la crisis actual sobre las firmas españolas, les permite preservar su presencia como segundos inversores externos de la región.

La llegada de China a una zona históricamente alejada de su radio de acción representa un desafío mucho más serio para Estados Unidos. La potencia oriental se ha convertido en gran demandante de petróleo, soja y cobre y su intercambio con Latinoamérica saltó de 10 billones de dólares (2000) a 140 billones (2008).

Además, la economía china inunda de productos a sus nuevos socios y ha logrado convertir a Brasil en un cliente de primer orden. El intercambio entre ambos países tiende a superar el comercio brasileño-estadounidense y un deslizamiento del mismo tipo, comienza a observarse en Perú, Chile y Argentina.

Pero el gigante del Norte ya ha reaccionado suscribiendo un acuerdo de libre comercio transoceánico (Vietnam, Singapur, Australia), que aglutina también a sus socios del pacífico sudamericano. En este escenario se dirime la disputa por el gran botín de los recursos naturales que atesora la región.

El ocaso de la burguesía nacional

La vieja estructura industrial que producía limitadamente bienes para el mercado interno ha quedado remodelada por las sucesivas crisis que padeció América Latina. Ese tejido forma parte en la actualidad del esquema exportador, especialmente en los tres países que desenvolvieron un sector fabril de importancia.

La renovada gravitación de las materias primas no ha destruido a la industria latinoamericana, pero debilitó su incidencia en comparación a la posguerra. Se ha modificado el perfil de la manufactura por el creciente peso de las corporaciones foráneas. Sin embargo, también irrumpieron multinacionales latinas, en los nichos no ocupados por las grandes firmas internacionales.

El retroceso relativo de la industria regional es más visible en comparación a la expansión de las firmas asiáticas. La participación general de ambas zonas en el comercio mundial siguió trayectorias claramente distintas. Mientras que América Latina ha mantenido su presencia tradicional (del 4% del total en 1980 al 5 % en 2008), Asia saltó del 6% al 23%, en el mismo período. La diferencia en el tipo de productos vendidos es mucho más significativa, ya que en la primera zona mantiene su especialización en materias primas y la segunda genera manufacturas industriales. (6)

El escenario del 2010 es tan sólo una expresión coyuntural de esta divergencia. América Latina crecería 2 o 3 %, frente al 12% de China y el 8% de la India. Es indudable que la gravitación preeminente de las finanzas y un patrón de crecimiento centrado en exportaciones básicas ha recreado las viejas limitaciones de la industria latinoamericana.

El viraje de las últimas décadas ha modificado, además, el perfil social de las clases dominantes. Las viejas burguesías nacionales promotoras del mercado interno han quedado sustituidas por nuevas burguesías locales, que jerarquizan la exportación y la asociación con empresas transnacionales. El neoliberalismo consolidó este cambio en las tres principales economías de la región.

La antigua burguesía industrial brasileña forjada al calor de las políticas desarrollistas perdió primacía.

Desde los años 80 fue reemplazada en el manejo del estado por el bloque actual de banqueros, hombres del agro-negocio y exportadores industriales. En México, el unánime apoyo que brindan los capitalistas al acuerdo de librecomercio con Estados Unidos, ilustra más categóricamente la declinación del viejo proteccionismo industrialista. En Argentina, el salto de un esquema a otro, adoptó formas dramáticas de demolición fabril y destrucción del viejo empleo formal forjado durante la sustitución de importaciones.

Este cambio en las clases dominantes también dio lugar a una creciente predilección por la rentabilidad financiera de corto plazo, junto a nuevas ligazones con empresas foráneas. Ambos procesos se verifican en la fuga de capitales o a la inversión externa de capitales, que no encuentran colocaciones rentables en la acumulación interna.

Pero la desaparición de las viejas burguesías nacionales no extingue a las clases capitalistas locales, que siguen actuando en función de sus propios intereses y disputan varias franjas de actividad con firmas foráneas. Constatar la declinación de la burguesía nacional sólo implicar registrar que un segmento de la clase dominante (y una estrategia de acumulación) han perdido relevancia. No hay extranjerización total, ni copamiento transnacional. Los capitalistas latinoamericanos constituyen la fuerza social predominante en el manejo de los estados, aunque es mayor su inclinación a profundizar la asociación con el poder financiero global. (7)

Un ejemplo de este cambio fue la actitud asumida por los gobiernos de México, Brasil y Argentina frente a la crisis reciente. Los tres países fueron incorporados a las reuniones del G 20, para apuntalar el socorro internacional de los bancos quebrados. Tal como se esperaba, la administración neoliberal mexicana adscribió en forma ciega a todas las iniciativas de la Reserva Federal. Pero las mismas posturas adoptaron los presidentes más autónomos de Brasil y Argentina.

Las tres administraciones avalaron el sostén mundial del dólar y de los bancos quebrados. Concertaron esta postura en las reuniones mantenidas en Chile a mitad del 2009, con el vicepresidente estadounidense y el primer ministro británico. Este cónclave fue calificado en forma absurda por la prensa, como un “encuentro de líderes progresistas”.

Utilizar esa denominación para describir la convergencia regional con autoridades anglo-estadounidense es tan ridículo, cómo otorgarle el premio Nobel de Paz al máximo exponente de imperialismo. En las reuniones que tramitaron la socialización de las pérdidas sufridas por los banqueros, no podía filtrarse ninguna pizca de progresismo. México, Brasil y Argentina asumieron esa agenda, para ratificar que sus clases dominantes comparten las prioridades del capitalismo global.

“¿Posliberalismo?”

Otra manifestación de esta misma alineación ha sido el apoyo al FMI para reorganizar las finanzas mundiales. Naciones que han sufrido en carne propia los ajustes que impone ese organismo, acompañan ahora la recomposición de esa entidad.

México solicitó inmediatamente un nuevo crédito, Brasil subió la apuesta aportando capital fresco al Fondo y Argentina comenzó un largo camino de retorno al organismo que repudió, luego de cancelar las ilegítimas deudas que mantenía con esa entidad.

Esta nueva convalidación del FMI es frecuentemente justificada con la reivindicación de esta institución, en su papel compensador de los desequilibrios internacionales. Se afirma que este apoyo a las regiones subdesarrolladas en los momentos de crisis, será reforzado con mayor inyección de recursos. (8)

Pero la credibilidad actual de esta fábula se ha reducido significativamente. El FMI siempre auxilia a los bancos afectados por el quebranto de los estados e impone medidas de ajuste que solventan los oprimidos. Un “rol más activo del Fondo” sólo implica exigencias más drásticas sobre los deudores.

Es muy frecuente escuchar que se ha producido una súbita transformación del FMI, que “aprendió las lecciones del pasado”, “ya no exige sacrificios” y respeta a la “soberanía de las naciones”. Pero resulta muy difícil encontrar algún indicio de esta insólita conversión de agresor de los pueblos en transmisor del desarrollo.

En los hechos el FMI continúa implementando la misma política, con idénticos ultimátum. Basta observar los últimos convenios firmados por El Salvador, Islandia o Pakistán, para notar esa continuidad. Es cierto que en los últimos meses se triplicaron los recursos del organismo, se renovó el menú de créditos y apareció una línea de préstamos más flexible para complementar el tradicional Stand By. Pero los convenios mantienen las exigencias de siempre. Serbia y Bosnia debieron aceptar reducciones de salarios de los empleados públicos y Ucrania o Bielorusia tuvieron que introducir la dura ley del déficit cero. Lo único que ha cambiando es el discurso que legitima estos ajustes. (9)

Las nuevas ilusiones en el FMI tienen un objetivo político. Buscan aislar a los gobiernos y movimientos sociales que mantienen críticas al organismo, exigen su abandono y proponen construir entidades alternativas al mayor emblema del neoliberalismo.

La moda actual de revalorizar al FMI es compartida por muchas corrientes neodesarrollistas, hostiles a la primacía asignada al capital foráneo (“ahorro externo”) y a la obstrucción al desenvolvimiento industrial, que generan las altas tasas de interés. Esos enfoques divergen del neoliberalismo convencional, pero aceptan la prioridad exportadora, el ajuste salarial y la estrecha asociación con las corporaciones transnacionales. Al igual que CEPAL, renuncian a las aristas conflictivas del viejo desarrollismo y se oponen a una redistribución radical del ingreso, complementada con nacionalizaciones y reformas agrarias. (10)

Sólo la aplicación de estas tres últimas medidas implicaría el inicio real de un estadio “posliberal”. Es un error aplicar esta noción a gobiernos que mantienen la privatización de los recursos básicos, la estructura fiscal regresiva y la concentración de capitales y tierras en el agro.

Los cambios progresistas en estas tres áreas constituyen puntos de partida insoslayables para comenzar rupturas con el legado neoliberal, que preservan los denominados gobiernos progresistas. En este terreno se diferencian de sus antecesores nacionalistas, que a mitad del siglo pasado chocaban con la oligarquía y el capital extranjero, para desenvolver la industrialización autónoma e introducir reformas sociales.

Claudio Katz es economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).