Wolfgang Sachs, , advierte que la idea de desarrollo funciona como “un mecanismo que tiene como motor la acumulación de riqueza y no tiene lugar para la justicia social ni para la armonía con la naturaleza”. Sachs es sociólogo y director del Instituto Wuppertal en Alemania.
Fuente: diario Página/12
15/12/2009. “Los últimos 40 años pueden denominarse la era del desarrollo. Esta época se acerca a su fin. Es el momento indicado de redactar su esquela de defunción”, escribió el sociólogo alemán Wolfgang Sachs en su conocido Diccionario del desarrollo. Pasaron los años desde aquella afirmación, pero la idea continúa operando e incluso tuvo descendencia: “el desarrollo sustentable”.
En esta entrevista, Sachs vincula al modelo productivo dominante con la depredación ambiental y la injusticia social. “Estamos en un momento histórico de transición -dice-, desde sociedades que han vivido en el exceso a sociedades que deben aprender a vivir con moderación.”
-¿Qué relación hay entre desarrollo, desigualdad social y explotación de la naturaleza?
-En los últimos 50 años, se pueden constatar tres cosas. Primero, que el desarrollo siempre fue considerado en relación con el crecimiento del Producto Bruto. Segundo, ese crecimiento del PBI no ha traído justicia, es más, ha llevado a una polarización tanto dentro de cada sociedad como entre las sociedades a nivel mundial. En tercer lugar, en este medio siglo el crecimiento económico ha conllevado una verdadera ruina de la biosfera.
-¿La relación entre esos aspectos estaba implícita en la idea de desarrollo o se derivó del modo particular en que se concretó?
-El crecimiento económico es entendido como crecimiento cuantitativo, sin ningún parámetro para la calidad. Por eso, en la medida en que el desarrollo es entendido como una extensión del mercado, resulta un mecanismo que tiene como motor la acumulación de riqueza y no tiene lugar para la justicia social ni para la armonía con la naturaleza. Es decir, tiende a una eficiencia económica que es totalmente ciega.
-¿Es viable lo que se denomina “desarrollo sustentable”?
-Descreo del concepto de desarrollo sustentable. No está mal la idea de sustentabilidad, pero es erróneo relacionarla con el desarrollo, porque desarrollo puede significar desde la construcción de cloacas en un pueblo rural hasta la construcción de rascacielos en una gran ciudad… Desarrollo es un concepto de un vacío monumental. Relacionar el vacío de esa categoría con lo sustentable genera una enorme confusión.
-¿Cómo opera y se expresa hoy la idea de “subdesarrollo” en las naciones latinoamericanas?
-La idea de que hay países subdesarrollados existe hace sólo 60 años, la forjó el presidente de EE.UU. Harry Truman, en 1949, y la aplicó fundamentalmente al Hemisferio Sur. Esa noción se remite a toda una concepción del mundo, en la que los países ricos, euroatlánticos, están a la cabeza de la civilización y del progreso.
El proceso de derrumbe ecológico y cambio climático que estamos presenciando hoy demuestra que esa división del mundo no tenía ni tiene ningún fundamento. Por otro lado, es necesario preguntarse qué significa “subdesarrollo” cuando vemos que en Sudamérica hay zonas más y menos “desarrolladas”. Es una definición que no sirve para describir la realidad de las naciones en su conjunto.
-En los últimos años, en muchos países de la región se produjeron importantes cambios sociales y políticos, expresados por gobiernos de una “nueva izquierda”, pero los cambios no han incluido el reemplazo del modelo productivo basado en la extracción y exportación de recursos naturales.
-En ese sentido soy escéptico respecto de estos gobiernos, que desde el centroizquierda siguen apostando por un nacionalismo de materias primas, un modelo de exportación de recursos naturales. A diferencia de otros gobiernos, utilizan esos ingresos dentro de sus países y con una lógica social, pero que descuida aspectos ecológicos y ambientales.
-¿Tendrían otra alternativa ante las urgentes necesidades básicas de sus sociedades?
-Pero ya existen propuestas alternativas. Ecuador propuso no extraer petróleo en determinadas regiones y, a cambio, asegurarse una compensación con fondos de organismos internacionales, argumentando que prescindir de la explotación genera un beneficio para todo el planeta.
Es cierto que, por cómo están planteadas las relaciones económicas internacionales, un país en general está obligado a transformar sus recursos naturales en mercancías. Pero ese proceso de explotación y transformación se podría realizar de otra manera, cuidada. Además, los ingresos por exportaciones no necesariamente implican una reducción de la pobreza, como ha quedado claro. La reducción de la pobreza pasa más por el reconocimiento de derechos políticos, sociales, agrarios, a la tierra.
-En un contexto de tensiones cruzadas entre mercados globales y mercados locales, entre Estados nacionales y empresas multinacionales, ¿las formas que asume hoy la democracia pueden ejercer un mayor control social sobre las lógicas productivas y los intereses de las grandes corporaciones?
-No sólo creo que las democracias pueden controlar a las empresas transnacionales y las tecnologías, sino que deberán hacerlo.
La cumbre de Copenhague es una manifestación de que existe una voluntad en los Estados de conjugar distintos esfuerzos para crear y aplicar nuevas reglas. Esta misma tendencia tendrá que producir nuevas normas en la OMC. Por lo demás, no queda más que esperar que las democracias puedan implementar un cambio. De no ser así, los cambios van a ser forzados por las circunstancias.
-Ante estos fenómenos parece haber dos posturas. Una estima que las nuevas tecnologías y formas de poder conspiran contra la vida y llevan al planeta a un punto de no retorno. Otra, que es propio de la historia del hombre autotransformarse y modificar el ambiente, por lo que el proceso actual no implica nada nuevo.
-Estamos en un momento histórico de transición desde sociedades que han vivido en el exceso a sociedades que deben aprender a vivir con mayor moderación. El cambio es urgente y está respaldado por sólidos indicadores: en 2020 se va a producir un viraje en las emisiones de dióxido de carbono y, si eso no es evitado, entonces sí habrá una catástrofe.
Esto exige una transformación de la civilización en tres niveles: en lo técnico, en lo institucional y en lo cultural para generar formas de economía dentro de límites que contemplen el medioambiente y para dejar atrás el imaginario de que la naturaleza tiene una riqueza ilimitada.