Los daños y perjuicios que causa a la naturaleza y al ser humano la minería, son enormes comparados con los beneficios que puede aportar. Esto es lo que hace de la minería un auténtico enclave económico. Una muy pequeña minería que se enriquece, a costa de la mayoría, y en este caso, a costa también, de una enorme destrucción de la naturaleza.
La actual explotación minera que se aplica en el continente, responde a las políticas de la economía neoliberal que imponen los países del norte, a los empobrecidos países del sur. Son políticas económicas que muestran el rostro conocido de un capitalismo salvaje; rostro de muerte y miseria, que espanta la vida y disminuye todas las conquistas y derechos de individuos y pueblos. Obtener altas tasas de ganancias es lo más importante para este sistema, la vida del medio ambiente y las personas, están en un segundo plano. Las compañías mineras, amparadas y protegidas por los gobiernos, prácticamente impulsan una política de rapiña, bajo un falso y engañoso concepto de desarrollo, y supuesta ayuda y beneficio a las comunidades. Se dan a la tarea de regalar unas cuantas latas de pintura para pintar las bancas del parque o las paredes del templo de la comunidad que en poco tiempo acabarán por destruir.
Las compañías mineras se aprovechan del desconocimiento y la falta de conciencia sobre el impacto y los efectos perjudiciales que ellas causan en el medio ambiente y en las personas. Este desconocimiento y falta de conciencia, es mayor en las personas que no viven, ni han pasado por las zonas de exploración y explotación minera. No se consulta a las comunidades en donde se realiza la exploración y explotación minera, se desconocen los derechos jurídicos legales que poseen, y constantemente, las compañías mineras cometen violaciones a los derechos humanos, cuando les niegan a las comunidades la posibilidad de decidir sobre su propio desarrollo, y a vivir y disfrutar en un medio ambiente sano.