En marzo de 2019, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, publicó el informe Perspectivas del medio ambiente mundial, en el que participaron 250 científicos de 70 países. En él señalan que la contaminación del aire ocasiona entre 6 y 7 millones de muertes prematuras al año, y relaciona directamente la contaminación del aire con el cambio climático. La diversidad genética está desapareciendo y abre la puerta a la amenaza para la seguridad alimentaria, mientras que la calidad y cantidad del agua ha empeorado significativamente desde 1990. La conclusión es que se requieren medidas drásticas y urgentes, que los gobiernos conocen pero no están asumiendo. Por ejemplo, para cumplir con los acuerdos de París, se necesita que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan entre un 40% y un 70% entre 2010 y 2050. Para 2070, simplemente, deberán ser cero.
Menos de un año después de publicado el informe, la covid 19 se presenta evidenciando la pertinencia de lo mismo que el informe consagra: prevenir, desprivatizar, cuidar, fortalecer los sistemas públicos. De forma drástica y urgente la naturaleza, hace lo que los gobiernos no quieren hacer, y de paso, nos da una clara señal de valoración de la vida de los miles de millones de personas que habitamos la Tierra, una evidencia visiblemente para todas y todos de que un cambio radical en nuestras vidas devuelve los pumas y los cóndores a la precordillera de los Andes.
Por otra parte, el virus nos pilla en medio de una revuelta popular que se queda en latencia para, como siempre, ser los pueblos los que protegen la vida y antagónicamente vemos sin sorpresa, el despliegue de las erráticas e incompetentes respuestas de nuestros gobiernos con sus marcados acentos neoliberales. Más aún, vemos en quienes detentan el poder aprovecharse de la crisis sanitaria de la covid19 para beneficiar al gran capital, incrementando sus negocios, sus mecanismos de represión, sus operaciones de lavado de imagen y de desinformación, bajando aún más los escuálidos estándares ambientales exigido a los proyectos de inversión, precarizando y desprotegiendo aún más la vida de las y los trabajadores.
El extractivismo depredador continúa como base del neoliberalismo. Por ejemplo, aunque se decreta cuarentena en la comuna de Lo Barnechea, se exime de ella a las y los trabajadores de Angloamerican, la transnacional minera que ha destruido glaciares, secado lagunas altoandinas, y contaminando la cuenca del Mapocho, y que pese a eso quiere ampliarse porque nunca es suficiente, ella no se detiene. De hecho, las comunidades rurales, hace semanas vienen denunciando que las faenas que están en sus territorios, se mantienen activas y es un peligro por la altísima tasa de adultos mayores y del abandono estatal. Tanto en la minera la Escondida como en Cerro Colorado (ambas de la transnacional BHP), ya han presentado casos de trabajadores contagiados y hasta ahora no se han anunciado medidas de contención para evitar más contagios. Lo mismo ocurrió con Forestal Arauco, una de las responsables de la devastación de la biodiversidad y de la crisis hídrica del sur de Chile, pero a la que le acaban de aprobar un proyecto para triplicar su producción y su contaminación en la provincia de Arauco; una trabajadora del casino arrojó positivo y solo porque los trabajadores se movilizaron, la planta cerró solo 2 semanas y al día de hoy ya está nuevamente operativa.
Otro ejemplo. Pese a que el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) no califica como de primera necesidad, y que sus funcionarios circularon una Declaración Pública en la que develan que no cuentan con condiciones mínimas para hacer una correcta evaluación de proyectos de inversión y obviamente no es posible implementar los procesos de participación ciudadana necesarios, se siguen ingresando proyectos al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA). Sin embargo, el director ejecutivo del SEA y la Ministra de Medio Ambiente han desoído los requerimientos.
Lo que se puede apreciar es que, desde el 1 de marzo al 15 de abril de 2020, los proyectos ingresados al SEA son casi 3 veces más que igual período en 2019 (37 proyectos v/s 84 el 2020), y el monto de inversión es 7 veces mayor (US$ 1.470 millones v/s US$ 10.881 millones). De hecho, 80 proyectos ingresaron este año como Declaración de Impacto Ambiental (DIA), proceso que no obliga a realizar Participación Ciudadana, pero también hay claros indicios en varios proyectos de engaño al sistema con la intención de eludir el ingreso por Estudio de Impacto Ambiental (EIA), evaluación algo más engorrosa. Esto es gravísimo, porque debilita los ya escuálidos resguardos para el medio ambiente que supone el sistema de evaluación chileno. Justo en plena pandemia, cuando todo se lentifica, cuando la gente no puede reunirse, los plazos de la institucionalidad ambiental chilena “corren” contra la vida, el medio ambiente, los acuerdos y compromisos internacionales, en contra las señales que la naturaleza devastada entrega.
Y esto es alarmante, no solo por nuestro territorio, sino por el rol que Chile ha tenido como rata de laboratorio del neoliberalismo. Hay que dar un golpe de timón, no hay que pensar como en Chile, cómo salvar a las empresas, sino cómo caminar hacia otras formas de desarrollo que dejen de considerar nuestra casa común como una bodega de materias primas. No hay que jugar, como en Chile, a recrudecer la agenda represiva y asegurarse de que los territorios no puedan defender lo que la naturaleza manda, para seguir profundizando lo que nos mata.
Es urgente tomar medidas drásticas que nos aparten del modelo insostenible de producción y consumo, que la ONU acusa en su informe y del cual somos como país una lamentable muestra. Lo interesante, es que así como el gobierno y los legisladores hacen operaciones de salvataje online al modelo del agua y dan palos de ciego para seguir acumulando, las comunidades están activando sus memorias, comprando juntos, armando huertos a pequeña escala, preocupándose por el otro que aún existe y estaba tan cerca. Esas redes son el sostén de una realidad nueva, con sentido común, que nos permita reparar amorosa y creativamente tanta devastación que ha ido sembrando la desconexión, la codicia y la estupidez.
Esta columna fue escrita por el Equipo Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales OLCA
Fuente: diarioUchile