En Uspallata, la megaminera de los rusos –a diferencia de la gestión canadiense, que hacía su lavado de imagen y dinero con bombos y platillos- la hace canuta: se camufla de Santa Claus, se confunde con el Estado y con las instituciones, para que pasen desapercibidas sus donaciones, en un tema tan sensible para la comunidad como es la relación entre el agua, el cianuro, las voladuras, y lo que beben, respiran y aprenden los niños.

Por: Eugenia Segura publicado en Mendoza On Line

Cualquiera que viera a un extraño regalándoles dulces y juguetes a los niños a la salida de la escuela pensaría que es… alguien que ama a los niños. A menos que fuera Papá Noel, a todos nos correría un escalofrío por la espalda. Pero claro, somos adultos, sabemos que Papá Noel no existe; los niños no, y eso es lo más atroz del asunto: no saben qué hay detrás de ese dulce, ese juguete.

En Uspallata, la megaminera de los rusos –a diferencia de la gestión canadiense, que hacía su lavado de imagen y dinero con bombos y platillos- la hace canuta: se camufla de Santa Claus, se confunde con el Estado y con las instituciones, para que pasen desapercibidas sus donaciones, en un tema tan sensible para la comunidad como es la relación entre el agua, el cianuro, las voladuras, y lo que beben, respiran y aprenden los niños.

En el barrio de La Fundición, la zona con mayores carencias materiales -aunque no de solidaridad ni de conciencia- como en todo Uspallata, se reconstruían lenta y pacientemente las heridas en el tejido social –esos lazos- que la Coro Minning había roto con sus minipolicías uniformados con dinero deducido de sus impuestos (plan desactivado luego del escándalo de la cámpora en las escuelas, y la cámara oculta donde un sacerdote en Esquel les gritaba a los tiernos yutitas de 9 a 14 años “TENÉS QUE ENCONTRAR A TU POLICÍA INTERIOR”), y otras políticas de “Relación con la comunidad”: macro y micro coimas, promesas y amenazas, que son gratis. Ahora, se trata de donaciones compulsivas: divide y reinarás.

Porque ahí, en “la Fundi”, les decía, hay una escuela chiquita: cuatro o cinco maestros, cursos de ocho a doce niños, que, por presupuesto y espacio juntan de a dos grados en una misma aula, y una riqueza invaluable: contacto directo con la naturaleza. Está el patio del recreo y atrás del alambrado, vacas, caballos, campos de papa y de alfalfa, canales de agua transparente, la inmensidad de las montañas. El maestro Willy les enseñaba así el delicado equilibrio de todo lo que nos rodea: siguiendo la curiosidad de los chicos, haciendo intervenir activamente a los padres en la educación de sus hijos. Y se había formado una comunidad educativa muy bonita, me cuenta Mariana, una de las mamás: con talleres de teatro, actividades al aire libre, participación, vínculos. Hasta que…

-Cuando fue la fiesta de fin de año, nosotros no nos imaginábamos, yo incluso pensé: uy, qué pilas que se ha puesto la cooperadora, un papá disfrazado de Papá Noel les estaba entregando a los chicos juguetes caros… a los más grandes, juegos didácticos, tipo la oca, a los más chiquitos, juegos para modelar masa. Yo después fui a averiguar, y esos salían como 300 pesos en las jugueterías. Bueno, ese día lo vimos irse al maestro Willy, arrancar el auto como enojado, qué raro en él, pensamos que era porque había venido otra maestra dos días antes de que se terminaran las clases, que él estaba reemplazando, y que a su vez ocupa el cargo de la hija del director. Y había sido un lloradero de niños, era muy bonito lo que se había generado con el maestro Willy…- relata Mariana.

-¿Y cómo se dieron cuenta? ¿Qué pasó?

-Cuando empezaron las clases: llegó el 2 de marzo, y los chicos no tenían maestro. “Listo, llamemos a Willy”, dijimos. Ahí nos enteramos por boca del director –Ricardo Mesa se llama- que Willy había renunciado, y cuáles eran los motivos de su renuncia: él no podía aceptar que la escuela recibiera donaciones de Minera San Jorge porque era incompatible con sus principios. Imagináte, estábamos consternadas: recién ahí nos estábamos enterando de dónde venían los regalos que nuestros hijos habían recibido en el verano. Entonces varias empezamos a decir que no estábamos de acuerdo con que nuestros hijos recibieran cosas de la minera que iba a contaminar todo el valle y a dejarlos sin agua. Que cómo no nos habían dicho. ¿Y sabés con qué nos salió el director? Conque una tenía un anillo de casamiento, y seguro que todas usábamos computadoras y celulares… el mismo discurso de la minera. Y que qué nos asombraba tanto, si la escuela venía recibiendo donaciones de San Jorge desde el 2005: los premios de la maratón, los regalos, los da San Jorge. Y nos dijo que este año le habían prometido los juegos del patio y hasta un Salón de Usos Múltiples, que acá es una necesidad, por el frío… Entonces con otras dos madres, Pamela y Jordana, decidimos sacar a nuestros hijos del colegio. Ahí se la agarró con Pamela y le dijo: “¿Vos pondrías los 12000 pesos que salen los regalos de fin de año? Además ¿Vos de dónde te creés que salieron los viajes de 5° y 6° del año pasado? “…

-Pará pará ¿cómo? Se supone que eso lo tiene que dar el gobierno, el Ministerio de Educación

– Eso es lo que creíamos, lo que nos dijo el director, pero parece que no: el gobierno pone alojamiento y comida, y la minera pone lo otro, algo así.

– ¿Y qué pasó después?

-El día que los fuimos a retirar a los chicos, el director nos dijo, con un cinismo total “se van seis, entran seis”… ah bueno, qué son los chicos para vos ¿puntos, porotos? Te salió redonda, zafaste. Además, nos dijo que no sabía dónde los íbamos a meter, si las otras escuelas también iban a recibir pronto donaciones de San Jorge, nos guste o no. Como que no había escapatoria. Yo le dije “no les voy a vender el destino a mis hijos por un juguete”.

La última inocencia

Todo el que lo haya tenido lo sabe: el juego de la Oca es uno de esos que rápidamente agotan su gracia ¿didáctico de qué? ¿de aprender a tirar los dados, de someterse al destino del casillero en que caíste? Por lo menos, este no es como la versión burda que la Barrick regalaba en la Rioja: si te encontrás un lingote, avanza tres casilleros, si caés donde hay un ambientalista, pierde un turno, o vuelve al inicio, según quién lo mire. En Chile, la didáctica de aprender corrompiendo –digo, jugando- es aún más perversa: les reparten a los chicos un juego tipo el Estanciero, una versión del Monopoly donde, si acumulás papelitos de colores -¿qué otra cosa es el juego adulto del dinero?- podés comprar ríos, lagos, montañas, glaciares. El ablande, diríamos en jerga de fiolos de este lado de los Andes, está más que claro: si de niño jugaste a eso, de grande no te va a causar ni asombro ni espanto que un monopolio extranjero diga este glaciar es mío.

Acá todavía la hacen al estilo márketing, por ejemplo, los juegos que les regalaba Vale a los hijos de sus empleados, antes de echarlos a la calle sin indemnización ni piedad: multitableros de cartón pintado, fichitas de colores, cubilete, dados. Cuando el sistema informático decía que era el cumpleaños, paquete con el nombre del niño. ¿Qué se siente? “Me sentía bien, que la empresa me tenía en cuenta, me consideraba…”, respondía una nena de diez años, mostrándome además llaveros, ropa, mochilas: por todos lados el logo de Vale.

O la película Aviones, de Disney –no por casualidad, del mismo dueño de Monsanto- donde los niños aprenden a amar al avioncito fumigador de soja que los riega con glifosato desde el cielo, asociado a mensajes supuestamente nobles como la amistad, la lealtad, el “campesino” chuncano y valiente que supera todos los retos y cumple su sueño de triunfar en grande.

O el libro de cuentos que Julio De Vido hizo distribuir en las escuelas, donde una montaña está triste porque nadie le saca el oro que tiene adentro, y le pide ayuda a unos niños para extraer y repartir pepitas entre los pobres del pueblo. O la versión de Blancanieves –salida obligatoria para los niños sanjuaninos en edad escolar- en la que los enanitos venían de trabajar en la mina cantando canciones de la Barrick. ¿Perverso? Sí, perverso: los niños de San Juan ya no tienen agua, y mejor ni hablar de los que jugaron con esos juguetes y ahora tienen enfermedades espantosas, o hermanitos con malformaciones. La Argentina obscena, la que nadie quiere mostrar, donde la infancia nos está pidiendo que hagamos un click urgente: está en la red.

-¿Y a vos, qué te regalaron?- Le pregunto al pequeño Ulises.

-Un juego de masa

-¿De magia?

– No, de masa, como los de plastilina.

-Ah, ¿y cómo te sentiste?

-Mal, porque nos regalan esos juguetes, y después nos destruyen la montaña- me dice, muy atento al delicado equilibrio entre el cucurucho y el helado.

-¿Y qué hiciste?- le pregunto. Deja de mirar el helado, y me mira al fondo de los ojos

-El juguete lo devolví-

Hay gente real, de carne y hueso, con sus microhistorias, detrás de la Historia que siempre busca invisibilizar a los afectados. En ese momento, a Mariana se le llenan los ojos de orgullo y lágrimas.

-Uh, lo que fue ese día. Primero, no sabés lo que fue decirles que los íbamos a cambiar de escuela. Después, lo de los juguetes: ellos saben perfectamente qué es Minera San Jorge, nos han acompañado a todas las marchas, la tienen re clara. Cuando entendieron de dónde venían los juguetes, Ulises lo fue a buscar, se fijó que estuviera todo, y me dijo: “tomá mamá, acá está. Devolvelo”