Enfermedades cardiovasculares, cáncer, piel ajada, un promedio de muerte de 53 años y ningún aporte de la empresa Enami para los trabajadores dañados. Más de 250 operadores muertos luego de trabajar por décadas sin ninguna medida de protección. La realidad de los ancianos de la zona de sacrificio de Puchuncaví.
Fuente: Diario Universidad de Chile
Una cuarta parte de la historia de Chile tiene que ver con ENAMI. El 5 de abril de 1960, a través del Decreto con Fuerza de Ley N° 153, se dispuso su creación con el mandato de “Fomentar la explotación y beneficio de toda clase de minerales, producirlos, concentrarlos, fundirlos, refinarlos e industrializarlos, comerciar con ellos o con artículos o mercancías destinadas a la industria minera. Realizar y desarrollar actividades relacionadas con la minería y prestar servicios en favor de dicha industria”.
“A cincuenta años de dicho decreto, hoy la misión de ENAMI forma parte de la vida de muchas familias y es el motor de un sector productivo relevante del país”. Expone el portal de la empresa haciendo un balance de su gestión.
Esto es una realidad, la refinería de Ventanas, en la V región, con constantes fumarolas, que contienen grandes concentraciones de metales pesados, ha sido parte de la vida de cada una de las familias de este sector denominado zona de sacrificio.
Luis Pino es técnico químico de profesión y trabajó en la sección de control de calidad de Ventanas-Enami, desde 1978 y cuenta que: “Controlaba el proceso de la fundición refinería las Ventanas. Hacía análisis de control de calidad. Nosotros teníamos que controlar el azufre midiendolo para que se generara la fundición, después se controlaba el concentrado, la mezcla, el precipitado y finalmente los ánodos y los cátodos en el producto final”. Esto muy cerca de gigantescos hornos que trabajaban a mil trescientos grados de temperatura.
Hoy tiene 68 años y su principal preocupación es el estado su cuerpo, que no solo es la razón de por qué lo despidieron de la refinería, sino que es también la causa por la que su matrimonio colapsó. “Cuando me descubrieron en la empresa que tenía plomo en la sangre, me despidieron. El problema fue que me fui en pelota. No me dieron nada. Cuando tenía 40 años se me cayeron todos los dientes por la contaminación, los dolores en mi cuerpo son tremendos y no tengo salud laboral”.
Este hombre explica que ha intentado atenderse en la salud pública, porque sumado a todos sus problemas le detectaron un quiste en el riñón y problemas cardiovasculares, pero en Puchuncaví no hay especialistas que sepan qué hacer con personas con el grado de contaminación que el presenta y las listas para la intervención de vesícula que necesita recién está en pacientes agendados para 2013.
Cuando le descubrieron metales pesados en la sangre, él comenzó a darse cuenta que su caso no era aislado y llamó a sus compañeros, amigos y conocidos que ratificaron sus sospechas: Eran cerca de 500 personas contaminadas con plomo, arsénico, mercurio, entre otros metales.
De esa cantidad solo quedan alrededor de 250 personas vivas. “Nosotros hicimos exhumaciones a cuatro trabajadores de Puchuncaví y el Instituto Médico legal y la PDI ambiental le encontraron contaminación de arsénico y selenio. Otros cuerpos con arsénico y plomo y uno con mercurio. Esto está en manos de la Fiscalía, pero ellos tiene tantas presiones políticas y económicas que el caso no avanza”.
Luis Pino con indignación habla de la pseudodemocracia que favorece solo a los grupos de poder. Luego con la voz quebrada explica: “oiga mi caballero, yo vi morir personas quemadas en los hornos de la fundición y nadie se hace responsable de esos casos. Trabajábamos 60 horas al mes, no sabíamos ni de sábados, domingos ni menos de festivos. Nos pagaban, pero si alguien faltaba al turno, nos obligaban a quedarnos”.
Hombres de verde
Una de las historias que relató el ex trabajador de Enami, Luis Pino, es la de su compañero Eduardo Castillo Castro, de 69 años, quien luego de trabajar por 30 años en la refinería terminó con su piel con la textura de una carpeta quebradiza, llena de ampollas que se van reventando, una tras otra. Luego, aparece el mismo color del cobre en proceso de sulfatación: verde intenso.
El cuerpo lo tiene lleno de llagas y, si comete el error de moverse mientras duerme, no sólo se despierta, sino que le sobreviene un dolor tan grande que lo hace gemir; en ese preciso momento se da cuenta que la piel se le ha pegado a las sábanas.
Partió trabajando en Ventanas-Enami el 8 de marzo de 1971 y estuvo allí durante 30 años. Perteneció a casi todas las secciones de la planta. Cuando estaba en Control de calidad sus funciones eran junto a hornos que quemaban metal a más de 1.200 grados Celsius: en ese lugar, él y sus compañeros se acercaban a la máquina y los gases que salían de los compartimentos de fundición se les pegaban a la nariz de inmediato.
Cuando tragaban, percibían una sensación de dulzor sintético que se les adhería a la garganta. Sabían del peligro del plomo: les hacían exámenes, les decían que debían tomar leche, pero nunca sintieron algo raro. Es más, se creían fuertes y sanos.
Nunca supieron del arsénico, el mercurio o los gases y químicos que fueron absorbiendo con los años.
“Es como si los químicos que inhalábamos nos mantuvieran inmunes a los males, porque cuando los primeros compañeros se retiraron, recién comenzaron a sentir enfermedades. Mi piel se puso con ampollas a los dos años de salir de Ventanas, y luego mutó al color verde”, dice Eduardo Castillo en el diario la Estrella de Valparaíso.
Tras el relato, Pino denuncia: “La ley dice que los trabajadores contaminados deben ser controlados cada seis meses y a mí no me han controlado nunca”.
Con estupor recuerda los vejámenes vividos en dictadura. Mayor es su impacto al constatar que estos no se detienen: las personas siguen contaminándose en estas industrias que siguen funcionando en total impunidad.