Los habitantes de la región minera de Antofagasta, en el norte de Chile, poseen en promedio el mayor ingreso interno por persona, mientras unas 4.000 de sus familias residen en precarios asentamientos informales, en una de las desigualdades más marcadas dentro del país. En la ciudad de Calama, la llamada capital minera de Chile, en la norteña región de Antofagasta, los marcados contrastes sociales se evidencian en modernas viviendas de barrios acomodados colindantes con otras hechas con apenas tablas en asentamientos informales.

Fuente: IPS

“Los contrastes en esta región son enormes, los mineros ganan mucha plata, los sueldos que reciben son altísimos. Es muy común ver casas inmensas mientras a pocos metros se erigen casitas precarias”, afirmó Jaime Meza, residente en esta ciudad de Calama, en cuyo municipio se ubican unas 37 operaciones mineras.

Entre ellas, el municipio de Calama, del que es cabecera esta ciudad del mismo nombre, acoge al yacimiento a cielo abierto de Chuquicamata, la mina de cobre más grande del mundo.

La región de Antofagasta cuenta con el más alto producto interno bruto por persona del país, el mayor crecimiento económico y las mejores condiciones para alcanzar el desarrollo, según un estudio territorial realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

De acuerdo a cifras oficiales, esta región de 625.000 habitantes tiene un ingreso promedio anual por persona de 37.205 dólares, casi ocho veces lo registrado en la región de La Araucanía, en el sur del país, donde el ingreso anual por habitante apenas llega a 4.500 dólares. El promedio del ingreso de los 17,6 millones de habitantes del país es de 23.165 dólares.

Sin embargo, 45.000 personas viven en situación de pobreza en Antofagasta y de ellos, 4.000 están en condición de indigencia.

Además, miles de habitantes viven en 42 precarios asentamientos informales, en este país llamados campamentos, lo que equivale a unas 4.000 familias.

La ciudad de Calama, conocida como la “capital minera de Chile” y que se define como el oasis del desierto de Atacama, está ubicada a 2.250 metros sobre el nivel del mar, a unos 240 kilómetros de Antofagasta, la capital regional, y a 1.380 kilómetros al norte de Santiago.

Cuenta con 150.000 habitantes, aunque si se considera a la población flotante ocasionada por la actividad minera, esta cifra supera las 200.000 personas.

El municipio de Calama, que se extiende por 15.600 kilómetros cuadrados, es asiento de cuatro de los ocho yacimientos mineros que posee la estatal Corporación del Cobre de Chile (Codelco), que controla mayoritariamente el sector en el país y es el mayor productor cuprífero del mundo.

La región minera de Antofagasta, un espejo de desigualdad chilena
La ciudad de Calama se define a sí misma como un oasis, escondido en medio del desierto de Atacama, el más árido del mundo. Es también punto estratégico de la minería de la región de Antofagasta, en el norte de Chile, que tiene al cobre como su principal actividad económica. Crédito: Marianela Jarroud/IPS
Atraídos por la actividad minera, Calama acoge a una buena parte de los 57.000 inmigrantes que habitan en la región, que tiene frontera con Argentina y Bolivia y está cerca de Perú.

Esta realidad se percibe en hechos tan cotidianos como acudir a un consultorio de salud pública, donde la variedad de naciones se entremezclan.

“Esta es una ciudad multicultural, definitivamente”, afirmó a IPS el médico Rodrigo Meza, del hospital Doctor Carlos Cisternas de Calama.

“Del total de partos atendidos en nuestro hospital, 40 por ciento corresponde a mujeres inmigrantes”, añadió.

En un breve paseo por el centro de Calama, corroído por el paso del tiempo y contrastante con los sectores más acomodados de la ciudad, un viajero puede encontrar fácilmente a inmigrantes bolivianos, colombianos, ecuatorianos y peruanos.

“Es más difícil encontrar a un chileno que a un extranjero en estas calles”, señaló Sandra, una colombiana que transita por el centro de Calama.

La fuerza laboral extranjera se concentra principalmente en el servicio doméstico, en el caso de las mujeres, y en empleos profesionales, técnicos y obreros que se desempeñan en la minería o la construcción, en el caso de los hombres.

Un número importante de mujeres inmigrantes se dedica también a la prostitución, un servicio históricamente muy requerido en los asentamientos mineros, con muchos hombres solos.

Calama posee un casino cuyas utilidades crecen en torno a 10 por ciento anual y el centro comercial de la ciudad, recibe más de 10 millones de visitantes al año.

“Un minero con poca experiencia puede partir ganando mensualmente casi un millón de pesos (unos 1.500 dólares), y de ahí para arriba”, comentó Jaime Meza a IPS. Él trabaja en una empresa que presta servicios externos a compañías mineras en responsabilidad social, lo que le lleva a recorrer continuamente las localidades de los yacimientos.

Sin embargo, en esta ciudad la vida es cara. Un kilogramo de pan, un alimento básico en la mesa chilena, cuesta más de dos dólares y una vivienda para una familia de clase media, bordea los 150.000 dólares. Pero “hay dinero y gente dispuesta a pagar”, coincidieron varios comerciantes a IPS.

En contraste, el salario chileno mínimo llega apenas a 350 dólares mensuales y muchos inmigrantes de Calama pueden recibir solo la mitad, al no contar con contrato o seguridad social.

La desigualdad del día a día se ve con claridad cuando las empresas mineras pagan a sus trabajadores bonificaciones especiales al finalizar cada negociación colectiva.

Los bonos alcanzan miles de dólares y los comercios lanzan en sintonía “ofertones” para atraer a los beneficiados.

“Los contrastes en esta ciudad son muy tremendos. Los mineros hacen filas los viernes para sacar dinero y gastarlo en carrete (juerga), en mujeres, en alcohol”, afirmó a IPS el taxista Francisco Muñoz.

“Las diferencias son muy violentas”, agregó este varón nacido en Calama, donde ha vivido siempre.

Muñoz afirmó que la situación empeoró hace unos siete años, cuando Codelco decidió trasladar a Calama el campamento minero de Chuquicamata, a 15 kilómetros de la ciudad. Unas 3.200 familias fueron las últimas en dejar las instalaciones donde los trabajadores de Codelco vivían con altas comodidades.

Los mineros llegaron directamente a casas construidas para ellos, lo que definió el ordenamiento de la ciudad: al oriente las nuevas villas de Codelco son el reducto de “barrio alto (de lujo)”, mientras al poniente y al norte se ubican los sectores más populares.

“Los mineros compraron estas casas a precios preferenciales y Codelco les dio un bono para que pudieran acceder a ellas con facilidad. Pero ahora las venden a cifras exorbitantes. Pensar en comprar una casa en Calama es casi imposible. Un ciudadano común puede solo acceder a una casa del Estado (subsidiada), jamás a las que ellos venden”, aseguró Meza.

La realidad en Calama, un municipio rico en minería pero pobre en ingresos, derivó en el año 2009 en protestas sociales que exigían que la localidad perciba cinco por ciento de los recursos que deja aquí la extracción de cobre, la principal riqueza del país.

Solo en 2014, Chile extrajo 5.746 millones de toneladas del metal rojo, 31,2 por ciento de la producción mundial.

Las protestas por la postergación histórica del municipio, se suceden hasta la actualidad bajo el lema “¿Qué sería de Chile sin Calama?”.

Las manifestaciones, la última realizada el 27 de agosto, son “un desborde previsible”, para el antropólogo Juan Carlos Skewes.

“Eso es bueno, porque lo que hacen los grandes desbordes es ensanchar las avenidas de la participación”, aseguró a IPS.

Agregó que seguramente las protestas se mantendrán mientras no haya una respuesta concreta respecto de la distribución equitativa en Chile de las ganancias de la minería, que Calama ve muy poco, pese a salir de su territorio.