En el aniversario del desastre nuclear, las protestas no paran en Japón. En abril, las pocas centrales abiertas deben parar para su revisión, sólo quedarán dos reactores activos.

Por Ignacio J. Miñambres y Takuro Hoguchi publicado en Periódico Diagonal

10/03/2012. El 11 de marzo se cumple un año desde que el maremoto ocurrido al noreste de la isla de Honshu, en Japón, desatara la catástrofe en la central nuclear de Fukushima. Desde ese día, de los 53 reactores con los que contaba Japón, diez han cerrado definitivamente, 14 están muy dañados y el resto se encuentran parados.

En abril, sólo dos reactores permanecerán activos en Japón. La presión popular ha tenido mucho que ver. La acampada de protesta que se inició tras el desastre nuclear, se mantiene frente al Ministerio de Energía (METI) en Tokio y cumplirá su jornada 178. El modesto campamento consiste en tres carpas de lona blanca, encajonadas entre la acera y las jardineras del ministerio, no ocupa ni un palmo del espacio público del gris distrito de Kasumigaseki, pero su poder simbólico se extiende mucho más allá.

Acampadas y marchas

La manifestación de protesta que el 9 de septiembre de 2011 conmemoraba medio año desde la fisión del núcleo de Fukushima Daiichi, culminó con una cadena humana que rodeó completamente la manzana del ministerio. Tras esa marcha, un grupo de ciudadanos de la prefectura de Yamaguchi comenzó una huelga de hambre ante la puerta del ministerio, para exigir la paralización de una nueva central nuclear que se está construyendo en su provincia junto al pueblo de Kaminoseki. La huelga de hambre se prolongó a lo largo de diez días, pero la tienda que se levantó de apoyo a los huelguistas permaneció pasado ese tiempo. De hecho, el campamento se amplió con una nueva carpa cuando un grupo de afectados de Fukushima viajó también a Tokio para mostrar su descontento por la nula transparencia de las autoridades y la compañía eléctrica Tokyo Electric Power (TEPCO), que opera en Fukushima.

A pesar de su pequeño tamaño, la permanente presencia de los activistas es un testimonio de la tenacidad del movimiento antinuclear japonés. Las demandas de los activistas van más allá de lo meramente relacionado con la gestión del desastre nuclear. Kazuyuki Tokune, miembro del grupo permanente de gestión del campamento, no recurre a los habituales eufemismos japoneses cuando habla: “Japón no es una democracia; debemos funcionar bajo una constitución y unas leyes escritas por la gente, no implantadas desde arriba” dice en referencia a la constitución, que nunca ha sido modificada.

El campamento no tiene fecha prevista de finalización y según Kazukuyi, ellos continuarán allí “mientras el Gobierno no revele toda la verdad y adopte las medidas que los afectados le demandan”. Como es habitual en las movilizaciones en Japón, la falta de cobertura mediática ha sido total. “Sólo el 27 de enero, cuando el mismo ministro en persona vino a comprobar si obedecíamos un ultimátum de desalojo que nos había enviado, vinieron algunas cámaras de televisión –cuenta Kazukuyi–. “Ese día contamos con una concentración de apoyo de más de 800personas. No nos moveremos de aquí porque ellos lo digan, sólo estamos haciendo un uso pacífico de nuestra libertad de expresión”, concluye. La prensa japonesa ha tenido un comportamiento errático entre el vacío habitual con el que castigan a los movimientos sociales en el país y la incapacidad para ignorar, comprender y abarcar lo que ocurría en las calles desde el terremoto de marzo.

Tras la multitudinaria manifestación que el 10 de abril, un mes después de la catástrofe, sacó a 17.500 personas de forma espontánea a las calles del barrio de Koenji, respondiendo a una convocatoria al margen de cualquier grupo político o incluso organización no gubernamental tradicional, el Japan Times informaba de que: “Alrededor de 15.000 personas tomaron parte en una manifestación en la estación de Koenji, distrito de Suginami, organizada por tenderos de la zona”. El surrealismo de la idea de unos tenderos de suburbio movilizando decenas de miles de personas muestra la ignorancia sobre los profundos procesos sociales que vive el país nipón en los 20 años de crisis que han pasado desde el estallido de su burbuja especulativa.

Tenderos y centrales nucleares

Los “tenderos de Koenji” que cita el artículo de Japan Times son, en realidad, el grupo Shiroto no Ran (Rebelión de novatos), una plataforma de activistas afincados en dicho distrito al oeste de Tokio, que durante más de diez años han imaginado todo tipo de convocatorias y movilizaciones con las que romper el cerco legal y político a la expresión de la ciudadanía en Japón. Imaginativas y extravagantes acciones en torno al denominador común de recuperar el espacio público ante el constante incremento de las limitaciones y el control que a lo largo de los años ha venido sufriendo la población japonesa, y que están recogidas en un documental que se ha presentado en lugares como Corea del Sur y Taiwan, donde se consideran una referencia del activismo del nuevo milenio en Japón. Efectivamente, Shiroto no ran es el nombre también de una serie de tiendas y cafés en Koenji, que forman parte intrínseca del colectivo y están numeradas de forma estrambótica, parodiando las numerosas cadenas comerciales que se extienden a lo largo y ancho de Japón. Existe la tienda número cinco pero ninguna por debajo de ese número, la siete, la nueve…

Shiroto no ran 12 es un local donde se realizan reuniones y actividades de colectivos de la zona. Pero es lógico suponer que una prensa que entiende más de ruedas de prensa en oficinas gubernamentales y noticias sobre ídolos pop que de los cientos de miles de jóvenes japoneses con contratos precarios por horas y sin ningún tipo de cobertura social no han oído jamás hablar de ellos.

Tampoco es extraño que la prensa tradicional tenga dificultades para abarcar la evolución de los acontecimientos tras el estallido de la crisis nuclear. El movimiento no ha ido decayendo y muriendo como se espera de ellos ante la habitual mezcla de vacío y presión policial con que las autoridades japonesas acogen cualquier asomo de crítica social, sino que se ha fortaleciendo en el tiempo: los 15.000 manifestantes del 10 de abril se convirtieron en 20.000 el 11 de junio y los 10.000 de Koenji el 19 de septiembre se sumaban a otra convocatoria simultánea en el centro de la ciudad a la que acudieron 60.000 personas.

La nefasta gestión del Gobierno y de la compañía eléctrica TEPCO no han hecho sino alimentar aún más el descontento y movilizar a más sectores de la población y, un año después, las acciones en distintas partes de Tokio tienen carácter semanal. “Es la primera vez que vengo a un acto así”, dice el joven Yousuke el 29 de enero de 2012 en la Manifestación Twiter (por ser convocada en esa red social) que recorre las calles del concurrido barrio de ocio de Shibuya. “No pensaba que fuera así, me temía que eran algo más”, no sabe cómo terminar la frase. Quizás “violento” o “peligroso” es la palabra que le falta a Yousuke.

Cierre de las nucleares

Que la movilización en las calles es una actividad peligrosa y reprochable era, hasta ahora, un concepto fuertemente imbuido en la mente de los japoneses, tanto por las imágenes de las convulsas luchas de la extrema izquierda en los ’70 como por una educación formal que se había venido asegurando de convencerles desde pequeños de que disentir de las autoridades era algo contrario al espíritu de la sociedad nipona.El movimiento antinuclear ha hecho una gran labor didáctica en la sociedad japonesa. “Ahora ya no nos insultan –comenta Satoko–, al principio nos increpaban, como si estuviéramos haciendo algo malo o vergonzoso”. A finales de abril, los pocos reactores que continúen activos en Japón deberán detener su actividad para la obligatoria revisión.

Hasta el momento, todas las centrales que han parado no han reanudado sus operaciones debido a la negativa local, la reinician sólo cuando cuentan con la aprobación del Gobierno y de la autoridad local, y la presión ciudadana sobre los Ayuntamientos está logrando paralizar una a una las centrales de Japón.

El legado de Fukushima, a un año de la catástrofe

Por Philippe Nadouce

Uno de los engaños que el primer ministro nipón y Tepco trasladaron a la población es que los reactores de Fukushima Daiichi habían sido ‘apagados en frio’.

Apenas una semana antes de la Navidad del 2011, Tokyo Electric Power (TEPCO), propietaria de la central de Fukushima, y el primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, declararon que los reactores de la planta estaban bajo control. La noticia fue recibida con alivio por el lobby nuclear internacional y los medios de comunicación afiliados.

Pero los expertos, la prensa independiente y los defensores del medio ambiente contestaron que la noticia no reflejaba la realidad. El engaño residía en el termino “apagado en frío” mencionado por los técnicos de TEPCO. Este término significa que en condiciones normales, el combustible de un reactor es estable con una temperatura por debajo de los 100 grados centígrados en la vasija de contención. Pero después de Navidad, noticias preocupantes indicaron que la temperatura dentro de los reactores había aumentado y que los niveles de radiación dentro de las instalaciones eran letales para los humanos. Una vez más, el Gobierno japonés minimizó la extrema gravedad de la situación.

Contaminación devastadora

Heinz Smital, el experto de Greenpeace trabajando sobre los efectos a largo plazo del desastre dijo que, “la realidad es que habrá que combatir durante décadas los problemas en las instalaciones. Además, la zona estará contaminada radiactivamente durante décadas”. Las cifras son demoledoras: cien mil toneladas de agua altamente radioactiva reposan en contenedores a la espera de una descontaminación lenta y muy costosa. La compañía francesa Areva depura alrededor de mil toneladas al día, pero los expertos se quejan de que ningún plan viable haya sido presentado para resolver el almacenamiento de los centenares de toneladas de residuos radioactivos que resultaran del filtraje.

El Gobierno japonés tampoco ha revelado cómo va a deshacerse de los 29 millones de metros cúbicos de tierra radioactiva que pretende sacar de las regiones contaminadas. Esta montaña tóxica podría llenar 23 estadios del tamaño del Bernabéu. Las zonas contaminadas representan 2.400 kilómetros cuadrados –una superficie superior a la de la región de Tokio– y se extienden entre Fukushima y cuatro prefecturas vecinas. Los expertos dicen que las estimaciones dadas por el Ministerio de Medio Ambiente japonés son increíblemente optimistas y hablan de una factura que podría poner las finanzas del Estado de rodillas durante décadas. The Wall Street Journal cifró el coste en 12.000 millones de euros.

Expertos americanos en medio ambiente apuntan que el plan provocaría un segundo desastre ecológico cuyos efectos son difíciles de prever. Kathryn Higley, una experta en radiaciones y ecología que trabaja en la Universidad de Oregón (EE UU) declaró a The Guardian, que “la descontaminación puede ser realmente muy efectiva pero se trata también de un balance entre reducción de radioactividad e impacto medioambiental”.

El problema de las partículas radioactivas de Fukushima es que son “pegajosas”. Deshacerse de ellas supone extraer grandes cantidades de suelo, de hojas y de plantas, y hacen la tarea casi imposible en la campiña japonesa con sus arrozales, bosques y valles. Excavar la tierra en profundidad no solamente destrozaría las tierras dedicadas a los cultivos y a la crianza de animales pero volvería infértil a regiones enteras y destrozaría por completo a la fauna. Sin contar que esta solución no eliminaría por completo el problema de las radiaciones.

La contaminación pasaría a ser de “baja intensidad”. Cientos de miles de personas estarían expuestas 24 horas al día a niveles de radiación tolerados por el Gobierno japonés pero 20 veces superiores a los que recibe la población no expuesta en Europa y superior a los que pueden recibir los trabajadores de las nucleares en Europa y EE UU. La tasa de mortalidad podría llegar a ser en algunas zonas como la de los lugares contaminados alrededor de Chernóbil.

EDIFICIOS CON GRAVA CONTAMINADA

En enero, varios periódicos japoneses publicaron que más de 200 constructoras adquirieron material radioactivo en la prefectura de Fukushima. Todo empezó cuando altísimas tasas de cesio fueron detectadas en apartamentos nuevos de Nihonmatsu, en la provincia de Fukushima. La grava venía de una cantera de Namie, una ciudad dentro de la zona de exclusión.

Se descubrió que la cantera había vendido 5.000 toneladas de grava a 19 empresas, semanas después de la explosión del primer reactor. Gran parte fue utilizada en apartamentos y carreteras.

Contaminación del mar tras Fukushima

Por Laura Corcuera

En su informe provisional del 26 de diciembre de 2011, el comité científico japonés que investiga el desastre nuclear, demostró que la central de Fukushima Dai-ichi no estaba preparada para aquel accidente múltiple y todavía en evolución un año después. Las licencias de actividad para la central nuclear fueron aprobadas en 1966 y 1972, con un diseño de seguridad para olas de hasta tres metros de altura, con la referencia de las medidas del puerto de Onahama (a 40km al sur de la central de Fukushima) cuando sucedió el terremoto de Chile en 1960.

En julio de 2002, el Ministerio de Industria japonés (MITI) había elaborado el “Roadmap of Accident Management (“AM”), una hoja de ruta que se limitaba a contemplar accidentes internos, errores humanos y fallos mecánicos de la planta, y que además requería para su aplicación del voluntarismo de los operadores nucleares sin regular su actividad.

En este contexto, el comité científico japonés ha pedido que se elabore una nueva hoja de ruta, y en julio publicará su informe final con la opinión de los expertos internacionales que se reunieron los pasados 24 y 25 de febrero en una conferencia en Tokio.

Francisco Castejón, físico nuclear del CIEMAT, explica algunos fallos cometidos por la TEPCO. “Tardaron mas de 20 horas en refrigerar los reactores con agua marina. Esta tardanza se debe al hecho de que refrigerar con agua salada es arruinar los reactores y, la TEPCO tenía esperanzas de que se pudiera recuperar la central tras el accidente”. Otro fallo fue lanzar agua sobre los reactores sin pensar en recuperar, guardar y tratar como un residuo esa enorme cantidad de agua. “Esta falta de previsión hizo que TEPCO tuviera que hacer un vertido controlado de 11.500 Tm de agua contaminada para hacer sitio a una nueva agua aún más radiactiva”, afirma el experto.

Recordemos que los seis reactores de la central de Fukushima I (Daiichi) funcionaban por agua en ebullición (tipo BWR) y no a presión. El reactor I es de tipo BWR3, igual que el de Garoña (Burgos) y fue la primera evolución de un tipo de reactores con menos medidas de seguridad. En la actualidad los reactores de la central de Dai-ichi ya están fríos y procede un plan para su clausura definitiva con sarcófagos que eviten las fugas radiactivas que todavía se dan. Pero dada la naturaleza sísmica del terreno, los reactores deberán asentarse sobre losas de hormigón sísmicas que habría que construir por debajo. “Éste sería en sí mismo un verdadero desafío tecnológico y debe ser TEPCO quien corra con los gastos así como de compensar a la población que ha sufrido las consecuencias del accidente”, asevera Castejón.

La comunidad científica independiente coincide en tildar el tratamiento de la emergencia exterior y las medidas pos-accidente como deficientes. Más de 7000 personas recibieron altas dosis de radiación en pueblos como Litate, por no reconocer la necesidad de realizar evacuaciones a más de 20 km de la central. “Algunas acciones para reducir las dosis son francamente criticables, como la de echar tierra en parques y patios de colegio contaminados para reducir la dosis que se recibe en superficie y poder volver a usar esas instalaciones por los niños”, critica el físico.

Por su lado, un grupo de expertos de la Universidad de Tokio ha determinado recientemente que las olas del tsunami que devastó la prefectura de Fukushima el 11 de marzo de 2011 sobrepasaron los 21 metros de altura en la ciudad de Tomioka, mientras que en los alrededores de la central nuclear de Fukushima-1 llegaron a los 10 metros. Estas conclusiones contradicen estudios anteriores realizados fuera de la zona de exclusión que habían concluido que el maremoto no sobrepasó los 10 metros de altura.

Monitoreo de radiactividad en el mar

Se estima que entre el 21 de marzo y el 30 de abril la planta vertió al mar unos 15.000 terabecquereles de cesio y yodo radiactivo (El becquerel (Bq) es una unidad que mide la actividad radiactiva, y equivale a una desintegración nuclear por segundo).

En junio de 2011 Tepco anunció que había detectado en el fondo marino estroncio-89 y estroncio-90, dos elementos generados por la fisión de átomos de uranio y cuya vida media es de 29 años. También se detectaron altos niveles de cesio radiactivo en la zona procedentes en su mayor parte del agua contaminada filtrada al mar por la planta de Fukushima.

A finales de año, Tepco volvió a tener problemas, ya que detectó que se habían vertido al mar cerca 45 toneladas de agua con estroncio radiactivo. La fuga se detectó en un dispositivo de reciclaje para eliminar la sal del agua radiactiva que se acumula en la planta.

Expertos del Centro Internacional de Investigaciones del Pacífico (IPRC por sus siglas en inglés) han monitoreado durante estos meses el desplazamiento de escombros vertidos al mar tras el accidente. A mediados de febrero presentaron sus conclusiones en el encuentro bianual Ocean Sciences (Salt Lake City, EEUU) Según el IPRC, los restos se han esparcido unas dos mil millas náuticas en longitud y más de mil millas náuticas en ancho, es decir una superficie de 8.000 km2, equivalente a toda la Comunidad de Madrid. Los químicos y biólogos marinos estiman que, de los 20 millones de toneladas de escombros que provocó el accidente, al menos un millón está flotando en el océano.

En el mismo congreso de Salt Lake City, un equipo científico de la Institución Oceanográfica Woods Hole (WHOI) ha confirmado elementos radioactivos de la planta de Fukushima en el mar y en organismos marinos a 600 kms de la costa japonesa. Los datos fueron recolectados de forma independiente para verificar los datos divulgados por las autoridades japonesas y por la Tepco. Como explica Nuria Casacuberta, investigadora del ICTA-UAB que participó en la campaña: “Los resultados que hemos presentado muestran las concentraciones de los distintos radionúclidos en la zona de muestreo y se centra sobretodo en el estudio del Cesio134, Cesio137, Sr-90, Pu-239+240 y I-129. Muchos serían los detalles para comentar, pero la idea general es que de los resultados se observa como la corriente radioactiva se desplazó hacia el sur de la central de Fukushima, siguiendo la corriente de Oyashio (una corriente polar que va del Norte al Sur de la costa Este de Japón), donde se encuentra con la corriente de Kuroshio (del Norte de Taiwan al centro del Pacífico). El encuentro de estas dos corrientes provoca la formación de remolinos cercanos a la costa de Japón, donde se encontraron las concentraciones más elevadas de todos los radionúclidos analizados”. “La relevancia de sus estudios se centra en dos puntos básicos. En primer lugar, la determinación de las cantidades reales de radiactividad vertidas al medioambiente. “Se han publicado pocos números al respeto y no todos coinciden”, explica Casacuberta.

En segundo lugar, el análisis del impacto de esta radioactividad en la biota/fauna marina. “Esto es de gran relevancia puesto que nos diría cuánto podría afectar el consumo de pescado a la sociedad. En principio, los datos no son alarmantes puesto que los animales deberían concentrar mucha radioactividad para que esta tuviera un efecto directo para la población. En esto se sigue trabajando en estos momentos y no hay datos del todo concluyentes”, afirma la científica. Todos los estudios coinciden en destacar que casi un año después del desastre de Fukushima, los niveles de radioactividad en el agua marina no se han reducido. “El sitio del reactor parece seguir con pérdidas, no ha sido sellado totalmente y los niveles de radioactividad cerca de la costa podrían ser suficientes como para que los productos pesqueros en esa área se consideren no adecuados para el consume humano”, explicó en declaraciones a la BBC Ken Buesseler, jefe de la campaña de la WHOI.

Desde el 22 de febrero la TEPCO está vertiendo cemento y arcilla en un área de siete hectáreas alrededor de la planta de Fukushima. Durante los próximos meses se creará una capa de 60 cm en el lecho marino (a seis metros de profundidad) para evitar que el barro contaminado se extienda.

Radiactividad y leucemia

Las explicaciones mediáticas sobre los efectos del escape nuclear en la salud (“no hay efectos inmediatos”) no han facilitado su comprensión. Debido a la necesidad de ordenar datos difíciles de recoger y costosos de analizar, habrá que esperar varios años para saber si ha habido un aumento palpable en casos de cáncer en Fukushima, siempre que durante el seguimiento de la salud de la población japonesa y los estudios epidemiológicos sean exhaustivos. Los problemas de trazabilidad (fomentados o no por la industria nuclear) son comunes en este tipo de accidentes. En el caso de Chernobil, tanto la Comisión Europea como la Agencia Internacional de Energía Atómica declinaron la responsabilidad de realizar estudios epidemiológicos detallados, a pesar de las demandas de la comunidad científica. Aunque esté demostrado que las radiaciones ionizantes, en cualquiera de sus formas, causan leucemias, el camino de la investigación es complicado. Alice Stewart (1906-2002) fue la primera epidemióloga que estableció, no sin presiones y obstáculos, el vínculo entre las radiaciones ionizantes y leucemia. Algunos expertos sugieren para Fukushima el uso de la dosimetría cromosómica y analizadores multicanal que identifiquen los isótopos radiactivos que deterioran el organismo humano.

Frente a la comunidad científica partidaria de la energía nuclear (“el progreso justifica el riesgo de catástrofes como la de Chernobil o Fukushima”), se encuentra el discurso científico que exige que, más allá de la inevitable radiación natural, cualquier exposición radiactiva debe estar justificada (riesgo/beneficio), conocida y aceptada por escrito en pleno conocimiento del riesgo potencial.

El parón nuclear japonés

El pasado 16 de enero la empresa Kansai Electric Power (Kepco) detuvo la unidad número 3 de su central nuclear de Takahama (en el centro del país) para realizar una revisión. Esta parada contribuye al debate sobre el modelo energético japonés. Hoy en Japón sólo siguen activos dos de sus 54 reactores nucleares.