El periodismo ambiental tiene el raro privilegio de atravesarlo todo. Pero sin embargo, la mayoría de los temas son tratados con anteojeras para ver sólo en un sentido. Tenemos muy instalada la idea de realidad plana. Pero la realidad es multidimensional, multiactuada y fuertemente histórica. Si voy a escribir sobre un caso, digamos un problema asociado a fumigaciones, voy a leer, voy a escuchar pero debo permitirme sentir. Ver las manos del labriego que sufre esa dolencia. Ver los ojos del funcionario que niega la vinculación entre el tóxico y el síntoma. Ver la piel de la víctima erupcionada. Oler el campo cuando pasa la máquina. Escuchar el silencio de las aves que se han ido de ese sitio tòxico. Miremos a los ojos del problema.

“RESPONSABILIDAD AMBIENTAL Y CALIDAD PERIODÍSTICA”

FNPI – Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano

PONENCIA de Silvana Buján, BIOS, RENACE.

Voy a trabajar sobre tres preguntas que me han sugerido: ¿Qué pasa con los grandes medios y el tema ambiental en Argentina?

Vengo de un país objeto de un viejo plan de aniquilamiento del pensamiento crítico. Históricamente nuestra región atravesó períodos sociales y políticos más o menos parecidos en todos sus países: un inicio de siglo XX con proyectos nacionales encaminados a la autogestión económica y una concepción de estado subyacente a las políticas de planificación.

Pero ello resultaba muy complicado a los ojos de las incipientes corporaciones que aspiraban a manejar el combustible, los minerales, la semilla, los insumos del agro, entre otras muchas cosas.

Entonces, en los 60, el Presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy hizo un llamamiento para la Alianza para el Progreso, presentándola como un esfuerzo de cooperación hacia los pueblos de las Américas, para su “florecimiento económico”. El resultado fue una mayor dependencia latinoamericana hacia Estados Unidos, en la forma de acuerdos, legislaciones locales favorecedoras del ingreso de las grandes multinacionales y sus aspiraciones sobre los bienes comunes.

Las reformas que se aplicaron fueron fundamentalmente en los regímenes tributarios, en el estímulo a la formación de mercados de capitales con el desarrollo de instituciones financieras y estabilidad monetaria.

¿Por qué estoy señalando este costado de nuestra historia y de qué modo se relaciona con los medios masivos actuales en mi país?

Porque una de las piezas clave de ese tsunami que silencioso y perseverante avanzó sobre América Latina, fue el concepto moderno de cientificismo, con la figura del ‘experto’ como aquél que iba a resolver todos los problemas. Y una escasa o nula consideración hacia los actores sociales, hacia la gente común. Y menos, hacia el ambiente común.

Entonces, había que formar profesionales acríticos que vean este modelo de crecimiento bajo este paradigma de “apropiación de la naturaleza” en un mundo considerado de recursos infinitos. Y que lo vean como algo positivo y natural.

Esta Alianza para el progreso implicó, entonces, la formulación de programas de estudio, becas, ayudas académicas y facilidades de investigación hacia ciertos aspectos y no otros, de la realidad. Se fomentaron las ingenierías, las economías, la genómica. Y en el marco de la cascada de gobiernos militares funcionales a ésto que estoy relatando, se cerraron las universidades o las carreras que podían llegar a parir profesionales reflexivos o cuestionadores del modelo.

Así, Argentina vio cerrarse en el lapso de pocos meses, las carreras de sociología, psicología social, antropología. ¿Qué nos quedó entonces? Cohortes de profesionales que celebran todo aquello que implique “más” o “más rápido” o “más grande”. todo aquello que sea sinónimo de crecimiento, en un ingente esfuerzo por homologarlo a la idea de desarrollo, que claramente no es lo mismo. Simplemente porque no le han enseñado otra cosa y tampoco les han permitido espiar el revés de la trama. En mi país, las corporaciones del agro y las mineras, por ejemplo, financian a las universidades públicas, ante un estado ausente que no invierte en ellas. Cómo esperar un profesional librepensador, en el cabal sentido de la palabra?

Los medios masivos, los colegas, sus directores, fuimos cocinados en este horno en el cual se ve solamente por la pequeña puerta un solo lado de esta realidad.

Pero, sucede algo inesperado: en esta última década y media, empiezan a estallar problemas ambientales. Por todas partes hay gente que se queja, hay catástrofes inocultables, hay enfermedades que encienden luces rojas.

Entonces, abordamos esos hechos de manera aislada pues no tenemos ejercicio para leer las tramas de causalidad y las redes políticas, económicas y sociales en las cuales, esos hechos aparentemente aislados, se interconectan.

Nos han adiestrado para no pensar críticamente.

Entonces, la segunda cuestión que se me ha sugerido muy acertadamente, es ¿cuáles serían las recomendaciones para otros periodistas que quieren luchar contra esas dinámicas y producir contenidos de calidad?

Creo que debiéramos traer aquella idea de Foucault o de Llyotard sobre el binomio poder – saber, que produce discurso y que resulta en un instrumento de regulación y de control de la vida social a través de la inducción de determinado pensamiento.

Yo no sé si Foucault pensaba en los medios masivos cuando dijo aquello del discurso que penetra por las capilaridades en una suerte de control social.

Pero pensémoslo nosotros.

Y agreguemos de paso otro factor determinante a la hora de construir sentido sobre los temas ambientales: Las corporaciones y los mismos gobiernos, generan discursos todo el tiempo. Y esos discursos son los que nos dicen que un vertido submarino de petróleo ya está resuelto, que en el peor accidente nuclear de la historia hubo sólo 31 víctimas, que después de poner los super ultra plus filtros se pueden detener las dioxinas en los incineradores, o que la ciencia dará cuenta algún día de los residuos nucleares que seguimos acumulando.

Para sostener estas falacias necesitan dos cosas: Una, profesionales formados en ese horno del que hablé que generen bonitos informes y hablen de la responsabilidad social empresaria, por ejemplo. Y dos, profesionales de la comunicación que no sepamos leer sistémicamente y diacrónicamente cada suceso.

Tenemos muy instalada la idea de realidad plana. Pero la realidad es multidimensional, multiactuada y fuertemente histórica.

Entonces, como la educación es la glándula reproductiva de la sociedad, necesitamos romper este código genético perverso que nos ha sido impuesto y que nos hace naturalizar cosas como el cambio climático, las inundaciones, los relaves, las cruzas genéticas, la creación de supermalezas, las enfermedades rurales por exposición a plaguicidas.

Me preguntan ¿Cómo fue mi experiencia y que pueden aprender de ella otros periodistas que quieren trabajar honestamente en el tema ambiental?

Llevo más de veinte años explicando que los problemas ambientales no son necesariamente la ballena, el reciclado de latas o el oso panda. Que los problemas ambientales tienen el eje en la gente. Y que de hecho, se nos va la sobrevivencia de muchas y de nuestra propia especie en su resolución.

El periodismo ambiental tiene el raro privilegio de atravesarlo todo. Pero sin embargo, la mayoría de los temas son tratados con anteojeras para ver sólo en un sentido.

Necesitamos imperiosamente recuperar el pensamiento crítico para poder leer la realidad ambiental, y la realidad en general, aproximándonos un poco más a ella. Debemos asumir que la objetividad es un mito, o quizás algo así como un horizonte al que se tiende pero nunca se alcanza. En tanto sujetos, somos producto de cierta historia, y estamos atravesados por docenas de influencias, pensares, lecturas, y mirares.

¿Cómo hablar de la realidad ambiental acercándonos un poco más a ella?

Si voy a escribir sobre un caso, digamos un problema asociado a fumigaciones, voy a leer, voy a escuchar pero debo permitirme sentir. Ver las manos del labriego que sufre esa dolencia. Ver los ojos del funcionario que niega la vinculación entre el tóxico y el síntoma. Ver la piel de la víctima erupcionada. Oler el campo cuando pasa la máquina. Escuchar el silencio de las aves que se han ido de ese sitio tòxico. Miremos a los ojos del problema.

Y preguntémonos por qué está sucediendo, desde cuándo, adónde se remonta ese caso, que probablemente lleva siglos.

Ustedes me dirán: “hace siglos no existía ese veneno”. Si. Pero existía el campesino que sabía hacer las cosas sin necesidad de usarlo. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ya no lo sabe? ¿Quién se lo desenseñó? ¿Por qué se lo desenseñaron? ¿Por qué maneja mejor el costo del bidón de agroquímicos de la multinacional, que los ciclos lunares que le facilitaban la cosecha? ¿Qué hubo en el medio? ¿Y qué pasó con ese agrónomo adiestrado para fumigar, al que le dijeron que nada era problemático y que nada era veneno?

¿Y qué pasó con ese periodista que salió a celebrar el avance de la frontera agropecuaria sin ver el desmonte, sin ver la contaminación, sin ver el éxodo rural, sin ver el agotamiento del suelo? ¿Se comprende?

Entiendo que en algunos medios digan a algunos colegas “mejor no hablar de ciertas cosas”. Ahí, amigos míos, empieza a jugar la ética. Porque la nuestra es una profesión fundamentalmente ética.

Mario Benedetti, el hermano uruguayo decía: “pero cuidado aquí estamos todos: ustedes y nosotros … señoras y señores a elegir, a elegir de qué lado ponen el pie”.

Y si, no estamos hablando de cosas banales. Estamos hablando de la supervivencia del mundo y de los que andamos por ahí. Indudablemente es hora de abrir bien los ojos, de estudiar mucho, de estudiar más, de estudiar bien. De ejercitar la mirada para ver lo que nos adiestraron a no ver. Y de elegir, finalmente, de qué lado ponemos el pie.-

Lic. Silvana Buján