En los años 60, una minera acorraló a un pueblo y mató a varios habitantes que querían detener la explotación. Hoy, ese pueblo debe irse a otro lado porque están contaminada la tierra, el agua y el aire.
Hace 60 años, un pueblo casi perdido en las cumbres más altas de la meseta central de Perú, fue acosado y muchos de sus habitantes asesinados por una empresa minera (la Cerro de Pasco Corporation) que llegó al lugar para explotar sus recursos mineros y llevarse todo lo producido. Ahora, el pueblo (otro, el que sobrevivió), ubicado a la misma altura del mismo lugar de igual país, es lentamente devastado por otros métodos: la contaminación de su tierra, su aire y su agua, lo hacen inhabitable. A tal punto, que este poblado de casi 70 mil habitantes debe irse. Trasladarse a otro lado más lejos.
Sin lecciones
Parece paradójico, pero no lo es. Es el resultado del avance de las grandes corporaciones mineras que se instalan –antes por la fuerza de las armas ahora por la del dinero- y explotan los recursos naturales de las entrañas de la tierra hasta dejarla exangüe.
Esta es la historia de Cerro de Pasco contada dos veces. La primera, por el escritor Manuel Scorza, un hombre que falleció demasiado pronto, pero que dejó para la historia una trilogía de novelas de la realidad que da cuentan de la matanza ocurrida entre los años 1950 y 1962 en ese lugar.
Esa historia –como se verá- no sirvió para nada. Es que ahora, más de medio siglo después, Chaupimarca, la ciudad que está en el corazón de Cerro de Pasco tiene que irse de donde está, porque la minera Volcan –que ahora explota uno de los socavones más grandes del mundo- ampliará su área de trabajo, y porque ha hecho un lugar habitado pero inhabitable.
La primera historia
Cerro de Pasco era un agujero en la nada. Lo único llamativo era el hecho de que se encontraba a más de 4000 mil metros de altura, y eso la convertía en una de las villas más altas del país. La ciudad se había fundado oficialmente en el siglo XVI, y era capital de un departamento no menos perdido en la nada: Pasco.
El pueblo no se fundó por alguna estrategia de Estado, sino por sus recursos naturales. Cuando se descubrieron allí enormes reservas de plata, zinc y cobre, tuvo sentido la vida. Y nació –como en otros tantos lugares del Perú y de la América Latina- un pueblo.
Su historia podría haber pasado desapercibida si Manuel Scorza no hubiera recibido esa carta de Horacio Chacón, el Nictálope. Se trataba de un preso recluido en un penal de la selva peruana, que le contaba una historia. Una historia de persecución, resistencia, muerte y reclusión, ocurrida muchos años atrás.
“Noticia: Este libro es la crónica exasperantemente real de una lucha solitaria; la que en los Andes Centrales libraron entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron. Los protagonistas, los crímenes, la traición y la grandeza, casi tienen aquí sus nombres verdaderos”.
Así comienza “Redoble por Rancas”, el libro en el que Manuel Scorza contó la historia de esas luchas y resistencias. Más que una obra literaria, Redoble se convirtió en una proclama de denuncia, que permitió corregir algunas injusticias. Pocas.
“Héctor Chacón, el Nictálope, se extingue desde hace quince años en el presidio del Sepa, en la selva amazónica. Los puestos de la Guarda Civil rastrean aún el poncho multicolor de Agapito Robles. En Yanacocha busqué, inútilmente, una tarde lívida, la tumba del Niño Remigio. Sobre Fermín Espinoza informará mejor la bala que lo desmoronó sobre un puente de Huallaga”, continúa Scorza.
Ellos son los perseguidos actores protagónicos de esta historia, en la que también habían poderosos: “El doctor Montenegro, Juez de Primera Instancia desde hace treinta años, sigue paseándose por la plaza de Yanahuaca. El Coronel Marroquín recibió sus estrellas de General”.
Y –como no podía ser de otra manera- un interés económico que movió la masacre del pueblo de Pasco: “La “Cerro de Pasco Corporation”, por cuyos intereses se fundaron tres nuevos cementerios, arrojó, en su último balance, veinticinco millones de dólares de utilidad”.
La segunda historia
La otra historia de Cerro de Pasco es más reciente: de hoy. En ese lugar del altiplano peruano viven cerca de 70 mil personas. Existen dos versiones sobre el origen: una dice que la actividad minera creó un pueblo a su alrededor. La otra, que lo desintegró.
Se trata de la ciudad minera más alta del mundo que hoy está “habitada pero no habitable”, como señala el diario peruano El Comercio en un informe especial llamado “Cerro de Pasco: el éxodo de una ciudad improvisada”.
¿Por qué no se puede habitar? Porque el aire, el agua y la tierra están contaminadas. “La mina se expande y devora casas, hospitales, colegios y mercados. Se traga la historia de los cerreños” explica.
Los datos son escalofriantes: la mina a cielo abierto tiene un hoyo –un tajo- de 1900 metros de diámetro y 380 de profundidad.
Recientemente, el gobierno aprobó una expansión de la actividad de la empresa Volcan S.A.A. Se trata de una de las ocho empresas que operan en Cerro de Pasco. “Ahora, Chaupimarca, el corazón de Cerro de Pasco, tiene que desaparecer para que Volcan, la minera pueda extraer mas zinc, plomo y cobre”.
El resultado es que el pueblo se tiene que ir. Desaparecer. En diciembre, los habitantes de Cerro aceptaron ser reubicados, como parte de un plan que puede extenderse durante los próximos 15 años.
Existen dos posibilidades: trasladarse a un lugar distante a unos 10 minutos al sur de allí, o a otro separado por una hora de viaje. La decisión divide al pueblo, pero en el fondo nadie quiere irse demasiado lejos del lugar en donde trabajan y viven miles de mineros peruanos.
El Congreso Nacional aprobó el plan de traslado, y decidieron formar una comisión que integran representantes del gobierno nacional y del provincial. También de la Volcan.
La historia se repite, pero también como tragedia. En todo caso, las enseñanzas de los resultados de esta explotación a cielo abierto puedan ser aprendidas por otros pueblos. Como el neuquino, que insiste con hacerle un tajo a Campana Mahuida.