Que la agricultura industrial está detrás del uso intensivo del agua es una realidad no suficientemente conocida ni denunciada, sobretodo cuando sabemos que usa más agua de ríos, lagos y acuíferos que la que reponen las lluvias o las nieves. Y ahora, como están divulgando los informes de la organización GRAIN, se puede concluir que los mismos intereses comerciales que la mueven están detrás del agua del continente que más sed pasa: África.

Por Gustavo Duch Guillot publicado en Le Monde Diplomatique

La agricultura que no piensa en el agua

Si analizamos las agriculturas tradicionales de los mil y un ecosistemas del Planeta tendremos una obviedad: ha evolucionado adaptándose a la disponibilidad de agua. Sólo recorriendo el estado español, como ejemplo, veremos el cultivo del arroz en los deltas o territorios más húmedos, los cereales de secano de las mesetas áridas o semiáridas, y los cultivos de regadío junto a las riberas de los ríos. Incluso en las islas volcánicas como Lanzarote descubrimos un sorprendente caso de tal coevolución, el cultivo de vides en conos excavados entre las pequeñas piedras de la zona, el lapilli, que aprovecha cada una de las gotas del rocío.

Los pueblos que las diseñaron tenían presente que el agua no es sólo un recurso fundamental para la producción de alimentos, también tenían claro que es un re-curso, un curso que tiene que volver, preciado y ‘caído del cielo’.
Será por eso que en todas las culturas y religiones el agua aparece como elemento sagrado. En todas menos una, la cultura capitalista del negocio, que ha desarrollado una agricultura industrializada que no piensa en el agua y la usa hasta el derroche por encima de las capacidades de la Naturaleza de reponerla.

El caso más paradigmático lo denunciaba el poeta uzbeko Muhammed Salikh, «No se puede rellenar el mar de Aral con lágrimas», refiriéndose a la destrucción de la cuarta masa de agua dulce más grande del mundo, el Mar de Aral en el Asia Central. En pocas décadas una agricultura de regadío de algodón a muchos kilómetros de este lago interior le robó tanta agua, que si bien las cosechas fueron exitosas, hoy apenas se mantiene el 10% del volumen de agua que contenía, está contaminada y la pesca y quienes vivían de ella ha desaparecido.

Sí efectivamente, observar la foto del Mar de Aral antes y después te hace sentir vergüenza de un ser humano torpe donde los haya, donde la avaricia se hace evidente e insoportable, pero una situación similar tenemos a nivel global escondida bajo el disfraz del ‘rendimiento’ agrario, con la etiqueta de muchas universidades avalando el sistema y con la marca de muchas empresas de dudoso prestigio. Se ha impuesto su discurso, el de la industrialización de la agricultura para producir más alimentos cuando sabemos que es el discurso de quienes sacan tajada económica, no de la lucha contra el hambre ni la defensa de la biodiversidad.
Las semillas de alto rendimiento, los pozos y motores de bombeo, las canalizaciones excesivas y desde luego la ganadería intensiva, en un sistema de mercadeo sin regulaciones, son los actuales y velados sistemas derrochadores de agua dulce.

El gobierno Saudí durante los años 80 invirtió miles de millones de dólares para bombear el agua de sus acuíferos para regar millones de hectáreas de trigo y posteriormente de alfalfa para la ganadería estabulada. Apenas les queda agua subterránea. Las plantaciones frutales de California, en Estados Unidos, son un éxito comercial pero se calcula utilizan un 15% más del agua que reponen las lluvias. No podrá continuar mucho tiempo. En la India los cálculos cifran que la agricultura industrial que reemplazó los sistemas y cultivos tradicionales es posible gracias a un uso del agua subterránea de 250 km3 por año, alrededor de 100 km3 por encima de la restitución que garantizan las lluvias. De entre los cultivos comerciales impuestos en algunos estados de la India destaca la caña de azúcar, uno de los cultivos que [además de desplazar cultivos alimenticios] más agua consumen, igual que en otras regiones del mundo los intereses económicos han impuesto – mutilando muchos bosques y selvas- las plantaciones de sedientos eucaliptos para la industria papelera. La industria animal que ha impuesto el sobreconsumo de carne en el mundo es también un claro responsable del agotamiento del agua potable. Las necesidades de agua para la producción de alimentos de origen animal es lógicamente mucho más alta que la dedicada en alimentos vegetales, pero si además hablamos de ganadería intensiva, alimentada en establos con granos producidos intensivamente e importados de otros continentes, y su carne es comercializada en otros países, el consumo de agua se dispara hasta la insostenibilidad. Promover este modelo de agricultura industrial tiene consecuencias muy peligrosas, como ya saben en China, donde actualmente más de 100 millones de su población depende de alimentos producidos mediante un uso excesivo de agua, es decir, un modelo sin futuro.

Cualquiera de los casos comentados, supone a medio plazo un grave problema de sobreuso del agua dulce y de inmediato una vulneración de la Soberanía Alimentaria de los pueblos afectados. Son ejemplos de unos intereses comerciales que pisotean medios de vida de comunidades campesinas; de desplazamientos forzados de sus regiones; de desertización, salinización o encharcamiento de sus tierras; de contaminación de las aguas de riego o de boca; y claro de mucha menos agua disponible para la producción de sus alimentos.

Son en definitiva, y como escribió Vandana Shiva, «las guerras del agua». No es una gran guerra abierta con misiles y cañones, con invasiones y soldados; es un sutil pero dramático avance de una modelo agrícola que saca agua de donde sea -con graves costes ecológicos y sociales- para producir su mercancía a vender. Un terrorismo empresarial con la connivencia de las instituciones políticas y su violencia de despacho. Las guerras del agua ya causan muchas bajas, y parece no tienen freno.