Peregrinaciones a través del desierto revelan el mundo místico de los huicholes y el enconado debate entre una modernidad materialista y una tradición milenaria.

Fuente: Milenio Semana

29/03/2012. Esta vez, la peregrinación de los pueblos wixaritari ha traído, a través del desierto, la lluvia, milagro anhelado por un mundo largamente sediento.Ya se anunciaba cuando los viajeros de la ruta mística, provenientes de Wauta (San Sebastián Teponahuaxtlán, Jalisco) se detuvieron en el manantial de Yoliath, y tras un rito con sonidos de caracolas, velas y breves cantos, recibieron una noche de luna llena que pronto se cubrió de nubes negras y relámpagos fulgurantes que estremecieron los costados del cielo anchuroso.

En ese sitio los ojos ajenos no ven; donde hay una arboleda y un aguaje, además de una choza rústica, está en realidad un templo. “El cuerno es como cuando llegas a una casa y avisas que ya estás llegando”, explicó el presidente de Bienes Comunales, Octaviano Díaz Chema.

La señal volvió a la jornada siguiente, tras la persecución de la pezuña de venado azul, el peyote, en las inmediaciones de Las Margaritas, frente al macizo montañoso de El Catorce, cuando la brisa de la tarde trazó dos magníficos arcoiris sobre la tierra amarilla y el polvo de los caminos.

Real de Catorce amanece el seis de febrero con una pertinaz precipitación que se convierte en aguanieve. “Han pasado 13 meses de sequía”, aseguran aliviados diversos lugareños, optimistas por lo que además pudiera ser un signo mágico que da una especie de confirmación a la superioridad moral de la defensa de su mundo sagrado por los huicholes contra la minería materialista, que tasa todo en pesos y centavos.

La ruta de los peregrinos se sigue todos los años por una tierra áspera, de ganadería extensiva, cristianismos simples, migrantes y clima extremo; región acostumbrada a últimas fechas a los estrépitos de las AK-47, las persecuciones, los retenes y los “levantones”, y a su música de banda con relatos monocordes de hazañas de rebeldes sin más causas que el amor ilimitado a la violencia, a las mujeres y el poder, en vidas “breves pero gloriosas” que parecen el irónico homenaje posmoderno a los héroes homéricos.

Tierra de auroras y ocasos luminosos, escasez de agua, inmensas llanuras y bosques de yuca, carreteras con pavimentos fracturados, casas de adobe color ocre, vientos gélidos, estrellas fugaces. Lejanas campanadas de iglesias, aullidos de coyote, cactus coloridos y desafiantes, afanosos murciélagos, serpientes sigilosas, búhos que acechan, hombres de rostros endurecidos al influjo constante de la eternidad del desierto.

Estas tierras hostiles llevan hacia Wirikuta, “de donde toda la vida ha nacido”.

El trashumante huichol no sólo debe recorrer de 250 a 450 kilómetros, según el punto de partida y la ruta a seguir —pues no bastan la voluntad y el despliegue físico. Debe limpiar sus pecados públicamente, hacer rituales, presentar ofrendas a las numerosas deidades del descampado, ayunar, recoger el hícuri o jícuri (peyote) y atravesar cinco puertas “místicas pero reales”, desde la aldea de origen, en algún punto de la Sierra Madre Occidental, en Jalisco, Nayarit o Durango, hasta el pie de la montaña sagrada, el cerro Quemado o Ra’unax+, altar mayor de Wiricuta.

Allí se renovarán las “velas de la vida”, la base del precario equilibrio que sostiene al mundo.

Es una peregrinación anual que parte de los más diversos pueblos durante algún momento de los seis meses que conforman “el día del año wixárika”, la época de secas —pues es preciso hallar en Wirikuta a los “dioses de la luz”. Peregrinación preparada con minuciosidad por marakames, jicareros, cantadores y demás autoridades religiosas y agrarias. En esta ocasión, se han alineado decenas de aldeas, pues hay, además del diálogo místico con las deidades, una intención política claramente definida: enfrentar los intereses de las mineras.

Es una lucha contra la economía de la acumulación que representan los consorcios canadienses, contra la renovada sed mundial del metal argentífero, contra esa modalidad de proyectos de desarrollo y generación de empleos que divide hoy a los ejidatarios mestizos propietarios de las sedientas tierras de Wirikuta, contra el individualismo y la desmesura de hombres de ambiciones de corto plazo y grandes efectos.

Salvador Sánchez González, de El Cerrito, es un nonagenario cantador: “Nosotros estamos pidiendo que no se hiciera (el proyecto de la mina), pero como el dinero es muy bonito a lo mejor sí se va hacer; pero nosotros no sabemos, a lo mejor los compañeros de estas rancherías ya están de acuerdo, no sabemos, pero qué podemos hacer… nada”.

También le preocupa una amenaza interna de las comunidades, la disolución de costumbres: “Antes durábamos hasta tres meses en ir y venir, no había carreteras, no había camiones, no había comodidades, era duro (…) hoy vengo en un carro, y no está bien, pero además, los jóvenes no vienen, está la escuela, está el trabajo, las fiestas deben durar menos, puede que todo se nos acabe…”.

Es así, una batalla contra el tiempo, contra las tentaciones de lo mundano y los triunfantes afanes del siglo (de allí el término “secularismo”), contra los que alertaban los franciscanos que hace menos de medio milenio hollaron estos desiertos en busca del hombre nuevo, de la “pureza adánica” de una humanidad que había sido olvidada.

ENTRE HOMBRES Y DIOSES

El cuatro de febrero tres camiones parten a las siete de la mañana de la localidad de Bajío de El Tule, municipio de Mezquitic, Jalisco. Llevan peregrinos de Waut+a, la más dilatada de las comunidades huicholas, sobre casi 245 mil hectáreas, incluido el anexo Tuxpan de Bolaños, con un dinamismo económico mayor al de otros enclaves wixaritari.

Tras librar el cañón Bolaños con su pasado de plata también enterrado, la primera parada es al remontar las montañas, después de Villa Guerrero, muy cerca de Temastián, el del Señor de los Rayos, famoso centro de peregrinación de los católicos más devotos, y de Totatiche, tierra del sacerdote mártir de la persecución de los años veinte del siglo pasado, San Cristóbal Magallanes. Tras breves oraciones y ofrendas, los autobuses arriban a Colotlán y se preparan para internarse en el desierto zacatecano, plagado de delincuentes —Los Zetas— que ya han causado perjuicios a peregrinos en el pasado.

“Fuimos en diciembre en una camioneta y nos asaltaron, nos dejaron sin nada”, refiere el presidente de Bienes Comunales.

Los camiones y sus acompañantes toman la ruta hacia la capital zacatecana. En la periferia, se detendrán para abrir la segunda puerta. Un espectáculo de alteridad, al pie de una carretera de cuatro carriles y bajo la mirada extrañada de los moradores de los asentamientos irregulares que se desparraman sobre las laderas montañosas. “Tuvimos que movernos, nos construyeron un puente donde nos deteníamos a hacer la ceremonia, pese a que les pedimos que consideraran que era un sitio sagrado”, señala Octaviano. Tras librar la espléndida capital de cantera rosada, la caravana llegará hasta Salinas de Hidalgo, la entrada al altiplano potosino. Los líderes de la peregrinación descienden en busca de velas para sus rituales, y pese a ser un paisaje cotidiano, los vecinos no pueden reprimir miradas curiosas sobre los hombres de piel cobriza que hablan una lengua incomprensible, que visten de blanco con vistosos tejidos multicolores y hermosos sombreros de plumas de guajolote silvestre. Será en la librería del padre Pío donde encontrarán los implementos de las características deseadas. Luego, la salida al erial.

El cielo se pone sombrío cuando se arriba a Yoliath, donde hay un manantial sagrado bajo una arboleda que dará refugio en la noche. Salen las caracolas con un sonido que emula al coyote, y se realiza la ceremonia, que culminará al amanecer con velas y oblaciones en las aguas sagradas, entre un chipi-chipi que ocasiona más frío.

La mañana del cinco de febrero transcurre entre los extensos y solitarios paisajes del desierto, rumbo a Las Margaritas, ya al pie de la Sierra de Catorce, donde al atardecer se dará uno de los momentos más importantes de la peregrinación: la caza del venado, esto es, la recolección del peyote (la cactácea de sabor amargo tiene la apariencia de una pezuña del venado cola blanca).

“Hay otra yerba como tunas de tierra, se llama peiotl (…) los que la comen o la beben ven visiones espantosas o irrisibles; dura esta borrachera dos o tres días y después se quita; es común manjar de los chichimecas pues los mantiene y da ánimo para pelear y no tener miedo, ni sed, ni hambre, y dicen que los guarda de todo peligro”, decía hace más de 400 años Fray Bernardino de Sahagún, en la Historia general de las cosas de la Nueva España.

El viejo temor es hoy codicia de turistas anhelantes de nuevas emociones, lo que desvela a los vigilantes de la reserva para impedir extracciones que no correspondan al uso ceremonial.

Allí comienzan a asomar letreros donde se señala que la minería no está reñida con el turismo y la cultura wixárica. Y aunque muchos simpatizantes de los huicholes lo atribuyen a una campaña de Real Bonanza, subsidiaria de la canadiense First Majestic Silver Corp., o del proyecto Universo, también con financiamiento canadiense, el tema provoca debates en este ejido mestizo, o en el vecino Santa Cruz de Carretas, donde comienza el ascenso a la montaña: unos se preocupan por el perjuicio potencial para la calidad del agua para uso doméstico o de la modesta agricultura; otros, señalan que es justo acceder a empleos formales cuando los tiempos secos han matado cientos de animales.

José Ángel Olvera opina que la minería dañará el agua que beben sus chivos. César Solís lo contradice: “Aquí si no sale uno a Monterrey a buscarle, pues no hay nada”, dice quejoso. “La gente está de acuerdo en que haya chamba, los jornales se pagan muy mal, y nomás son temporales, hay hambre”, secunda luego Pablo Olvera.

El peyote será consumido moderadamente por la noche, entre las hogueras encendidas por las comunidades. Hay risas y bromas, se nombran autoridades falsas y se mantiene el misterio al hablar la lengua wixárica ante los perplejos espectadores.

La quinta puerta se abrirá al pie de El Quemado, la mañana del seis de febrero. Entonces se hará el ascenso a la ceremonia de la culminación, en el viaje a las fuentes de la luz y la vida.

Manifestación de apoyo a Wirikuta frente a la Embajada de Canadá en la Ciudad de México, el seis de febrero de 2012. Foto: Pedro Anza/ Cuartoscuro

UN DEBATE NO CONCLUIDO

Las empresas mineras First Majestic Silver Corp., con la subsidiaria Minera Real Bonanza, y Revolution Resources Corp., pretenden realizar aprovechamientos en territorio de Wirikuta, con los proyectos La Luz y Universo, respectivamente. Las 35 concesiones y 21 títulos de la primera abarcan cinco mil 735 hectáreas, según la empresa; la segunda, 59 mil 678, de acuerdo con datos del Frente en Defensa de Wirikuta.

Las zonas bajo riesgo directo son, por un lado, los cerros Grande y Quemado, además del manantial Mazahuata; por el otro, todo el altiplano donde nacen el peyote y las cactáceas y agaváceas endémicas en peligro de extinción.

El altiplano potosino forma parte del desierto de Chihuahua y contiene, en la reserva de Wirikuta decretada por el gobierno de San Luis Potosí (oficialmente: “Huiricuta y la ruta histórico-cultural del pueblo Huichol”), alrededor de 40 mil habitantes con alta marginación, agravada por la sequía reciente.

El conflicto nació cuando trascendió la intención de Minera Real Bonanza, subsidiaria de First Majestic Silver Corp, de Canadá, de aprovechar una veta ubicada a 450 metros de la superficie en un tramo de las montañas de la Sierra de Catorce, con plata suficiente para justificar una inversión de 100 millones de dólares.

No es un aprovechamiento a cielo abierto, sostiene Juan Carlos González, representante legal de la empresa; la profundidad del yacimiento lo haría incosteable. Se busca aprovechar la red de túneles heredada —más de 400 kilómetros— para llegar a la veta principal y extraer de forma puntual el mineral.

Añade que sólo requerirán entre 20 y 30 por ciento del agua tratada de los pueblos de Real de Catorce y de Cedral, a los cuales les construirán sus plantas de saneamiento “incluso si el proyecto no arrancara”, lo cual “lo ponemos por escrito y ante notario”. Esto, a su juicio, desmonta la idea de que aprovecharán las aguas del subsuelo de la región, vitales para la agricultura, la ganadería y el turismo. También sostiene que la minería moderna no tiene pretextos para contaminar: el sistema de beneficio de la plata será “mediante el método de flotación, el cual utiliza reactivos químicos biodegradables e inocuos para el medio ambiente y los seres humanos”, esto es, los químicos aerophine y aerofroth.

También asegura que los depósitos del material sobrante del proceso se confinarán de forma estricta, y que se resolverá el pasivo ambiental heredado. En todo caso, “las actividades quedarán a 7.5 kilómetros del cerro El Quemado y a 1.5 km del Cerro Grande, que es otro sitio ceremonial importante de ellos”; en el primer caso, ni siquiera poseen la concesión de su subsuelo y, en el segundo, la tienen, pero no posee yacimientos de interés.

“La empresa está dispuesta a ceder a la autoridad legalmente establecida, ya sea el grupo o consejo de ancianos, a los maracames, o a una institución legal que sea toda esa concesión para ellos, cederles 761 hectáreas, con el pago de impuestos de por vida de parte de la empresa, para que ninguna empresa minera por abajo pueda acceder a los sitios ceremoniales (…), son varias concesiones que tendríamos que separar para otorgar la donación, y es lo que les decimos, les damos todo lo que este dentro de nuestras posibilidades”.

A juicio del representante, eso terminaría buena parte de la controversia: “Queremos sentarnos con ellos para dialogar: ‘Mira, yo te ofrezco esto; tú que dices, qué es lo que quieres para que estemos ya en paz, porque dices es que por abajo te va a comer mi cerro, pues te doy lo de abajo…”‘.

—¿Esto ya se lo pudieron decir a los huicholes?

—No, porque nunca me han permitido llegar hasta el pueblo wixárika. Siempre hay alguien que nos lo impide, organismos intermedios…

El gerente de la empresa, Ricardo Flores Rodríguez, acusa a los hoteleros de Real de Catorce de generar el conflicto “porque temen que su mercado laboral, con empleos muy mal pagados, se altere con la llegada de la mina, que otorgaría 500 empleos directos y mil 500 indirectos, y que paga por arriba de cinco salarios mínimos diarios”, a lo que se agrega una inversión de 10 millones de dólares para un ambicioso museo de la minería “que va a detonar la región”, señala ufano.

Pero estos argumentos ya son conocidos por el Consejo Regional Wixárica por la Defensa de Wirikuta, organización que ofrece sus refutaciones en un documento entregado a la prensa:

“Por principio de cuentas, la minería ha dejado en 260 años una contaminación con metales pesados potencialmente peligrosa para los habitantes de la zona. La mitad de la sierra deforestada ocasionó la modificación del sistema hidrológico, la desertificación progresiva y una mayor pobreza”.

Destacan que Wirikuta no es exclusivamente el Cerro Quemado, sino toda la zona protegida de 140 mil hectáreas, “la empresa todavía niega conocer el hecho de que Wirikuta es un territorio sagrado muy extenso, que abarca toda la Sierra de Catorce de norte a sur y el altiplano o bajío. Es una sola unidad sagrada donde convivieron y conviven los espíritus que dieron y siguen dando vida a este mundo (…). Por ello resulta una falacia reducir la discusión sólo a cuánta distancia está el cerro Quemado o Cerro Grande del proyecto minero”. Y por si fuera poco, la vena de San Agustín, que es la que quiere explotar la empresa, está a sólo 992 metros de la zona de ofrendas en Cerro Grande.

La actividad minera no está cancelada en algunos puntos de la reserva protegida, pero “siempre y cuando no signifique alteraciones significativas a los ecosistemas”, lo que a su juicio no sucede con First Majestic Silver.

También duda que 30 por ciento del agua residual tratada de los poblados sea suficiente para el beneficio de los metales, así como que su calidad sea la pertinente para los procesos mineros, lo que haría permanente la amenaza de usar agua del acuífero de la zona; de paso, desmiente que los químicos aerophine y aerofroth, para beneficiar el metal, sean inocuos. “Se han documentado los daños ambientales en otras partes del mundo, en donde estos químicos han afectado de manera irreversible la vida animal y vegetal”.

Es verdad que hay un entorno crítico con la economía del desierto, pero “no se podrá resolver de fondo y con posibilidades de largo plazo si no se generan procesos sustentables”, donde la naturaleza sea respetada, la cultura huichol pueda sostener su identidad y los moradores de los ejidos obtengan calidad de vida y salud, puntualiza el consejo wixárica.

EL ALTAR DE LOS SACRIFICIOS

Febrero 7. La noche de Ra’unax+ es iluminada fantásticamente por decenas de hogueras; además de 800 wixaritari, hay decenas de invitados y medios de comunicación que han venido de Real de Catorce o del desierto, desde Las Margaritas o Bernalejo.

Las autoridades están reunidas en la parte alta de la montaña, donde sopla el frío a casi tres mil metros de altura. Los invitados suben cerca de las 10 de la noche. El escenario del ritual son hileras de piedras blancas, concéntricas. En el centro, los marakames y Humberto Fernández, hotelero de Real de Catorce e íntimo de los huicholes; alrededor, otros notables de los pueblos de la Sierra Madre Occidental. En pocos minutos comienza la música, ante la casi indiferente “mirada de Occidente” (Joseph Conrad dixit).

Muchos testigos se tienden sobre el suelo pedregoso y ayudan a encender fuegos para afrontar los omnímodos poderes del viento, entre pláticas banales.

El violinista arranca. Dos cantadores, sentados en sillas y con sombreros vistosos, entonan sus melodías mientras otro wixárica alterna con una especie de recitativo; luego, grupos de comuneros esparcidos por el anfiteatro responden como el coro de una tragedia griega. La sinfonía, que evoca la creación, parece infinita y dominará sobre las horas, mientras bancos de nubes emergen como un evanescente mar desde los valles vecinos. Sueños, trances, fuego, vapores, peyote, frenesí, y una luna llena y plateada que ilumina los seres.

Toda la tiniebla será regida por esa irresistible música in crescendo, que conquistará las almas profanas. A las tres de la mañana, todo mundo baila frenético, como poseído de los númenes. Después de las cuatro una vaca será sacrificada a las deidades de la montaña. El pasaje místico se calla solo después del amanecer.

Los marakames suben a la parte más elevada del cerro, donde nació el sol, y regresan con un mensaje de tristeza de los dioses por las amenazas que penden sobre su mundo milenario.

Abajo, en el altiplano, algunas vidas individualistas, excesivas y violentas emulan sin querer los cantos homéricos, mientras estos hombres se hunden melancólicos en la soledad. A cinco siglos, el hombre nuevo no termina de nacer.