Personajes como Victorino Alonso, el mismo que ha estado utilizando a los habitantes de las cuencas mineras como rehenes durante los últimos veinte años, para así poder exprimir las arcas del Estado, mediante unos falaces y costosos planes del carbón que han servido exclusivamente para destruir dichas cuencas y enriquecerse él y su séquito de ingenieros, abogados, periodistas, políticos, sindicalistas y demás compradores de conciencias.
Fuente: diario La Crónica de León
España – 16/05/2012. Los pueblos en decadencia ética y cultural pierden todo sentido de la dignidad, incluso pierden la noción de la propia autoestima. Por eso, puede aparecer cualquier sinvergüenza a vejarles o robarles en sus propias narices y guardar un envilecedor silencio porque en su interior piensan y sienten que no son nada, no pertenecen a nada, no son merecedores de nada, ni siquiera de respeto. Son gentes que suelen conformar sociedades aborregadas que se contentan con comer las migajas que sobran de los banquetes de sus ‘amos’, personas sometidas que hacen de la cobardía virtud y la justifican escondiéndose tras palabras asquerosamente correctas como democracia, reglas de cohabitación, responsabilidad; consideran subversivo a cualquiera que practique la ética de la resistencia y muestran rechazo por lo diferente como sospechoso de insumisión arbitraria.
Cuando así se vive y se piensa terminan apareciendo personajes como Victorino Alonso –biotipo del emprendedor empresariado berciano–, el mismo que ha estado utilizando a los habitantes de las cuencas mineras como rehenes durante los últimos veinte años, para así poder exprimir las arcas del Estado, mediante unos falaces y costosos planes del carbón que han servido exclusivamente para destruir dichas cuencas y enriquecerse él y su séquito de ingenieros, abogados, periodistas, políticos, sindicalistas y demás compradores de conciencias, todos ellos dedicados aviesamente a minimizar y manipular las palabras y razones de los disidentes, presentados como culpables de que otras industrias no hayan querido establecerse en las cuencas, cuando han sido los dudosos métodos de este empresario y sus cómplices, los dirigentes políticos y sindicales locales –eso sí, elegidos democráticamente por los habitantes de las zonas mineras– los que con su constante vulneración de las leyes, han conseguido espantar cualquier intento de crear formas de desarrollo alternativas.