Una mina de oro gestionada por Newmont, con sede en Denver, EEUU, abrió en el bosque húmedo del sur de Surinam, creando cientos de empleos, que duraran algo más de una década solamente. Sendas enlodadas pasan junto a casas vacías, la mayoría en ruinas. Docenas de tiendas y bares han errado. El ciudadano más destacado, el jefe de una tribu descendiente de esclavos africanos huidos, se ha mudado a la capital.
Fuente: 20 Minutos
Pero la mina también ha vaciado la población más cercana, Langa Tabiki, una pequeña ciudad fronteriza con un papel destacado en la historia y cultura de esta nación sudamericana y muy dependiente de la minería ilegal.
Miles de mineros independientes han abandonado la zona, expulsados por soldados y agentes de seguridad privada que los mantienen alejados de los casi 5.200 kilómetros cuadrados (2.000 millas cuadradas) de bosque en la “zona de interés” asignada por el gobierno a Newmont Mining Corp.
Tan sólo quedan unos pocos rezagados. “La mayoría de la gente ya se ha ido a otros lugares del país para probar suerte”, comentó Tjamie Ceder, uno de los que se quedó. “Langa Tabiki se ha convertido de nuevo en una ciudad fantasma”.
En Langa Tabiki, que se encuentra a unos 17 kilómetros (11 millas) de la mina Merian, viven los paramaka, uno de los varios grupos descendientes de indígenas y esclavos africanos huidos de las plantaciones costeras, que tomaron el control de la tierra tras décadas de guerra contra mercenarios y el gobierno.
Es una región donde la gente se enorgullece de su independencia de la economía formal y de un distante gobierno central. Los residentes veteranos como Ceder ven una nueva mina como una intrusión a su forma de vida. “Newmont no descubrió que la tierra de aquí tiene mucho oro. Mi padre, que también era minero, ya lo sabía”, dijo Ceder. “Quiero vivir y ganarme la vida como hacía mi padre, no trabajando para extranjeros”.
Newmont, con sede en Denver, Colorado, espera que Merian produzca 500.000 onzas (14.000 kilos) de oro al año en los primeros cinco años y estima unas reservas totales de 4,2 millones de onzas (120.000 kilos), que valdrían unos 5.000 millones de dólares con los precios actuales.
El gobierno de Surinam tiene una participación del 25% en la mina y dice que el proyecto es clave en un país donde se espera que la economía, afectada por la caída en los precios de las materias primas, se contraiga un 9% este año y la inflación se acerca al 80%.
“Este proyecto muestra que los inversores extranjeros siguen teniendo fe, no sólo en nuestra pequeña economía sino también en la estabilidad política de Surinam”, dijo el presidente, Desi Bouterse, en la ceremonia de inauguración el 17 de noviembre.
Newmont ha prometido restaurar tierras dañadas por su mina sin “pérdida neta para la biodiversidad” y afirma que no utilizará mercurio.
Eso contrasta con las prácticas de los mineros independientes, que alarman a los ambientalistas desde hace años al utilizar ese metal tóxico de forma incontrolada para extraer oro, además de destrozar el bosque con excavadoras y mangas de absorción de gran potencia.
El director ejecutivo de Newmont, Gary Goldberg, afirmó que Merian será “la mina más segura y más respetuosa con el medio ambiente en el mundo”.
Entre los aproximadamente 1.000 empleados de la mina hay unos 200 paramaka, señaló la empresa, un gran porcentaje de la comunidad. La empresa también ha invertido 1,5 millones de dólares en infraestructura local y abierto un fondo para pagar nuevas escuelas y clínicas. Dos años después de que comenzaran los trabajos en el proyecto,
Langa Tabiki parece estar volviendo al bosque. La única tienda que sigue abierta sólo ofrece alcohol, pollo congelado y judías enlatadas. La casa más grande, propiedad del líder de los paramaka, está vacía porque se mudó a Paramaribo por motivos de salud no especificados.
La escuela primaria, que en la década de 1970 tenía unos 200 alumnos, está casi vacía pese a tener un nuevo edificio donado por Newmont. Los trabajadores de la mina, por su parte, viven en su mayoría en el complejo.
Lieselotte Vaneeckhaute, investigador de la universidad belga Vrije Universiteit Brussel que ha estudiado los efectos económicos de la mina, señaló que los trabajadores gastan su dinero sobre todo en la capital.
“La gente que ahora tiene trabajos formales por primera vez prefiere pasar su tiempo libre en Paramaribo”, indicó. Langa Tabiki se encuentra en una isla del río Marowijne, que forma la frontera con la Guayana Francesa.
Llegar a Paramaribo implica cuatro horas por carreteras en su mayoría sin asfaltar. Aun así, prosperó durante años y se convirtió en la capital paramaka. “Antes era todo bullicio”, comentó Ezechiel Paulus, uno de los ancianos del pueblo.
El lugar se convirtió en un punto clave de la guerra civil que afectó a Surinam de 1986 a 1992. Los rebeldes que combatían al régimen de Bouterse, entonces dictador militar, escogieron brevemente a Langa Tabiki como cuartel general y hubo combates en toda la zona. La gente huyó en masa.
Tras restaurarse la paz, una fiebre del oro reavivó la ciudad. Nadie sabe con exactitud cuántos mineros había, pero eran millares, entre gente de la zona y personas llegadas desde Brasil y otros lugares.
Supermercados, estaciones de servicio, talleres mecánicos, bares y burdeles abrieron a lo largo de los 90 kilómetros (55 millas) de carretera de tierra hasta la ciudad.
Casi todos los negocios cerraron cuando la mayoría de los mineros independientes se marcharon, dejando apenas a un puñado de gente que confía en que el gobierno les conceda una zona donde puedan volver a trabajar en minería.
Ellos dirigen su indignación contra Bouterse. “Nos prometió que nunca vendería nuestro oro a una empresa extranjera”, dijo el minero Johannes Joris.
“Mire lo que ha hecho. Simplemente vino aquí diciendo que el oro ya no es nuestro”. Las opiniones son similares en el norte, donde la firma canadiense Iamgold Corp. opera una mina de oro desde 2004. Este mes, mineros independientes cortaron calles y organizaron disturbios reclamando tierras para extraer mineral.
El Ejército dispersó la protesta, detuvo a 10 personas y confiscó equipamiento. Paulus teme que sin minería independiente, su localidad se desvanezca. “Podrías cultivar unas raíces de Cassava o pescar para vender en los pueblo de alrededor, pero eso no bastaría para mantener una familia”, dijo. “Buscar oro es la única forma de ganarse la vida”.