La protección de los recursos biológicos no es por el planeta, es por la vida del hombre en el planeta. Dos noticias pasaron desapercibidas recientemente: la primera, que Costa Rica tiene completa y terminantemente prohibida la megaminería en su territorio; la segunda, que la Nasa busca una alianza con compañías privadas para extraer metales y recursos raros de la Luna. Como lo oyen, la de todos.
Por Cristian Valencia publicado en El Tiempo
Es increíble que un país tan pequeño como Costa Rica tenga el coraje de parar en seco la famosa locomotora minera, aunque se intuya su enorme potencial en ese sentido. La votación fue contundente: cero votos a favor de la megaminería. ¿A cambio de qué? De conservar la enorme biodiversidad de su territorio, a cambio de agua: de perpetuar la vida en el planeta. La vida no se trata de miles de chigüiros muertos de sed solamente: se trata de la vida de los seres humanos sobre la Tierra.
El Estado colombiano, en cambio, pretende pasar de largo por todas las iniciativas públicas en contra de la megaminería. Aquello de que las consultas previas, donde la población decide qué hacer con su territorio, no sean vinculantes es una afrenta contra el planeta mismo, contra todos nosotros. Es decir que el Estado colombiano decide lo que le venga en gana con respecto al uso de la tierra, sin importar si la gente de Cajamarca, por ejemplo, o Tauramena, declaren que no quieren minería en gran escala en su territorio. ¿A cambio de qué nuestros políticos deciden esto? De un puñado de dólares, como en el viejo western. Unos dólares que nadie verá en sus regiones, bien sea porque se van para otras partes o porque se los roban.
Pregúntenle a la gente de Albania, en La Guajira, o a la gente de la Jagua de Ibirico, en el Cesar, que luego de años y años de explotación ostentan caminos polvorientos, falta de agua potable y una descomposición social rampante que aumenta con el paso de los días.
Es decir, a cambio de nada: de la devastación.
El día de mañana, cuando un barril de agua se cotice en la Bolsa de Nueva York, nos daremos golpes de pecho y tendremos que pagar mucho dinero por ir a ver manantiales a Costa Rica, o por beber agua pura.
La decisión de la Nasa tiene que ver con lo mismo. Ellos, la superempresa galáctica, sin vergüenza alguna, se acaban de titular la Luna para el beneficio de unos cuantos, ni siquiera a nombre de los Estados Unidos, sino de la empresa privada. Claro que en la Luna no hay vida y bla-bla-bla, pero el derecho de saberla redonda, intacta, de poder admirar su redondez en la distancia, nos debería pertenecer a todos los seres que habitamos este planeta.
Poco parece importarle a la Nasa el pensamiento de unos cuantos seres humanos. En otras palabras, la Nasa, porque tiene dinero y manera, hace lo que le viene en gana con un bien público. Matoneo a gran escala: el que tiene plata marranea.
Puede parecer romántico y fútil, pero mucho ojo: porque hemos visto cómo las empresas mineras privadas, en nombre del dinero y el poder de unos cuantos, devastan territorios a cambio de nada. No es ciencia ficción: si las empresas privadas deciden explotar el capital minero de la Luna, es posible que comencemos a ver cráteres que no existían, accidentes selenográficos fabricados por la mano del hombre, en nombre de todos nosotros, sin que podamos hacer nada –ningún país ha protestado–.
Ojalá, algún día, los colombianos tengamos políticos tan dignos como los costarricenses. Políticos que al menos morigeren su afán de dólares al instante en beneficio del enorme potencial biodiverso del país; políticos que puedan morir en paz, con una sonrisa, porque dejan un invaluable legado a las generaciones que vienen.
La protección de los recursos biológicos no es por el planeta, es por la vida del hombre en el planeta.
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