Elecciones primarias en Argentina. No nos confundimos. (Y pedimos) no nos confundamos. No hay nada que festejar; aunque tampoco demasiado que lamentar… Digo, no hay ninguna novedad que agreguen los resultados de las recientes elecciones PASO a los motivos (históricos, estructurales y coyunturales) de nuestros lamentos… El modo como se ha planteado la derrota del kirchnerismo en las PASO no abre ningún motivo de alegría o expectativas positivas de cara al futuro, por más prudentes o moderadas que aquellas fueran. El panorama político del país –y que se ha venido gestando desde los últimos años- se presenta bastante más sombrío todavía hacia adelante, considerado, claro, desde las aspiraciones emancipatorias populares… Pues, en efecto, el massismo no es “más de lo mismo”… Es todavía peor que eso.
Horacio Machado Aráoz (Colectivo Sumaj Kawsay – Universidad Nacional de Catamarca)
Pero eso no es una ‘novedad’: las alternativas de ‘recambio por derecha’ (-extrema en este caso, para no ser injustamente generoso con el oficialismo)’, no son una fatalidad, sino el resultado previsible de un proceso político del que el kirchnerismo es un protagonista clave y con lo que, por tanto, ‘tiene algo (o bastante) que ver’, aunque, por cierto, no es el único responsable….
El sentido político de la era K: del “que se vayan todos” a la profundización del “estado de sujeción colonial”
Desde la gran rebelión popular que en el 2001 puso término a la era del neoliberalismo desembozado se abrió un proceso de promisorias expectativas que, con el transcurso de los acontecimientos políticos, acabó siendo drásticamente defraudado…. Desde hace tiempo que estamos en una encerrona política, que acorrala a la sociedad hacia un callejón sin otras salidas que diversas ‘alternativas’ de derecha. Por motivos complejos y diversos que pueden hallarse en la mixtura entre las específicas configuraciones políticas de la sociedad argentina, la del oficialismo y la de las distintas fuerzas de la oposición partidaria, lo cierto es que en los últimos años, los de “la década ganada”, lejos de haber avanzado hacia la construcción de alternativas populares de mayor democratización real (es decir, de igualdad social, económica, cultural y política), el país se ha ido sumiendo en un tránsito de ‘normalización’ del capitalismo dependiente y neocolonial, matizado y posibilitado, a la vez, por un ciclo de auge económico que no se ha realizado a ‘contramarcha’ de las fuerzas dominantes del mercado (nacional –regional y mundial) sino al contrario.
Es así que el extraordinario ciclo de crecimiento a ‘tasas chinas’ (no tanto por la magnitud, sino por el motor impulsor del mismo) verificado en el transcurso de la ‘década ganada’ se ha realizado en base a la matriz productiva ‘heredada’ de la fase del neoliberalismo de plomo iniciado en los ’70 con el terrorismo de estado y finalmente rediseñado durante los ’90. Pese a la retórica antineoliberal, la senda estructural seguida por el kirchnerismo muestra intensas continuidades con políticas claves instauradas entre los ’70 y los ’90. La plena vigencia de la Ley de Inversiones Extranjeras (Ley 21.382 sancionada por la dictadura y luego ratificada por el Decreto 1853/93), así como las políticas seguidas en materia agropecuaria y biotecnológica, pesquera, forestal, minera, hidrocarburífera y energética, han significado la consolidación de un régimen que garantiza al capital transnacional el acceso y control irrestricto sobre las riquezas naturales del país.
De modo tal que el proceso de expansión económica que se inicia tras la devaluación, lo que hace es profundizar e intensificar la morfología y los patrones estructurales de lo que quedó de ese aparato ‘productivo’ ‘nacional’ y de su esquema de ‘inserción internacional’ . El resultado, es para el interior de nuestro movimiento, bastante conocido: la re-implantación del modelo extractivista = reprimarización, concentración y extranjerización de la economía ‘nacional’ .
Bajo lo que Maristella Svampa llama el “consenso de las commodities” , el territorio nacional ha sido objeto de un drástico proceso de fragmentación a manos de grandes capitales que lo han reducido de hecho, en ‘reserva ecológica’ para el abastecimiento primario-energético de las cadenas globalizadas de valor. La expansión de manchones extractivistas ha provocado un profundo rediseño de las regiones, ahora reconvertidas en cuadrículas mono-exportadoras de materias primas, bajo el control tecnológico, comercial y financiero de grandes transnacionales. Las implicaciones ecológico-políticas del “modelo”, no dejan márgenes para inconscientes triunfalismos. Hemos atravesado una era signada por la drástica erosión de las bases materiales de la soberanía política, esto es, la soberanía territorial, alimentaria, hídrica y energética. La ‘década ganada’ ha sido la de la mega-sojización, que intensificó la degradación de suelos y la exportación de agua y nutrientes ; la de los desmontes a gran escala y el despojo en masa de comunidades originarias, campesinas y rurales ; la de la inédita expansión de la minería transnacional a gran escala, es decir, el inicio del dinamitado de glaciares y la intoxicación de las cabeceras de las cuencas hídricas cordilleranas; en fin, la de la irresponsable dilapidación de las reservas hidrocarburíferas del país, cuyos costos estamos hoy evidenciando y que ponen en vilo a todo el aparato productivo del país (finalmente, toda actividad económico-productiva es fundamentalmente un proceso energético y no monetario, aunque esto sea demasiado difícil de entender para las mentes coloniales del presente).
Así, en definitiva, amortiguado y anestesiado por el ciclo de crecimiento económico (que, claro, ha significado una ‘recuperación’ de empleos y del consumo, en particular significativa si se las compara con fines de los ’90 y la crisis de 2001, pero sin marcar un crecimiento neto respecto de los niveles de los ’70) el país ha avanzado en una onerosa senda de profundización de las dinámicas expropiatorias propias de la actual fase del capitalismo globalizado. El tan mentado ‘modelo’ ha fraguado, de tal modo, en una sociedad de mayores y más gravosas asimetrías reales, es decir, ecológicas, económicas y políticas.
Desmantelando recursos y herramientas sociopolíticas, culturales, económicas, epistémicas y jurídicas, ha terminado malversando ese capital político transformador de las rebeliones originarias del ciclo; lejos de potenciar alternativas poscapitalistas y poscoloniales, el kirchnerismo ha optado por la vieja vía del populismo neodesarrollista, pero esta vez, con su peor cara: no la del autonomismo periférico que ensaya una transformación industrialista de su matriz productiva y una mayor cohesión interna, con la reducción de las enormes e históricas asimetrías socioterritoriales y sectoriales; sino la de seguir los vientos del mercado mundial, apenas captando parte de las rentas extraordinarias generadas en la súper-explotación de la naturaleza para ensayar esquemas difusos y precarios de ‘redistribución’ del ingreso…
Como señalan mayoritariamente los analistas económicos del país, tanto los críticos como los cercanos al gobierno, la preocupación central del gobierno se puede resumir y concentrar en los esfuerzos por mantener a toda costa el crecimiento económico. Literalmente, a toda costa; es decir, sin preocuparse demasiado por la calidad y los efectos estructurales de ese ‘modelo de crecimiento’. No sólo por sus impactos socioambientales -ya apuntados-, sino también por sus impactos socioeconómicos estructurales (mayor concentración, ensanchamiento de las brechas patrimoniales y de ingresos; dependencia comercial, tecnológica y financiera) y sus consecuencias políticas.
Si bien en muchos aspectos esta década pasada ha significado el avance en la restitución y recuperación de derechos, hay que marcar que se ha abierto también un nuevo ciclo de violación a los derechos humanos. Las falacias del progresismo extractivista pretenden plantear una situación dilemática entre ‘derechos sociales’ vs. ‘derechos ambientales’. Sin embargo, no hay afectación al ambiente que no implique vulneración de los derechos humanos fundamentales. Y acá se han afectado los derechos más elementales de poblaciones fumigadas, intoxicadas a gran escala, sometidas a voladuras y a la contaminación masiva de sus fuentes de agua, sus suelos y su atmósfera; poblaciones perseguidas y reprimidas.
En las provincias ha crecido el fe-u-deralismo extractivista: los ‘ingresos’ de las actividades primario-exportadoras ha contribuido muy poco a avances en la democratización; más bien han crecido el rentismo, el clientelismo y la corrupción. Si bien se han recuperado los niveles de salarios y empleo, también es cierto que ha crecido la población cautiva, sujeta a punteros que manejan políticas y recursos asistencialistas. Entre los movimientos socioambientales ha habido muertos en represiones, personas irregularmente detenidas y cientos de judicializados. Se han prohibido plebiscitos (Calingasta, Andalgalá, Tinogasta, Famatina y Chilecito) en nombre de la ‘democracia y la constitución’, siempre a favor de las grandes corporaciones. En definitiva, la ecuación política del extractivismo se resume en la combinación de la depredación de los ecosistemas, la degradación de las condiciones de salud, la vulneración de derechos y el deterioro de las condiciones de una democracia sustantiva.
Si bien es innegable que se ha logrado reducir la pobreza por ingresos, no menos cierto es que se han incrementado la pobreza estructural (por despojo de tierras y bienes comunes) y las desigualdades ecológicas y económicas en general. Es que el kirchnerismo ha aplicado, digamos así, un ‘progresismo superficial’, limitando sus esfuerzos en políticas de distribución secundaria, pero sin alterar ni afectar los mecanismos de generación y distribución primaria de la riqueza social. Así, al alentar el crecimiento y la expansión indiscriminada del consumo (sin mayor problematización del estilo de crecimiento y del tipo de consumo, de su estratificación y de sus impactos estructurales) el ‘alivio’ de las condiciones extremas de pobreza y desempleo ha ido acompañado de una mayor híper-concentración de la riqueza, no sólo en términos de ingresos, sino sobre todo de la brecha patrimonial entre los distintos estratos de clase. Consecuentemente, los principales beneficiarios del ‘modelo’ han extendido su capacidad de disposición, control y usufructo sobre el aparato productivo del país, sobre la capacidad de trabajo y los medios de subsistencia de la población, y sobre el fondo de los bienes comunes territoriales en general.
Esto es, en el fondo, lo que explica las severas restricciones políticas y económicas estructurales que emergen en la actualidad, y que no sólo impiden mayores ‘avances’ en la ‘profundización’ del ‘modelo’ (crecimiento y consumo), sino que incluso torna bastante frágiles y precarios los propios ‘logros’ obtenidos. Sin alterar la matriz patrimonial básica, la estructura de apropiación de los bienes económicos de fondo, todo proceso de distribución secundaria (vía la política fiscal y social del Estado) se torna cada vez menos eficaz, más conflictiva y precaria. Las propias ‘fuerzas del mercado’ llevan a contrarrestar todo intento redistributivo, ya sea vía inflación, fuga de capitales, caída de la tasa de actividad, o una combinación de todas ellas…. Y las fuerzas del mercado, “los titulares”, como ha acuñado recientemente la presidenta, parecen haber optado por ‘cambiar el caballo antes de cruzar el río’…
Saldo de “la década extractiva” . Desafíos. Aprendizajes.
Después de diez años de “crecimiento con inclusión social”, nos hemos tornado en una sociedad con muchos y más graves problemas estructurales para afrontar la arremetida neocolonial del capitalismo contemporáneo… Desde el punto de vista ecológico-territorial, somos un país mucho más fragilizado, fragmentado, destruido y entregado; con un gravoso saldo de dilapidación de nuestras reservas energéticas estratégicas y de afectación y contaminación de nuestras principales fuentes hídricas, de las cuales depende toda la biodiversidad, la capacidad productiva y la salud de la población. La grave situación de vulnerabilidad de nuestros ecosistemas se halla profundizada por la extrema dependencia macroeconómica del país a corto y mediano plazo respecto de un ‘modelo productivo’ insustentable, depredador y tóxico.
No sólo en lo económico y en lo ecológico, sino también en lo político, el rumbo trazado ha obturado el potencial transformativo del ciclo abierto con la histórica rebelión popular anti-neoliberal de 2001. El kirchnerismo terminó fraguando en un proceso de ‘normalización’ capitalista en el marco de una recomposición del poder de clase liderada por el capital transnacional y por fracciones de las burguesías internas mejor posicionadas en las redes de la economía global. Como resultado general, somos hoy una sociedad más pobre, más contaminada, más vulnerable, pero sobre todo más dependiente. Hoy, es claro en qué medida es el capital y no el Estado el que dispone y hace uso del territorio.
De modo tal que tan grave como la pérdida del capital ecológico del país resulta la pérdida del capital político de los sectores populares. Pues, en estos diez años hemos visto drásticamente recortado el horizonte de las energías revolucionarias y emancipatorias, amortiguadas bajo el regazo del ‘progresismo’. Lo de ‘progresismo’ alude acá al ‘modelo de desarrollo con inclusión social’ ensayado por el oficialismo –y mayoritariamente apoyado por nuestra sociedad, hay que decirlo-; pero donde ‘desarrollo’ significa crecimiento impulsado por la entrega sacrificial del territorio y los bienes comunes, y lo de ‘inclusión social’, remite a asimilación – resignación – participación (imperfecta, precaria, desigual) en la fiesta consumista que propone el capital, en su cara más ‘seductora’. La expansión de la fiebre consumista, lo sabemos, provoca estragos en las energías revolucionarias; opera como una gran planta de fabricación de subjetividades capitalistas; de colonización de los cuerpos en sus esferas más íntimas y complejas, la de los deseos, las emociones y los sentimientos… El consumo, por eso, es fetichismo. La forma mercancía parece la portadora de la felicidad… Y cuando eso sucede –por inconciencia, por resignación o por convicción- el universo de los ideales políticos, las máximas aspiraciones libertarias, igualitarias y de justicia, se reducen drásticamente a la aspiración minimalista de ‘participar’ en el consumo de mercado…
Hace pocos días atrás, en pleno fragor todavía de la campaña, en un acto en el partido más pobre y poblado del conurbano bonaerense, la presidenta arengaba a su público diciendo: “¿Cuándo, matanceros, soñamos con un shopping en La Matanza? Los shoppings eran para los muy ricos, estaban en el centro de la Capital y ahora tenemos en Avellaneda, en La Matanza, ¿y saben por qué? Porque ascendimos socialmente, compañeros, con salarios” . Soñar con un shopping: toda una definición del proyecto político. Y eso refleja exactamente lo que queremos plantear con la erosión del capital político de nuestro pueblo…
Si la aspiración máxima de las energías utópicas del poder popular se reduce a ir de shopping, creo definitivamente que -como sociedad y como especie- tenemos los días contados…
Y el problema es tanto más grave cuanto menos se lo visualiza como tal. En efecto, ante cualquier crítica, el oficialismo insiste que estamos en un proceso reformista que “va por más”; vale decir, de un proceso que, para avanzar hacia mayores niveles de democratización sustantiva, precisa continuar en el mismo rumbo y profundizar el ‘modelo’. En sus primeras alocuciones públicas pos-electorales, la presidenta ha señalado que si se pretende cambiar el rumbo, se pueden derrumbar ‘todas las conquistas’. Los grupos oficialistas que se auto-ubican más a la izquierda del Gobierno, insisten que el camino es ‘ir por lo que falta’; que se las elecciones se perdieron por lo que resta hacer: “la gente se olvida muy rápidamente cómo estaba en el 2003; se compara con ayer y anteayer y quiere cada vez estar mejor”, esbozó un panelista de 678 al momento de ensayar una explicación a los resultados, la noche misma del domingo electoral.
Acá, por el contrario, lo que se plantea es que es el propio ‘modelo’ el principal problema y no, parte de la solución. Si lo que se pretende es afianzar la soberanía popular con mayores niveles de igualdad, justicia social y vigencia de derechos, lo que se requiere es un cambio rotundo del ‘modelo’ y no su profundización.
Persistir en este desvarío nos va a conducir a escenarios cada vez más difíciles y dolorosos; las salidas van a ser cada vez gravosas para las mayorías populares. Pero claro, no se trata exclusivamente de un problema del gobierno. El “consenso de los commodities” es mucho más complejo y abarca todavía a muchos sectores y actores de nuestra sociedad; incluso a amplios fragmentos del campo popular.
Abarca, por caso, a buena parte del movimiento obrero (sobre todo, el sindicalizado), que se dedicó a luchar por el consumo, abandonando la lucha por la reapropiación de los medios de vida y la emancipación del trabajo. A la mayoría de la izquierda tradicional, que sigue pensando en términos productivistas y, mientras espera la ‘maduración de las condiciones revolucionarias objetivas’, puja por las conquistas obreras en términos bienestaristas. A buena parte de sectores del campo nacional y popular, que pasan por alto que el ‘desarrollo’ no es la alternativa a la dependencia, sino el nombre de fantasía de su profundización. Se extiende también a buena parte del ‘pensamiento crítico’, intelectuales orgánicos y prominentes personajes de ‘la cultura’ (Carta Abierta et Alt.) que abandonaron –o nunca entendieron de- la economía política y se dedicaron in extremis al “análisis del discurso”; dejaron de lado la lucha de clase, como algo ‘perimido’, y ahora plantean la política en los exclusivos términos de la “batalla kultural” (claro, desde esa lógica, es fácil –y también cómodo- pensar y atribuir todas desgracias y las dificultades al genio perverso de Magneto y “la Corpo”).
Los (superficiales) progresismos del presente centran sus críticas en el neoliberalismo, pero pasan por alto que éste no es sino una fase del capitalismo. Siguen –ilusa y colonialmente- soñando con un capitalismo serio y ‘nacional’; creen en un capitalismo ‘con rostro humano’… Parecen estar convencido de que el Estado es lo contrario del capital, y pasan por alto que no es sino apenas su contracara, que no hay uno sin el otro y que el capital nunca –menos ahora- ha podido prescindir del Estado… El flaco progresismo oficialista dice luchar contra las políticas de ajuste, pero no dice nada de dominación ni mucho menos de alienación. Olvida o desconoce que el ajuste y la recesión son sólo una de las formas y etapas de la explotación y que el crecimiento puede co-existir –tranquilamente y mucho mejor- con la acumulación por desposesión . La retórica anti-imperialista se dirige a los viejos Estados imperiales (que no han dejado de serlo), se inflama en la OEA, la ONU o ante el FMI, pero se calla y baja la cabeza ante las grandes corporaciones transnacionales; a ellas, les prepara, en cambio, políticas de ‘atracción de inversiones’…
Ante este panorama, desde una minúscula fracción de los movimientos del ecologismo popular de Nuestra América, pensamos y sentimos que el desarrollo es el nombre de la colonialidad. Que la crisis que atravesamos no es apenas una crisis económica, ni financiera, ni política; es una profunda crisis civilizatoria. Por eso, no queremos ni creemos en el “desarrollo” y menos aún en la “inclusión social”… Pues se trata justamente de resignarnos y asimilarnos a los parámetros y modos de ‘vida’ de una civilización enferma (Aimé Césaire). Por eso, tanto el concepto de “inclusión social” como el de “redistribución del ingreso” son conceptos obsoletos; históricamente perimidos, al menos, como consignas políticas útiles para abrir caminos emancipatorios. Por eso hablamos de Buen Vivir.
Buen Vivir, no es asimilable ni equiparable a ‘desarrollo’; más bien, todo lo contrario. Buen Vivir significa reapropiar-nos colectivamente del trabajo, de sus medios y sus frutos; reapropiarnos políticamente de los procesos productivos y de los medios fundamentales de vida; re-crear la comunidad de vida como condición para producir históricamente la nueva era de la libertad…
Y claro, siempre teniendo presente que “la libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores libremente asociados, regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de energías y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana” (Karl Marx, El Capital, 1867).