No existe resistencia contra la minería que sea ideal, es decir, que una sociedad al defender su existencia no presente contradicciones y ambigüedades en su lucha. Muchos pueblos se ven contrariados para detener la amenaza del extractivismo minero que asecha con la expropiación de la montaña y de la contaminación de los ríos por las preferencias políticas y electorales.
Fuente: Cristian Abad Restrepo en El Suroeste
Ahora bien, las comunidades que están en resistencia contra la minería moderna pero encarceladas bajo el yugo de la ideología conservadora y desarrollista de los caciques regionales, hace de su resistencia un acontecer limitado, porque legitiman otros extractivismos que reproducen las mismas relaciones de dominación sexista, racista y patriarcal como hecho tradicional.
No es coherente que las comunidades que están contra del extractivismo-minero no cuestionen la forma de reproducción de los poderes gamonales.
Dicho de otra forma, si estamos pensando en transformar el mundo y construir transiciones que permitan defender el territorio del extractivismo-minero, la resistencia contra la minería moderna no solamente tiene como objetivo anular y sacar toda empresa que afecta el territorio, sino a la vez un profundo cuestionamiento a las formas de pensar que le dan poder a las estructuras de dominación como el racismo, el patriarcado y el sexismo, o en su defecto el masoquismo, o que continúen votando por los mismos de siempre que son los responsables de hipotecar el futuro de los pueblos y a la vez un cuestionamiento de la estructura de la tenencia de la tierra.
Una resistencia contra el extractivismo-minero, nos debería de llevar a cuestionar absolutamente el acontecer del (neo) colonialismo reproducido en las relaciones sociales que hace posible la existencia de conflictos por minería.
La historia latinoamericana nos ha enseñado que ser conservador, tradicional y patriarcal son la base de los extractivismos porque en este subyace su poder.
Es fundamental preguntarse por lo anterior, para abrir una reflexión más de fondo que permita comprender las limitaciones que tienen los grupos humanos que dicen ‘No a la mina’.
En las pasadas elecciones presidenciales del 27 de mayo y del 17 de junio, en los territorios donde hay una evidente resistencia contra el extractivismo, ganó la política tradicional que siempre ha sido condescendiente al capital transnacional minero.
En el Suroeste antioqueño con mayoría abrumadora, en Ibagué, Líbano y Cajamarca en Tolima pasando por Cumaral y La Macarena en el Meta no ganó Ivan Duque como candidato del uribismo, sino el proyecto político responsable de extractivizar los territorios, de continuar la hipoteca de nuestros minerales, de los imaginarios que perpetúan la naturaleza de saqueo y de entregar sin consulta el subsuelo a la industria que está exprimiendo el agua de las montañas y explotando el trabajo humano.
¿A qué se debe esta ambivalencia y por qué estos territorios que dicen ‘No a la mina’, han terminado por escoger la derecha revanchista que siempre ha socavado la riqueza de la tierra con la megaminería?
Pues bien, hay que analizar dos posibles causas de esta contradicción para repensarnos los espacios de pensamiento crítico y de poder, para liberarnos de los entrampes de la modernidad minera.
La primera está asociada a un largo proceso de implantación de categorías y creencias producidas en las familias campesinas de las regiones, asociadas al proyecto de la civilización de muerte como el catolicismo, un apego a la fe y al machismo. Es decir, a un tipo de sociedad que reproduce sus propios problemas, cuyas salidas están pautadas en continuar reproduciendo las mismas lógicas de poder que genera tales problemas.
El secuestro mental y la resignación epistémica ha hecho imposible ver salidas a estas contradicciones. En ese sentido, los conflictos socio ambientales no solamente son expresión de un sistema económico que desajusta espacialidades, sino el resultado de una subjetividad que privilegia opciones políticas desencadenantes de sufrimiento y agotamiento de los territorios y cuerpos. ¿Cómo estamos pensando, los que resistimos al extractivismo, el territorio y la reproducción de la vida?
Segundo, el privilegio de determinados extractivismos en el territorio que, a propósito, están organizados con los mismos raciocinios que el minero, obstaculiza la resistencia contra la megaminería en los escenarios institucionales, pues el sentido es mantener las estructuras de poder local y regional ya instaladas.
No creo que todas las resistencias tengan las mismas dinámicas en sus territorios por sus historias divergentes, pero sí existe un patrón que obstaculiza la existencia de espacios libres de extractivismo-minero dado que los territorios están bajo formas de gestión gamonal del mismo.
Tenemos un gran entrampe político-subjetivo del cual es necesario tematizar para salir en búsqueda de otras opciones políticas. Los resultados de las pasadas elecciones son un espaldarazo al gobierno de cuño extractivo-minero, el cual le da la autoridad de imponer la “megaminería responsable”. Nos quejaremos, gritaremos y “haremos berrinche” mientras las subjetividades permanecen alabando el poder gamonal y de admiración a los caciques, llenándose de orgullo de ser regiones pujantes hacia el saqueo.
Dicho de otra forma, habitamos la mentira de una ideología que se cree superior a las condiciones materiales de existencia, pero nos damos cuenta de que nuestras opciones electorales solo eran falacias en nuestra subjetividad cuando vemos que ya no hay agua, cuando experimentamos la escasez y cuando ya no hay posibilidad de regresar al paisaje que llevamos en la mente.
De forma colonial el extractivismo-minero está organizado en nuestra subjetividad política que legitima su existencia.
Es sano que problematicemos esto para seguir haciendo fisura y agrietar la colonialidad profunda que nos habita. Ya es hora de cuestionar las subjetividades y preferencias electorales que desencadenan en las titulaciones mineras, en especial, aquellas que reproducen los marcos de la dominación con otros extractivismos.
Es fundamental destacar el papel de los grupos sociales que iniciaron esta titánica tarea de traer nuevos lenguajes dentro de la supuesta continuidad minera-colonial en nuestra geografía, en Colombia.
La defensa de los territorios, del agua y de la dignidad humana implica hacernos estos cuestionamientos, porque no es posible cuidarlos desde las narrativas desarrollistas ancladas en el sueño de que el único progreso sólo está en otros sectores que son de igual forma extractivistas, y que reproducen la resignación epistémica que nos lleva a escoger por una ideología minera en épocas electorales.
Insisto en esto, porque los electores que no quieren extractivismo-minero, continúan reproduciendo las relaciones de extracción/destrucción en un conflicto sin salida. Tomar conciencia de esto, descolonizar el saber, nos ayudará sin lugar a dudas a salir de esos entrampes para ver con mayor claridad que opciones políticas elegir bajo el único criterio de verdad, que es la vida y la naturaleza por encima de cualquier cosa.