Crece en la ría gallega de Noia y cocineros como Chicote afirman que es incomparable. Los vertidos de la explotación del mineral, utilizado en su momento por los nazis, ponen al molusco en riesgo de desaparecer.

Fuente: El Español

El berberecho gallego es una reliquia gastronómica de primer orden, un pequeño molusco oculto bajo la arena cercana a la costa que crece durante meses alimentándose de plancton. Cuando crece, y está listo para la recolecta, los pescadores se lanzan al mar armados con todos los aparejos posibles. Una fiesta acuática que se repite todos los otoños, con la mirada puesta en Navidad, cuando alcanza mayor cotización. Antes conocido como el corazón comestible (cardium edule), hoy es el corazón económico de la Ría de Noia, en la provincia de A Coruña. La reapertura de una antigua mina nazi de wolframio amenaza la estabilidad de sus cultivos. Algunos pescadores se preguntan si será la última Navidad sin el motor económico, el principal producto de la ría.

La fama del berberecho gallego llega a todos los rincones del mundo. En las tiendas gourmet de El Corte Inglés, las latas del producto de Noia alcanzan precios desorbitados: en algunos casos, hasta 39 euros por un recpiente que contiene entre 15 y 20 piezas del preciado molusco. El kilo sale a 629,03 euros. Los mejores cocineros beben los vientos por la joya gallega. El chef Alberto Chicote, dueño del restaurante Yakitoro en Madrid y conocido por sus programas de televisión, asegura a EL ESPAÑOL que no hay nada igual. “Es el mejor de los que yo conozco. De todo el producto que manejo, el de la ría gallega es el de súper calidad”. Como él, Paco Roncero, chef ejecutivo y director del restaurante del Casino de Madrid y Premio Nacional de Gastronomía en el año 2006, no utiliza otro producto. “Lo uso en los mejores platos, sobre todo para mis arroces. Es el mejor del mundo”.

UN DÍA EN LA RÍA

Abierta como una pinza, a la ría de Muros y Noia la cercan el monte de Louro por el norte y el castro de Baroña por el sur. Al fondo de todo, casi entrando en la tierra y junto a la desembocadura del Tambre, el concello de Noia, un pequeño rincón en el que sus gentes esconden uno de los mayores tesoros de las aguas galaicas. Con unos ingresos anuales de entre 16 y 20 millones de euros, el berberecho y la almeja, y quienes lo trabajan, sostienen la economía de la comarca. No es un alimento cualquiera: requiere de una atención especial: necesita mantener un delicado equilibrio para crecer en las mejores condiciones. Por eso cualquier detalle anómalo en las aguas puede ser determinante.

Por eso, la reapertura de una antigua mina en la zona que abasteció de wolframio a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial ha hecho saltar las alarmas de los trabajadores del mar. La empresa que la dirige ha solicitado a Aguas de Galicia realizar el vertido de las aguas residuales de su actividad minera procedentes de las galerías inferiores del yacimiento. Un periodista de EL ESPAÑOL pasa un día recorriendo los caminos de la mina, las playas de la costa y faenando con los mariscadores que pueden ver amenazado el principal alimento que se llevan a la boca para sobrevivir.

11 kilómetros monte arriba, la mina de San Fins preside el litoral sin perder de vista el puerto de Noia. Subiendo por las carreteras empinadas se llega al complejo que acaba de adquirir Sacyr, una antigua mina cuya actividad comenzó a principios del siglo XX de manos de empresarios ingleses La cofradía de pescadores de Noia está al tanto y conoce los efectos que la actividad minera puede tener. También el ayuntamiento de la localidad. Hace dos semanas, por iniciativa del grupo municipal del Bloque Nacionalista Galego (BNG), todos los grupos del consistorio acordaron oponerse a la autorización de los vertidos que la empresa que rige la mina pueda hacer en las aguas del río que bordea la mina y que acaban en el mar.

Una mina para abastecerlos a todos

La explotación de San Fins fue la primera mina de wolframio que se abrió en España. Situada en el concello coruñés de Lousame, pasó a manos del estado en el 36. Comenzaba entonces la etapa de mayor explotación de los minerales enterrados bajo tierra en la región. Fue en los años 40 y 50 cuando experimentó su auge: la Segunda Guerra Mundial incrementó el valor del wolframio y los países de ambos bandos recurrieron a ella para abastecer su producción armamentística. Uno de los países que más wolframio demandó a España fue la Alemania de Hitler. Con él, las Potencias del Eje blindaban las corazas de los panzers, esenciales en la guerra relámpago instaurada por Hitler en Europa. Esta fue la principal beneficiaria de los minerales de la explotación gallega, aunque también los británicos y otras potencias que participaban en la contienda volvieron su mirada hacia un pequeño rincón situado en las abruptas costas gallegas.

Aquella efervescencia por los metales que se extraían para producir armas -una suerte de fiebre del oro a la gallega- propició la llegada de cientos de personas de ayuntamientos cercanos hasta las inmediaciones de la mina a finales de los años 30 y a principios de los 40. La hambruna y la pobreza aumentaron en los inicios del régimen franquista. La situación de muchas familias tras la Guerra Civil tampoco ayudaba. Por eso de la necesidad se hizo virtud, y muchos entraron en las minas para ganar unas pocas pesetas extrayendo el wolframio que luego los nazis y otras potencias europeas empleaban para proseguir el conflicto. La población de Lousame y sus alrededores aumentó. Según datos del INE, en el año 1900 en el municipio vecino a la ría de Noia vivían 5.543 personas. En 1950 eran ya 6.555. El Estado salía ganando: entre los años 1943 y 1944 la mitad de la materia prima exportada era wolframio.

Los tiempos de bonanza no iban a durar para siempre. Pasó la fiebre del oro, las décadas; llegaron los 80. Fue entonces cuando el valor del wolframio cayó por los suelos y la mina terminó cerrando. La población del ayuntamiento fue cayendo de forma progresiva hasta los 3463 registrados en el año 2015. Ahora, la mina de San Finx, recién adquirida por el grupo Sacyr, es la explotación de wolframio más grande de Galicia. 15 toneladas salieron de ella en 2011 y 124 un año después. Cuenta con otra particularidad: es la última en activo dedicada a extraer un metal cuya cotización asciende a los 35 dólares cada tonelada. La mina volvió a nacer hace algunos años y este mismo verano reanudó su actividad. Lo que algunos, como el concejal del PSOE en el ayuntamiento de Lousame, ven como una “oportunidad” de dar trabajo a decenas de personas, es denunciado en su villa vecina. En Noia no quieren ni oír hablar de la explotación minera.

EL MAR COMO ECOSISTEMA

Pablo y Moncho desembarcan a las doce de la mañana en el puerto de Noia, por el lado exterior del puente de la circunvalación. La mañana es fría, incluso cuando asoma el sol del mediodía, pero ellos solo llevan una camiseta térmica y un par de botas de agua. En cuanto bajan de su pequeña gamela blanca empiezan a cargar con brío hacia la lonja del puerto las decenas de cestos de almejas y berberechos que han conseguido capturar. Tras ellos, un ejército formado por decenas de barcos rodeados de gaviotas planeando a su alrededor. Van llegando al puerto a cuentagotas. Esa mañana están felices. Vuelven al trabajo tras semanas de sequía por las toxinas de la ría. Para ellos, el berberechos es el pan con el que cada día tienen que alimentarse.

Su barco les esperaba desde semanas en el puerto. El delicado equilibrio al cual el berberecho se ve sometido hace que a veces todo se detenga. Un producto que en Madrid se vende en algunos lugares a 15 euros el kilo necesita de una situación tan concreta de las aguas que a veces el más mínimo detalle lo desequilibra todo. Los mariscadores son perfectamente conscientes de todo ello. “No solo se puede achacar a una cosa. Son muchas. Todas a peor. La calidad de las aguas de 15 años hacia aquí siempre ha ido a peor. A raíz de que cada vez hay más vertidos. Más aguas sin depurar la ría. Así como hay una gran riqueza, aguanta lo que aguanta”, explica Moncho. A su alrededor corren los mariscadores, acarreando cestos y cestos de berberechos a la lonja del puerto, preparado para jugárselo todo en la subasta.

Por eso, la aparición de la mina puede ser la puntilla que amenace de nuevo el cultivo del mejor marisco de la región. Entretanto, Pablo trata de mostrarse optimista. En la lonja, espera su turno con cestos y cestos de berberechos recogidos en toda la mañana. Coge un puñado y los muestra. “Mira esto es oro puro, hasta lo comes crudo”. Y efectivamente: con sus manos, grandes y ásperas, abre uno y se lo come al momento:“Buenísimo, buenísimo. Con todo lo que nos está pasando, no me quiero ni imaginar si nos ponen ahí la mina y empieza a verter río abajo”. La preocupación de los mariscadores se suma a su resignación al conocer cuáles son las circunstancias de la mina. Ellos, bronceados y rubios por el salitre, apenas conocen otro modo de vida. El mar es su ecosistema y el berberecho su pasión, el trabajo de tradición que les proporciona todo lo que necesitan. “Si ya sabemos quiénes son los dueños de la mina. Sabemos lo que hacen…”.

ELEVADO NIVEL DE METALES EN LAS AGUAS DEL RÍO

La empresa Tungsten San Finx SL, propiedad del Grupo Sacyr, es la que explota desde este mismo año la mina. El mes pasado solicitó a Aguas de Galicia poder realizar el vertido en los ríos de la zona de un millón de metros cúbicos al año de agua residuales procedentes de los niveles inferiores. De las ocho plantas con las que cuenta la explotación, ese vaciado correspondería con las cuatro inferiores. Los mariscadores de la zona no fueron los únicos que se alarmaron.

Los miembros de la Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galicia (Adega) cogieron su coche el pasado mes de mayo y se acercaron a la mina para coger muestras del agua del río que pasa por el yacimiento con el fin de analizarlas. Sus resultados alumbraban un ya preocupante estado de las aguas, incluso antes de que los fluidos de las galerías mineras salieran al exterior. “Los resultados son consistentes con los obtenidos por las analíticas en poder de Aguas de Galicia y muestran niveles de Cd (cadmio); Cu (cobre, sustancia preferente) e Zn (cinc, sustancia preferente), que llegan a multiplicar por 8 (en el caso del cinc) los máximos establecidos en las normas de calidad ambiental (RD 917/2015)”.

Cogieron muestras en tres puntos distintos: la primera en el agua de la bocamina, la segunda en una balsa cercana que servía para contener los fangos hasta que se derrumbó en los años cincuenta del siglo pasado y la tercera en las aguas situadas bajo el muro de esa misma balsa. Con los datos en la mano, Adega alerta del peligro que podría suponer para la ría y el cultivo de berberechos y almejas si los vertidos terminan llevándose a cabo. Estos metales pesados son bioacumulativos y tienden a concentrarse en los tejidos de los seres vivos a lo largo de toda la cadena trófica, por lo que solo es cuestión de tiempo que acaben provocando alteraciones fisiológicas y genéticas”.

La empresa Sacyr, en conversación con este periódico, ha asegurado que los vertidos se harán con toda la atención posible. “La actuación se hará con total respeto de las normas de calidad del agua. El vertido solicitado tendrá un tratamiento y filtración adecuado y supervisado. Que ofrecerá total seguridad en todo momento”.

Todas las actuaciones que se realizan en la Mina de San Finx, asegura la empresa, “cuentan con informes técnicos y autorizaciones administrativas y todas las inspecciones facultativas se han superado sin anomalías. Mina de San Finx ratifica su compromiso con una explotación sostenible y respetuosa con el medioambiente en beneficio de sus trabajadores y la comarca del Barbanza”.

LA ÚLTIMA NAVIDAD DEL MEJOR BERBERECHO DEL MUNDO

Al día siguiente de que Pablo y Moncho salieran al mar era martes. Los trabajadores del mar ya se calzaban de nuevo sus botas cuando las malas noticias les hicieron volver a la cama. Habían vuelto las toxinas. Eran ya cuatro semanas sin poder salir al mar a faenar. Definitivamente, no está siendo un buen año para el marisco en Noia. Según el diario La Voz de Galicia, las pérdidas ascienden ya 2,2 millones en el sector marisquero. La situación mantiene en vilo a las 1.500 familias que dependen de la actividad en la región. La marea roja había vuelto, pero quizás es que nunca se llegó a marchar.

Una semana después de ese nuevo cierre, la Cofradía de San Bartolomé de Noia amaneció con buenas noticias: los bancos marisqueros reabrieron y todos pudieron volver al mar a faenar. Decenas de barcos partieron del puerto noiés cerca de las nueve de la mañana con todas las herramientas. Fue una buena jornada. Sin embargo, veinticuatro horas después llegó la noticia: los bancos de almejas y berberechos volvían a cerrarse por la presencia de las toxinas. Era la tercera vez desde que se inició la campaña a principios de octubre. El reinicio había sido un espejismo.

La Navidad ya está aquí, y con ella uno de los momentos del año en el que el marisco gallego se convierte en una de las estrellas de los supermercados y de las mesa de media España. Esta puede ser la última con el mejor berberecho del mundo, que es el de la ría de Noia. “Cuanto más tiempo pase, peor se pondrá la costa, se deteriorará. Los residuos se acumularán y todo irá a parar a la ría. Efectivamente, es lo que puede ocurrir”, explica Pablo Silva presidente de la Plataforma por la Defensa de la Ría de Muros y Noia. Algunos de los trabajadores, que faenan en el mar por necesidad, como un oficio secundario o estacional, lo que están ganando solo les llega para pagar el seguro del barco. Moncho y Pablo levantan la vista desde el puerto y tratan de otear, a lo lejos, la mina oculta detrás del monte. Aunque camuflada por el verde del bosque y el gris de la roca escarpada, el complejo minero no pasa inadvertido para quienes ven amenazado su empleo en el que es ya un año nefasto para los mariscadores. No se quieren ni imaginar qué puede suceder tras los vertidos. Algunos, como Amador Turnes, tienen claras las consecuencias. “Van a pasar mucha hambre, no tienen nada ganado. Va a ser una Navidad negra”.