Peru_Puno_paro_antiminero_120Para los aimaras todos en la naturaleza somos personas. Para los empresarios: todos en la naturaleza, incluido los humanos somos recursos materiales.

Por Antonio Rengifo Balarezo

31/05/2011. Para los aimaras por encima de la ganancia capitalista se encuentra la armonía con la naturaleza y a la naturaleza se le respeta, como debe respetarse a cualquier persona. Ante una amenaza de alterar el equilibrio de su relación con la naturaleza, reaccionan, en última instancia, con suma violencia. La demanda de los aimaras es la derogatoria del DS 083-2007-EM, publicado el 29 de noviembre del 2007, mediante el cual, el gobierno aprista, “declaró de necesidad pública, la concesiones en favor de la empresa canadiense BEAR CREEK MINING COMPANY SUCURSAL DEL PERÚ, conocida como Minera Santa Ana”.

La ocupación de la capital del departamento de Puno por los aimaras desde el lunes 23 de mayo –época de intenso frío- no tiene únicamente una explicación cultural, es también histórica. No es la primera vez ni tampoco será la última. El antecedente más importante ocurrió en el siglo XVIII, los aimaras capturaron la ciudad de Puno encabezados de Tupac Catari.

Las ciudades desde la época Colonial fueron los refugios o reductos de los españoles; pues, de lo contrario, hubieran desaparecido. El temor hacia los indígenas se manifestó desde el inicio de la invasión española; por eso fundaron Lima en la Costa y no en los Andes y cerca al puerto del Callao para fugar en casos de emergencia. Por eso mismo, construyeron iglesias monumentales hasta en pequeños pueblos. Como es el caso de la región del Collao. La iglesia, reciento sagrado, también cumplió otra función: refugio en caso de emergencia bélica. Así lo demuestra la historia de los movimientos campesinos en nuestro país, especialmente en Puno.

La reciente ocupación de Puno por campesinos aimaras del Frente de Defensa de los Recursos Naturales de la Zona Sur (FDRNZS desató el pánico en los habitantes citadinos. Se encerraron en sus casas y trancaron las puertas, incluso los intelectuales “indigenistas” y los directores de las organizaciones privadas de “desarrollo”.

Al campesinado de Puno desde la época de la colonia y de nuestra actual época republicana les han enviado desde Lima comisiones sin plenos poderes como para tomar la decisión de solucionar el conflicto. El miércoles 25 en la noche el cuartel Bolognesi de Juliaca, un escenario bélico e intimidatorio, dialogaron los aimaras con la comisión enviada desde Lima por el gobierno. Los dirigentes aimaras del FDRNZS y su presidente, Walter Anduviri Calisaya, no se dejaron intimidar por el ambiente. La reunión duró desde la noche hasta la madrugada del día siguiente sin llegar a ningún acuerdo. Una vez más, los aimaras deben haberse sentido frustrados y “mecidos”. Para los aimaras, la palabra aún no está devaluada. Palparon en carne propia que el Estado no los representa.

El jueves 26 se desató la violencia. Los objetivos principales fueron las instituciones estatales. Una imagen patética de lo ocurrido es descrita por periodista puneño Feliciano Padilla: durante la semana estuvimos encarcelados en nuestras propias casas, sin salir a ningún lado, ni siquiera a la casa de los vecinos, presas de terror y sin alimentos, ni medicinas, viendo la noche de día jueves 26 cómo las llamas y el humo dominaban el cielo de Puno. (Las fuerzas represivas se inhibieron de restablecer el orden; de lo contrario, hubiera ocurrido un etnocidio).

Esa imagen demuestra que nuestro país continúa fracturado como en los tiempos de José Carlos Mariátegui con su libro: 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. (1928). Ahora con la rebelión aimara, la vigencia del pensamiento de Mariátegui es palpable. El Perú es una nación en formación, tal como él lo advirtiera. (Aunque algunos intelectuales, del bando contrario, han dicho “adiós a Mariátegui”). No es casual que el mayor impacto de la publicación de 7 Ensayos fuera Puno.

Yo nunca me sentí tan extraño en mi país como en Puno. Eso me ocurrió la primera vez de mi visita a la península de Chucuito. Unos campesinos, que estaban cosechando papas, me invitaron huatias con Chajo en una chúa, adornada con el dibujo de un suche en el fondo. Comí “barro”. Después supe que ese “barro” contenía caolín y que la medicina Kaopectate para curar el delicado estómago de los bebes contenía caolín.

“A los aimaras le falta educación”, repetía insistentemente un aimara aculturado, el ingeniero Mucho Mamani, quien fuera viceministro de energía y minas. A Mucho lo entrevistó el periodista Althaus, de Canal N, en su papel de mediador cultural para que interpretara y explique la ocupación de la ciudad de Puno. En sus respuestas, soslayó el impacto negativo de la explotación minera; en cambio, afirmó que la gran empresa minera traería el progreso con su inversión. Pero, como buen aculturado, dio a entender indirectamente que los aimaras eran ignorantes. Recuérdese que Arguedas escribió, yo no soy un aculturado.

A los aimaras, la represión violenta los enardece, no se amilanan fácilmente. Todo policía viejo sabe que en una manifestación o movilización de los aimaras hay que tener mucho tino, porque cuando avanzan o son atacados, no retroceden, aunque les disparen al cuerpo. En cambio, en Lima, a los primeros disparos al aire los manifestantes se dispersan rápidamente.

Justificadas o no la reacción de los aimaras se caracteriza por ser sumamente violenta. Dan fe de ello los expedientes judiciales por el ajusticiamiento de autoridades en los movimiento campesinos del siglo pasado. Ya el siquiatra Franz Fanon en su libro Los condenados de la tierra ha explicado el ejercicio de la violencia “excesiva” en Argelia como un medio de liberación en una situación de colonialidad. La violencia es un factor sicoterapéutico para superar el trauma colonial, según Fanon.

En nuestro país, la imposición neocolonial es manifiesta. Los aimaras no han sido previamente consultados como lo mandata el Convenio de la OIT 169 suscrito por el Estado peruano. Al margen de este argumento, o de cualquier otro, la vida no es negociable.

La mayoría de aimaras conservan el estrato profundo de su personalidad su propia cosmovisión así vivan en Lima, Arequipa, Tacna o en ciudades cosmopolitas del extranjero y reaccionan con suma violencia cuando la situación conflictiva lo amerita Y las generaciones siguientes continúan con esa conducta.

El viernes 27, a eso de las cuatro de la tarde, luego de una asamblea, los aimaras han efectuado un repliegue táctico, abandonado la ciudad y retornado a sus comunidades. No han renunciado a su derecho al diálogo y, por el contrario, han dejado establecido que harán reuniones en sus zonas para regresar a la ciudad capital a la semana siguiente. Walter Aduviri, el pesidente del Frente se ha constituido, por su representatividad, en un interlocutor válido para negociar el conflicto.

Los aimaras han demostrado un gran poder de organización y de recursos para poder movilizarse. Con su medida de fuerza para revertir la concesión a la empresa canadiense Santa Ana los aimaras, tildados de “salvajes”, están luchando por la sobrevivencia, no solo de ellos en los Andes de Yunguyo, Zepita, Pomata, Huacullani y el Apu Qapía sino de todo ser vivo del planeta tierra que está siendo envenenado por la voracidad de las grandes empresas capitalista como las mineras y petroleras. Los aimaras han demostrado ser los civilizados y las autoridades, los salvajes.

Antonio Rengifo Balarezo

rengifoantonio@gmail.com

Lima, domingo, 29 de mayo de 2011